martes, 12 de febrero de 2013

Mis siete reacciones ante la renuncia de Benedicto XVI



I.        Me sorprendió muchísimo: el año de la Fe acaba de empezar, esperaba ansioso su encíclica sobre la Fe para “devorarla” como a sus libros sobre Jesús de Nazareth o sus homilías de Navidad, la JMJ estaba a la vuelta de la esquina… nada parecía indicar cercana esta decisión.
II.      Me provocó una enorme emoción: que disimulé completamente, je. Estábamos con el padre "Coco Folonier" y –como siempre- hicimos comentarios agudos sobre la realidad eclesial y varios chistes… Pero eran solo maneras de atenuar y “disfrazar” la tristeza por su próxima ausencia al frente de la barca de Pedro. Como sacerdote, su testimonio de fidelidad a la misión es impecable y me marca profundamente.
III.    Me produjo una inmensa admiración: otra vez este hombre –uno de nosotros, uno como nosotros, aunque excepcional- nos ha dado una lección. Mejor dicho, unas cuantas lecciones:
a)      Una lección de realismo: siente que ya no tiene fuerzas, y prefiere dejar el lugar a otro.
b)      Una lección de fe: porque tomó la decisión ante Dios, examinando su conciencia, y no ante los hombres.
c)       Una lección de humildad: porque nunca se creyó el “salvador”, porque siempre tuvo claro que el que conducía a la Iglesia era Otro, no él.
d)      Una lección de confianza en la Providencia: porque sabe que “el poder de la muerte no prevalecerá” contra la Iglesia, y que Dios enviará el Pontífice que la Iglesia necesita en este tiempo.
IV.    Me dejó una gran serenidad: porque, aunque admiro profundamente a Benedicto, y he disfrutado de cada cosa suya que he leído, y me siento identificado profundamente con su manera de ejercer el ministerio petrino, creo firmemente, sé, estoy convencido, tengo la absoluta confianza, descanso tranquilo en la certeza de que el Papa que venga –por quien ya comenzamos a gritar “¡Viva el Papa!”- será para nosotros el dulce Cristo en la Tierra.
V.      Me quedé recordando algunas de las cosas más importantes que, en mi vida sacerdotal, me ha dejado Benedicto: y enumero las cinco que recuerdo ahora. No es un análisis de su pontificado –que, obviamente, soy incapaz de hacer- sino una enumeración de las cosas que no olvidaré:
a)      Su predicación: Profunda y clara. Fiel a la Escritura y enriquecida con los Padres de la Iglesia y las símbolos de la Liturgia. Completamente sobrenatural y a la vez en diálogo con la problemática del hombre de hoy. Creo que leeremos y meditaremos sus homilías y discursos durante siglos.
b)      La “reforma de la reforma litúrgica”: continuando con su tarea como profesor y teólogo, nos ha dejado una manera de percibir y celebrar la Liturgia que nos permite adentrarnos anticipadamente en la Liturgia celestial.
c)       La “hermenéutica de la continuidad”: Benedicto ha encontrado –a mi entender- una manera enormemente acertada de hablar del Concilio, en exacto equilibrio entre visiones extremas -y por lo tanto parciales-, que tanto han dañado a la Iglesia.
d)      Su actitud ante los escándalos en la Iglesia: hombre bondadoso y sereno, no le "tembló el pulso" para procurar la purificación de la Iglesia. Su política de “tolerancia cero” –en continuidad con la de los últimos años de pontificado de Juan Pablo II- ha dado y seguirá dando frutos en la Iglesia.
e)      Sus libros sobre Jesús: Aún cuando no sean Magisterio, han sido un regalo para la Iglesia. Sobre todo porque con palabra críticamente fundamentada, sentido común y fe sencilla, ha hecho frente –Dios quiera de que manera definitiva- a todos los que han puesto en cuestión la historicidad de los Evangelios.
f)       Su titánico esfuerzo por la unidad de la Iglesia: que lo llevó a realizar muchos gestos incomprendidos. Buscó tender puentes, dar la mano, abrir la puerta en todas las direcciones, manteniendo a la vez la fidelidad a la verdad que nos viene de Jesús.
VI.    Me produce bastante gracia la manera de abordar el tema en algunos medios de comunicación. Parecen ser incapaces de aceptar que alguien “encumbrado” en la cima de una institución bimilenaria y con más de mil millones de fieles –al que, según ellos, arribó con ansias de poder y dominio- dé un paso al costado. Me da gracia que, en general, en lugar de rendirse y reconocer la grandeza del gesto, busquen por todos los medios razones ocultas e inventen intrigas…
VII.   Y me invita a rezar más por la Iglesia: mañana empezamos la Cuaresma. Todo este tiempo estará marcado por la oración y la espera de la llegada del nuevo sucesor de Pedro. Seguramente surgirán voces encontradas, se ventilarán supuestas o verdaderas rivalidades intraeclesiales, los medios de comunicación montarán el “circo” con el que rodean tantas otras sucesiones seculares… 
      Quiera el Señor que en estos días penitenciales, en los que se hablará más de la Iglesia, cada uno de los creyentes aprovechemos para conocerla mejor, para interiorizarnos en su historia, para comprometernos en su edificación. 
      Que el Espíritu Santo, cuya representación se encuentra en un lugar privilegiado en la Basílica San Pedro, asista a los Cardenales y al nuevo Pontífice. 
      Que la Dulce Madre de la Iglesia consuele y dé reposo a Joseph, (a quien durante estos años llamamos Benedicto) en recompensa por su generoso servicio.

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