lunes, 30 de julio de 2012

¿Qué es un diácono?



La palabra Diácono, en griego, su idioma original, significa servidor. Todo cristiano está llamado a ser servidor, a ejemplo de Cristo, que vino al mundo “no para  ser servido, sino para servir” (Mc 9, 25).?
Pero con esta palabra se designa, desde los comienzos de la Iglesia, a algunos cristianos que reciben del Señor una ministerio especial.

¿Qué es, entonces, un diácono?
Jesucristo es el Único mediador entre el Padre y los hombres (cfr 2 Tm ...) y el Sumo y eterno sacerdote (Hb ...). Él resumió en su propia persona los ministerios de mediación que, en el Antiguo Testamento, desempeñaban personas distintas: ser Profeta, Sacerdote y Rey-pastor. Al fundar su Iglesia en este mundo, eligió los Doce Apóstoles para que desempeñen en ella ese mismo ministerio: enseñar, santificar y pastorear en su nombre a los demás cristianos.
Ese ministerio se transmite a lo largo de los siglos por un sacramento especial: el sacramento del Orden. Los apóstoles eligieron sucesores, y les transmitieron la gracia del Espíritu Santo y la misión recibida de Cristo mediante la imposición de las manos. (1 Tm...
Además, como la comunidad cristiana crecía rápidamente, eligieron también colaboradores para que los ayuden en algunas de sus funciones, y estuviesen al frente de las comunidades en su ausencia. Ya en el Nuevo Testamento aparecen los presbíteros (Sant 5, 5) y también los diáconos:
Hacia el año 110, en los escritos de San Ignacio de Antioquía, aparecen ya nombrados juntos los que se llamarán los tres grados del Sacramento del Orden: Obispos, Presbíteros y Diáconos. Y en un escrito de San Hipólito de Roma, del año 250, ya se encuentran las oraciones por las cuales se confería la ordenación a cada uno.

¿Qué hace en ellos el sacramento del Orden?
Todo sacramento comunica una gracia especial del Espíritu Santo. La de este sacramento, en sus tres grados, es la configuración con Cristo Cabeza, a fin de servirle de instrumento en favor de su Iglesia. El Espíritu Santo concede al diácono la gracia de, “en comunión con el Obispo y sus presbíteros, estar al servicio del Pueblo de Dios en el ministerio de la liturgia, la palabra y la caridad” (CCE 1588)
El sacramento del Orden, como el Bautismo y la Confirmación, es concedido de una vez para siempre. El ordenado queda consagrado, sellado con un carácter (sello) espiritual indeleble, en lo más profundo de su ser. Aunque alguna vez un ministro dejara de ejercer o se lo impidieran, queda sin embargo marcado para siempre: no puede nunca volver a ser laico.

¿Qué puede hacer un diácono?
El Obispo, el Presbítero y el diácono ejercen el triple oficio de Cristo – profético, sacerdotal y real- pero en diverso grado: el Obispo de modo pleno, y el presbítero y el diácono colaborando con él.
El diácono es ordenado “para realizar un servicio, no para ejercer el sacerdocio”(CCE 1559). No preside la Eucaristía ni puede administrar el Sacramento de la penitencia, ni tampoco la Unción de los Enfermos, que a veces incluye el perdón de los pecados.
Su ministerio se realiza en tres ámbitos: 
La Palabra: El diácono recibe en la ordenación el libro de los evangelios, significando de este modo que una de sus principales misiones es la del anuncio del Evangelio. El puede ya proclamar el Evangelio en la celebración de la Eucaristía, e incluso realizar la homilía.
La Liturgia: El diácono participa más íntimamente en la celebración del Culto, colaborando con el Obispo y los presbíteros. En la Eucaristía algunas partes le son encomendadas (como invitar a los fieles a darse el saludo de la paz, o despedirlos al finalizar la asamblea) y prepara la ofrenda que  va a ser consagrada. Es ministro ordinario para la distribución de la comunión. Puede asistir a la celebración del matrimonio y bendecirlo, y administrar el Bautismo como ministro ordinario. También preside la celebración de la liturgia de las Horas y las Exequias. Puede bendecir personas y objetos en nombre de Cristo.
La Caridad: Su nombre significa servidor. Por ello es en la Iglesia el signo concreto de la caridad, que ha de ejercer de modo especial con los más necesitados, los enfermos y ancianos.

¿Qué implica ser diácono?
En la Iglesia de rito latino existe el diaconado permanente, al cual pueden ser admitido hombres casados, para ejercerlo de forma estable en la Iglesia.
Pero los jóvenes que se orientan al sacerdocio – o, más precisamente, a ser presbíteros – reciben el diaconado como un grado previo.
·         Estos jóvenes deben comprometerse a vivir el celibato, consagrando toda su vida al servicio del Señor y su Iglesia. Este celibato es un signo de su dedicación total, hasta la muerte. Vivido con corazón alegre, es por sí sólo un anuncio radiante del Reino de Dios y de la gloria futura que esperamos.
·         Además debe haber completado o al menos estar por terminar los estudios de Filosofía y Teología, que lo capacitan para ejercer su ministerio, sobre todo el de la Palabra.
·         A partir de la ordenación, el diácono queda “incardinado” en una Diócesis o Arquidiócesis. Esto quiere decir que se liga a esa porción del Pueblo de Dios, a través de la persona de su Obispo. Por ello en la ordenación el candidato pone sus Manos entre las de su Pastor, comprometiéndose a rendir “respeto y obediencia a él y sus sucesores”.
·         Para recibir el diaconado es absolutamente indispensable, además, que el candidato sea totalmente libre, que no esté presionado por ningún motivo exterior o miedo. El candidato pide libremente la ordenación y públicamente declara que es libre. Por eso en la celebración, al ser llamado, responde “Aquí estoy”, como el profeta Isaías, que libremente se ofrece a Dios que lo llama

¿Qué podemos hacer por ellos?
La decisión de recibir el diaconado es el momento de elección definitiva para quien se consagra. Por ello es importante pedir al Señor, por medio de María Santísima, la “Esclava del Señor” (Lc 1,37..), que les dé un corazón generoso y dócil al Espíritu Santo.
También podemos ayudarlos con el testimonio de nuestra propia vida, ya que todos estamos llamados a ser servidores, lavándonos los pies unos a otros, como  nuestro Señor y Maestro.

lunes, 16 de julio de 2012

Libros que me hicieron bien



Varias veces en este año me han pedido que recomiende libros, en general para sostener y fortalecer la vida cristiana de fieles de mi parroquia o personas a quienes acompaño como director espiritual
No pocas veces puedo constatar, a la vez, una “sed” de buenas lecturas, combinada con una… digamos inadecuada elección de la “bebida”.
Porque es un hecho que hoy es fácil publicar libros. Y por eso, no siempre lo que se ofrece en las estanterías de las librerías católicas es de la mejor calidad.
Ahora bien: yo no me siento capaz ni me quiero arrogar el derecho de decir qué libros son “de calidad” y cuales no. Porque no soy un literato ni demasiado culto en cuestiones gramaticales y lingüísticas.
Sí puedo, al menos con bastante probabilidad de acertar, decir si un libro es plenamente conforme con la doctrina de la Iglesia, o si por el contrario es ambigüo, ambivalente, confuso o polémico. Y por lo tanto, peligroso e inconveniente para aquellos que aún están dando sus primeros pasos en la vida de fe, o que tienen una formación lo suficientemente arraigada que les permita discernir por sí mismo lo bueno de lo malo.

Pero vamos al grano: lo que hago en este post es sencillamente enumerar los libros que me han hecho bien a lo largo de mi vida, en diferentes etapas. Algunos los leí cuando tenía 14 años, otros los estoy terminando. Puedo asegurar que todos ellos son conformes con la fe de la Iglesia y en su lectura no hay ningún riesgo de perderla. Al contrario: creo que los buenos libros –como son los que me atrevo a recomendar- tienen la capacidad de aumentar y hacer más lúcida y fervorosa nuestra adhesión a Jesús.

La clasificación es bastante arbitraria, pueden disentir si tal o cual libro va en ese “apartado” o no. De alguno no recuerdo el autor, por lo cual en algún momento lo agregaré pero ahora lo pongo así. No enumero los documentos de la Iglesia ni las enseñanzas del Magisterio pastoral de los Papas Juan Pablo II y Benedicto XVI: han sido en todo mi proceso formativo faros luminosos que me han educado en un profundo amor por la fe católica.  Pero si se me permite, quiero manifestar mi profundísima admiración por las homilías de Benedicto XVI, homilías que serán leídas –con toda seguridad- en los siglos venideros.

Por último, una aclaración: no están todos los libros que he leído, porque lógicamente no todos me “marcaron”. Eso no quiere decir que no sean buenísimos. Por poner un ejemplo, no menciono las Confesiones de San Agustín, por la sencilla razón –me avergüenza decirlo-  de que nunca logré leerlas enteras…


Vidas de Santos:
Tres monjes rebeldes,  de M. Raymond
La Familia que alcanzó a Cristo, de M. Raymond

El Cura de Ars, de Francis Trochu.

El Padre Pío de Pietralccina, ed. Ciudad Nueva.

Cartas de Nicodemo,  de Dobraczinski
La Sombra del Padre,  de Dobraczinski

Oriente en llamas, de Luis de Wohl
Corazón inquieto, de Luis de Wohl
La luz apacible. de Luis de Wohl
El hilo de oro, de Luis de Wohl
El mendigo alegre, de Luis de Wohl

La llama ardiente, de Peter Hünermann
El apóstol de los leprosos, de Peter Hünermann  

José Canovai, de Alfredo Sáenz

Cantando hacia la muerte, vida del Beato Francisco Castelló Aleu

Santo Tomás de Aquino, de G.K.Chesterton

Ignacio, solo y a pie, de José Ignacio Tellechea Idígoras

Juan de la Cruz, un caso límite
Teresa de Jesús

Historia de una Misión, de Hans Urs Von Balthasar
Obras completas de Teresa de Liseaux

Don Bosco y su tiempo, Hugo Wast

Mas nuestro que el pan casero…

No olvidéis el amor, de André Frossard

El fundador del Opus Dei

El Hombre de Villa Tevere


Obras de espiritualidad

La imitación de Cristo, Tomas de Kempis

El tratado de la verdadera devoción a la Santísima virgen María, de San Luis María Grignon de Monfort

Camino, de San Josemaría Escriva de Balaguer

Ascética meditada, de Salvador Canals

La vida interior, de Joseph Tissot

El arte de aprovechar nuestras faltas, Tissot

Introducción a la vida devota, de San Francisco de Sales

Ven, sé mi luz, textos de Madre Teresa de Calcuta

Meditaciones de la Pasión,  de San Alfonso María de Ligorio

Un fuego que enciende otros fuegos,  de San Alberto Hurtado

Las parábolas del Evangelio en los padres de la Iglesia: la figura señorial de Cristo, de Alfredo Sáenz

Jesús de Nazaret I y II,  de Joseph Ratzinger

La Formación permanente, Amadeo Cencini

El alma de todo apostolado, de J. B. Chautard

La Lectio Divina, de Mercier

Firmeza y ternura, de Antonio Cosp

La Unión del Sacerdote con Jesucristo Sacerdote y víctima, de R. Garrigou Lagrange

Predicamos a un Cristo Crucificado, de Rainiero Cantalamessa 


Teología

Informe sobre la fe, de Joseph Ratzinger
Luz del Mundo, de Joseph Ratzinger
La Eucaristía, centro de la Iglesia, de Joseph Ratzinger
Introducción al espíritu de la liturgia, de Joseph Ratzinger
Un canto nuevo para el Señor, de Joseph Ratzinger

El rocío del Espíritu, Mons. Luis Alessio

El Santo Sacrificio de la Misa, Alfredo Sáenz

Los signos sagrados, Romano Guardini

María en el Misterio de la Alianza, Ignace de la Potterie


Varios


El drama del humanismo ateo
, de Henri de Lubac

El nuevo gobierno de Sancho, de Leonardo Castellani

La Formación del hombre, de Mons Héctor Aguer


Fábulas camperas, de Leonardo Castellani

Cartas del Diablo a su sobrino, de C. S. Lewis

Los hermanos Karamazov, de Fiodor Dostoievski

Diario de un cura rural, de George Bernanos

Para Salvarte, de Jorge Loring

Roma, dulce hogar, de Scott Hahn
Las Bodas del Cordero, de Scott Hahn