martes, 26 de abril de 2011

Apostillas de la Gran Semana: los monaguillos del Domingo de Ramos

Una de las cuestiones clave para celebrar una Semana Santa es contar con expertos monaguillos. Que manejen las celebraciones y que sean “despiertos”. Y que sean piadosos y vivan los ritos con intensidad. Y que sean a la vez solemnes en su manera de moverse en el presbiterio, y dúctiles a los posibles imprevistos. Y que al verlos, la gente “entre” en la celebración.
Todos mis colegas coincidirán en que monaguillos así son casi una “especie en extinción”, en parte por nuestra falta de dedicación a formarlos, en parte también porque cuando van adquiriendo experiencia y soltura… suelen entrar en la edad donde “ayudar a Misa” les da vergüenza. Todo un desafío.
Así que: había que hacer lo que se podía. El viernes nos habíamos encontrado con algunos chicos de la escuela “Nuestra Señora de Lourdes”, para ensayar las celebraciones. Entre casi 30, 6 voluntarios se ofrecieron para ser monaguillos. “Si vienen 3, me doy por satisfecho”.
Pues bien, ¡llegaron 5!. 3 antes de la Misa, como habíamos quedado. Otro llegó en el preciso momento en que cantábamos “Con ramos en las manos cantamos al Señor…”. Y el último, cuando ya era demasiado tarde para incorporarse a la celebración, por lo cual se quedó en la puerta del templo, mirando con un poco de envidia a los demás.
Claro que mis improvisados monaguillos –algunos se estrenaban totalmente- distaban mucho de parecerse al ideal arriba enunciado, o a los concentrados y piadosos acólitos del Santo Padre en la Basílica de San Pedro. Cuando llegué y le hice señas al más cercano, pidiéndole que me ayude a sacarme la capa pluvial y la lleve a sacristía, me miraba como con cara de “¿y ahora que hice?”. La lectura de la Pasión se les hizo extremadamente larga, sin faltar los bostezos y gestos para “desperezarse”… Y los comentarios entre ellos. E incluso –esto lo supe al terminar, porque la mamá lo retó- uno que sacó su celular del bolsillo, y ¡se puso a responder o mandar un mensaje! Claro, había olvidado aclararles…
En mi interior –lo confieso- luchaban dos sentimientos: por un lado, la impaciencia, siempre a punto de desbordarse.
Pero a la vez –y esto lo seguí pensando y rezando después-, me acordaba que en el primer domingo de Ramos había muchos, muchos niños. Algunos concientes, otros no tanto, recibieron a Jesús como Rey. Ese Rey que en su mansedumbre y su humildad, nos invita a todos a “bajarnos” de nuestro pedestal. Él no nos mira desde arriba del hombro: al contrario, viene a ponerse a nuestros pies.
Imaginaba también a Jesús, entrando en Jerusalén, y sus discípulos totalmente en otra, distraídos de lo esencial: no entendían nada. Pensaban que tal vez, había llegado la hora –por fin- en que Jesús impondría su realeza… según sus criterios humanos. Y sin embargo, estaban allí, cerca del Señor, y Jesús quiso que prepararan su entrada, buscando el asna y su cría, y seguramente ellos iban abriendo el camino, cual encargados de dirigir el “transito” en aquél día.
Pensaba, y pienso ahora, que tantas veces, en mi servicio a Dios, soy como mis monaguillos del Domingo de Ramos. No siempre entiendo, muchas veces me canso, cientos de veces me distraigo de lo esencial… y sin embargo, el Señor me sigue eligiendo, me sigue llamando, como el primer día. Como mis monaguillos de ese día, mi imperfecto ministerio es una ayuda para que los demás, la Iglesia, pueda reconocer a Jesús como Rey, y celebrarlo, y recibirlo.
Obviamente, esto no implica un conformismo, o pensar que todo da igual, y quedarse “piolas” en la mediocridad. De hecho, al menos para las otras celebraciones, fuimos mejorando bastante. Logré que no mandaran mensajes… y varias cosas más.
Pero alabo y bendigo a este Señor tan paciente con nosotros, y le pido que cada día nos perfeccione en su servicio. Y que nos dé, todos los días, un poquito más de su paciencia.

domingo, 24 de abril de 2011

Homilía en la Vigilia Pascual

El domingo de Ramos escuchamos, en la segunda lectura, un himno en el cual San Pablo nos explicaba que Jesús, siendo “de condición divina”, había descendido al mundo, en un proceso de humillación cada vez más radical. No solo se “anonadó” haciéndose hombre, sino que aceptó la “forma de esclavo”, llegando incluso, por obediencia, a la “muerte, y muerte de cruz”. Y que por ese acto de obediencia y humildad infinito, el Padre lo exaltó por encima de todo.
Otra forma de comprender el mismo misterio de “humillación” del Hijo eterno, es recurriendo a la parábola de la oveja perdida. Jesús se describió a sí mismo como el Buen Pastor, al cual, habiéndosele escapado y perdido una oveja, dejó las 99 en el redil, para salir a buscarla. Y una vez que la encontró, la cargó sobre sus hombros, y la llevó de nuevo al rebaño, lleno de alegría.
Nosotros, como comunidad cristiana, solemos “saltar” desde la tarde del Viernes Santo a la mañana de la Resurrección, anticipada en la Vigilia Pascual. El Sábado Santo lo dedicamos, demasiadas veces, a una serie de actividades que postergamos en el feriado del Viernes, y a preparar la Vigilia.
Pero sólo acabamos de comprender el significado de la parábola, y del misterio pascual, si comprendemos que significa “resucitar de entre los muertos”

En el Sábado Santo sucede algo inaudito, inimaginable. El Buen Pastor, para encontrar a su oveja –es decir, al hombre, a Adán y a todos sus descendientes- debe ir a buscarla a aquél lugar donde ella estaba, malherida. Por eso el Credo nos enseña que Jesús, después de morir, “descendió a los infiernos”. ¿A qué se refiere la Iglesia con esta expresión? ¿qué eran, cómo eran los infiernos?
Los infiernos”, también llamados Sheol o Hades, no era simplemente como una “sala de espera”. Es más: los salmos describen este como la ausencia de toda esperanza, como el lugar de la oscuridad, del absurdo, del sinsentido. El lugar de la suprema tristeza, de la soledad definitiva. Las almas permanecían en una total postración, en una absoluta pasividad. Incomunicados, incapaces de relacionarse entre sí.
Y sobre todo, estar en “los infiernos” significaba no ver a Dios, no poder pensar en él ni comunicarse con Él. El salmo 87 se refiere dramáticamente a quienes están en los infiernos como aquellos “de los cuales Dios ya no guarda memoria, porque fueron arrancados de su mano”. Lo llama "el país del olvido", donde no se alaba a Dios.
Ahí estaba la oveja. Ahí estaba Adán. Ahí estaban Abel, Abraham, Moisés, David, Sara, Judit.
Por eso el “viaje cósmico” de Jesús no termina en la tarde del Viernes. Su “salto mortal” en busca de la oveja lo lleva a ese lugar de sombras. Jesús ingresa en el Sheol, haciéndose solidario con la suerte de la humanidad, con la suerte del hombre pecador. Aquél que en la noche de Getsemaní había aceptado cargar con los “pecados del mundo”, aquél que se había “hecho pecado”, asume en sí mismo la consecuencia del pecado: la muerte y, con ella, la lejanía y la distancia con respecto al Padre.
En ese momento, cuando Jesús abraza la muerte en su sentido más hondo, cuando abraza toda nuestra historia de pecado, allí culmina el misterio de la Encarnación: realmente es verdadero hombre, igual a nosotros en todo, menos en el pecado. Misterio de solidaridad con el hombre que supera nuestra capacidad de entender, y que nos invita a la adoración.
Por eso tenemos que decirle a Jesús: ¡qué distancia has tenido que recorrer para encontrarnos, Señor! Para poder ir hasta la oveja perdida, para poder cargarla sobre los hombros, y abrazarla, tuviste que gustar la muerte, porque solo así podías ingresar en esa tierra de sombras.
Y por eso, Jesús, sabemos que nunca estamos solos. No existe lugar en el Universo donde no podamos encontrarte, ni donde podamos escapar de tu mirada. Y por eso sabemos que también estás con nosotros cuando estamos en el fondo de nuestras depresiones, cuando no tenemos ganas de vivir, ni esperanza ni confianza, cuando nos parece que la vida es absurda y no tiene sentido. Nosotros podemos repetir, con toda certeza, la afirmación del salmo 138 “Si me postro en el Abismo, allí estás tu”.

Pero la historia del Buen Pastor no termina allí. Si solo fuera eso, sería una historia triste, una gesta heroica, pero inútil.
En la mañana del día tercero, el "primer día de la semana", como en la semana de la Creación, comienza a brillar una nueva luz. El salmo también había anunciado “ni las tinieblas son oscuras para ti, la noche es clara como el día”. Eso quiere simbolizar la Iglesia al inicio de la celebración de la Vigilia, cuando en la oscuridad de la noche se encendió el fuego nuevo y el cirio, símbolo de Cristo Resucitado.
En la mañana del domingo, el Abismo, el Reino de los muertos, se llena de luz. El Padre eterno rescata a Jesús de la fosa, levanta su cuerpo del sepulcro y su alma del Abismo. Recompensa su entrega hasta el fin, su obediencia amorosa. Y sopla en sus narices, como a Nuevo Adán, el Espíritu Santificador, y su alma y su Cuerpo comienzan a brillar con un brillo que no tiene fin, que durará por toda la eternidad. “Es el lucero que no tiene ocaso, Jesucristo, que resurgiendo de los abismos, vive y reina por los siglos…”
El Padre rescata al Buen Pastor del fondo de la Muerte, y lo lleva junto a sí, y lo sienta a su derecha. Pero El Pastor no vuelve solo: se ha abrazado definitivamente al hombre, y lleva consigo, a la derecha del Padre, a todos aquellos que acepten ser cargados sobre sus hombros.
Así, agarrados a Jesús, unidos a Él, sobre sus hombros, nosotros podemos hacer la Pascua. Nosotros pasamos de la muerte a la vida, de la esclavitud a la libertad, de las tinieblas a la Luz.

Queridos hermanos: Jesucristo vive para siempre junto al Padre. Su luz no se ha extinguido. Su resurrección no es un hecho del pasado: Él está vivo. Él ha sido constituido por el Padre “Hijo de Dios con poder”. 
En la mañana de la Pascua, “vida y muerte lucharon en un duelo admirable”, y Cristo derrotó la muerte, no solo para sí mismo, sino también para nosotros. Porque aunque nosotros tenemos que morir, porque aunque debamos todavía experimentar la separación del alma y el cuerpo, y las angustias que la acompañan, sabemos que Cristo siempre está con nosotros. Antes de la muerte o después de ella, su presencia, su luz, es la fuente de la vida Verdadera. Por eso no nos encaminamos hacia la muerte como quienes van a un túnel oscuro y misterioso, un abismo de sombras: sabemos que, si perseveramos en la fe y en el amor, nos espera la Luz eterna del Rostro del Resucitado. La luz y la vida de Cristo han comenzado a habitar en nosotros el día de nuestro Bautismo, en el cual ya pasamos de la muerte a la vida. 
Hoy queremos renovar nuestro compromiso Bautismal, reconociendo que tantas veces hemos renegado de la Luz, y nos hemos vuelto a sumergir en las tinieblas del pecado. Hoy queremos decirle de nuevo al Señor: yo creo en ti. Digamosle con renovada confianza: “Aunque cruce por oscuras quebradas, ningún mal temeré… y habitaré en tu casa Señor, por muy largo tiempo”

Por último, queridos hermanos, no podemos olvidar que nuestro siglo XXI se parece, en muchos aspectos, a “los infiernos”. Oscuridad, incomunicación, tristeza, desesperanza, inseguridad, falta de comunión con Dios y entre los hombres. Tantas veces nuestras mismas familias parecen reproducir ese cuadro...
Hoy tenemos que renovar nuestra fe en el Buen Pastor resucitado, que puede hacer nuevas las cosas. Puede hacer nuevo tu corazón, nueva tu familia, nueva nuestra  sociedad. Él puede levantar, puede resucitar todo lo que está muerto.
En esta noche, escuchemos, como dichas a nosotros, las palabras que Jesús dirigió a Madre Teresa de Calcuta, el día de su vocación: “Ven, sé mi Luz… ellos no me aman porque no me conocen… lleva mi luz a los agujeros donde todo es oscuridad”. Nuestro templo estaba a oscuras antes de la Vigilia, pero cuando ingresamos con los cirios encendidos, aunque eran chiquititos,  comenzamos a ver nuestros rostros, caminamos con seguridad. Si nosotros nos animamos a mantener encendida la luz de la fe en la noche del siglo XXI, podremos iluminar a nuestros hermanos, alumbrar sus pasos, permitirles descubrirse y descubrir el amor de Dios.

Permítanme terminar con palabras de Benedicto XVI en forma de oración. Hoy digamos a Jesús: “Baja también en las noches y a los infiernos de nuestro tiempo moderno y toma de la mano a los que esperan. ¡Llévalos a la luz! ¡Estate también conmigo en mis noches oscuras y llévame fuera! ¡Ayúdame, ayúdanos a bajar contigo a la oscuridad de quienes esperan, que claman hacia ti desde el vientre del infierno! ¡Ayúdanos a llevarles tu luz! ¡Ayúdanos a llegar al "sí" del amor, que nos hace bajar y precisamente así subir contigo!” Reina del Cielo, alégrate, aleluya. Amén.

miércoles, 20 de abril de 2011

Renovación de las promesas sacerdotales en la Misa Crismal

Les dejo el texto de la renovación de las promesas sacerdotales que todos los presbíteros hacemos cada año, en la Misa Crismal.
Son todo un programa de vida, realista y exigente a la vez. Casi que me dan ganas de postrarme otra vez en el suelo, pidiendo perdón por tanta mezquindad en la respuesta y dejándome envolver nuevamente por la oración de la Iglesia.

Porque sólo las podemos vivir con la gracia del Señor y sostenidos por las oraciones del pueblo de Dios, como bien lo señala el rito.


Renovación de las promesas sacerdotales
Acabada la homilía, el obispo dialoga con los presbíteros con estas o semejantes palabras:

Obispo:
Hijos amadísimos: En esta conmemoración anual del día en que Cristo confirió su sacerdocio a los apóstoles y a nosotros, ¿queréis renovar las promesas que hicisteis un día ante vuestro obispo y ante el pueblo santo de Dios?

Los presbíteros, conjuntamente, responden a la vez:
Sí, quiero.

Obispo:
¿Queréis uniros más fuertemente a Cristo y configuraros con él, renunciando a vosotros mismos y reafirmando la promesa' de cumplir los sagrados deberes que, por amor a Cristo, aceptasteis gozosos el día de vuestra ordenación para el servicio de la Iglesia ?

Presbíteros:
Sí, quiero.

Obispo:
¿Deseáis permanecer como fieles dispensadores de los misterios de Dios en la celebración eucarística y en las demás acciones litúrgicas, y desempeñar fielmente el ministerio de la predicación como seguidores de Cristo, cabeza y pastor, sin pretender los bienes temporales, sino movidos únicamente por el celo de las almas?

Presbíteros:
Sí, quiero.

Seguidamente, dirigiéndose al pueblo, el obispo prosigue:
Y ahora vosotros, hijos muy queridos, orad por vuestros presbíteros, para que el Señor derrame abundantemente sobre ellos sus bendiciones: que sean ministros fieles de Cristo sumo sacerdote, y os conduzcan a él, única fuente de salvación.

Pueblo:
Cristo, óyenos. Cristo, escúchanos.

Obispo:
Y rezad también por mí, para que sea fiel al ministerio apostólico confiado a mi humilde persona y sea imagen, cada vez más viva y perfecta, de Cristo sacerdote, buen pastor, maestro y siervo de todos.

Pueblo:
Cristo, óyenos. Cristo, escúchanos.

Obispo:
El Señor nos guarde en su caridad y nos conduzca a todos, pastores y grey, a la vida eterna.

Todos:
Amén.

miércoles, 13 de abril de 2011

Cartas del Diablo a su sobrino: última carta

Por C. S. Lewis
XXXI
Mi querido, mi queridísimo Orugario, mi encantador sobrino:
¡Qué equivocadamente vienes lloriqueando, ahora que todo está perdido, a preguntarme si es que los términos afectuosos en que me dirijo a ti no significaban nada desde el principio! ¡Al contrario! Queda tranquilo, que mi cariño hacia ti y tu cariño hacia mí se parecen como dos gotas de agua. Siempre te he deseado, como tú (pobre iluso) me deseabas. La diferencia estriba en que yo soy el más fuerte. Creo que te me entregarán ahora; o un pedazo de ti. ¿Quererte? Claro que sí. Un bocado tan exquisito como cualquier otro.
Has dejado que un alma se te escape de las manos. El aullido de hambre agudizada por esa pérdida resuena en este momento por todos los niveles del Reino del Ruido hasta las profundidades del mismísimo Trono. Me vuelve loco pensar en ello. ¡Qué bien sé lo que ocurrió en el instante en que te lo arrebataron! Hubo un repentino aclaramiento de sus ojos (¿no es verdad?) cuando te vio por vez primera, se dio cuenta de la parte que habías tenido de él, y supo que ya no la tenías. Piensa sólo (y que sea el principio de tu agonía) lo que sintió en ese momento: como si se le hubiese caído una costra de una antigua herida, como si estuviese saliendo de una erupción espantosa, y parecida a una concha, como si se despojase de una vez para todas de una prenda sucia, mojada y pegajosa. ¡Por el Infierno, ya es bastante desgracia verles en sus días de mortales quitándose ropas sucias e incómodas y chapoteando en agua caliente y dando pequeños resoplidos de gusto, estirando sus miembros relajados! ¿Qué decir, entonces, de este desnudarse final, de esta completa purificación?
Cuanto más piensa uno en ello, peor resulta. ¡Se escapó tan fácilmente! Sin recelos graduales, sin sentencia del médico, sin sanatorio, sin quirófano, sin falsas esperanzas de vida: la pura e instantánea liberación. Un momento, pareció que era todo nuestro mundo: el estrépito de las bombas, el hundimiento de las casas, el hedor y el sabor de explosivos de gran potencia en los labios y en los pulmones, los pies ardiendo de cansancio, el corazón helado por el horror, el cerebro dando vueltas, las piernas doliendo; el momento siguiente, todo esto se había acabado, esfumado como un mal sueño, para no volver nunca a servir de nada. ¡Estúpido derrotado, superado! ¿Notaste con qué naturalidad —como si hubiese nacido para ella— el gusano nacido en la Tierra entró en su nueva vida? ¿Cómo todas sus dudas se hicieron, en abrir y cerrar de ojos, ridículas? ¡Yo sé lo que la criatura se decía!: "Sí. Claro. Siempre ha sido así. Todos los horrores han seguido la misma trayectoria, empeorando y empeorando y empujándole a uno a un embotellamiento hasta que, en el instante preciso en el que uno pensaba que iba a ser aplastado, ¡fíjate!, habías salido de las apreturas y de pronto todo iba bien. La extracción dolía cada vez más y de pronto la muela estaba sacada. El sueño se convertía en una pesadilla y de pronto uno se despertaba. Uno muere y muere y de pronto se está más allá de la muerte. ¿Cómo pude dudarlo alguna vez?"
Al verte a ti, también Les vio a Ellos. Sé cómo fue. Retrocediste haciendo eses, mareado y cegado, más herido por Ellos que lo que él lo fue nunca por las bombas. ¡Qué degradación!: que esta cosa de tierra y barro pueda mantenerse erguida y conversar con unos espíritus ante los cuales tú, un espíritu, sólo podías encogerte de miedo. 
Quizá tuviste la esperanza de que el temor reverencial y la extrañeza de todo ello mitigasen su alegría. Pero ésa es la maldición del asunto: los dioses son extraños a los ojos mortales, y sin embargo no son extraños. Él no tenía hasta aquel preciso instante la más mínima idea de qué aspecto tendrían, e incluso dudaba de su existencia. Pero cuando los vio supo que siempre los había conocido y se dio cuenta de qué papel había desempeñado cada uno de ellos en muchos momentos de su vida en los que se creía solo, de forma que ahora podría decirles, uno a uno, no "¿Quién  eres tú?", sino "Así que fuiste tú todo el tiempo." Todo lo que fueron y dijeron en esta reunión despertó recuerdos. La vaga coincidencia de tener amigos a su alrededor que había encantado sus soledades desde la infancia estaba ahora, por fin, explicada; aquella música en el centro de cada pura experiencia que siempre se había escapado de su memoria era ahora por fin recobrada. El reconocimiento le hizo libre en su compañía casi antes de que los miembros de su cadáver se quedasen rígidos. Sólo a ti te dejaron fuera.
No sólo les vio a Ellos; le vio a Él. Este animal, esta cosa engendrada en una cama, podía mirarle. Lo que es para ti fuego cegador y sofocante es ahora, para él, una luz fresca, es la claridad misma, y viste la forma de un Hombre. Te gustaría, si pudieras, interpretar la postración del paciente en su Presencia, su horror de sí mismo y su absoluto conocimiento de sus pecados (sí, Orugario, un conocimiento incluso más claro que el tuyo), a partir de la analogía de tus propias sensaciones de ahogo y  parálisis  cuando tropiezas con el aire mortal que respira el corazón del Cielo. Pero todo eso es un disparate. Todavía puede tener que enfrentarse con penas, pero ellos  abrazan  esas penas. No las trocarían por ningún placer terreno. Todos los deleites de los sentidos, o del corazón, o del intelecto con que una vez pudiste haberle tentado, incluso los deleites de la virtud misma, ahora le parecen, en comparación, casi como los atractivos seminauseabundos de una prostituta pintarrajeada le parecerían a un hombre cuya verdadera amada, a la que ha amado durante toda la vida y a la que había creído muierta, está viva y sana ahora a su puerta. Está atrapado en ese mundo en el que el dolor y el placer tornan valores  infinitos y en el que toda nuestra aritmética no tiene nada que hacer. Una vez más, nos enfrentamos con lo inexplicable. 
Después de la maldición de tentadores inútiles como tú, nuestra mayor maldición es el fracaso de nuestro Departamento de Información. ¡Si tan sólo pudiésemos averiguar qué se propone! ¡Ay, ay, que el conocimiento, algo tan odioso y empalagoso en sí mismo, sea, sin embargo, necesario para el Poder! A veces casi me desespera. Todo lo que me mantiene es la convicción de que nuestro Realismo, nuestro rechazo (frente a todas las tentaciones) de todos los bobos desatinos y de la faramalla, deben triunfar al final. Entretanto, te tengo a ti para saciarme. Muy sinceramente firmo como
Tu creciente y vorazmente cariñoso tío,
ESCRUTOPO

martes, 12 de abril de 2011

Cartas del Diablo a su sobrino: Trigésima carta

Por C. S. Lewis
XXX
Mi querido Orugario:
A veces me pregunto si te crees que has sido enviado al mundo para tu propia diversión. Colijo, no de tu miserablemente insuficiente informe sino del de la Policía Infernal, que el comportamiento del paciente durante el primer ataque aéreo ha sido el peor posible. Estuvo muy asustado y se cree un gran cobarde, y por tanto no siente ningún orgullo; pero ha hecho todo lo que su deber le exigía y tal vez un poco más. Frente a este desastre, todo lo que puedes mostrar en tu haber es un arranque de mal genio contra un perro que le hizo tropezar, un número algo excesivo de cigarrillos fumados, y haber olvidado una oración. ¿De qué sirve que te me lamentes de tus dificultades? Si estás actuando de acuerdo con la idea de "justicia" del Enemigo e insinuando que tus posibilidades y tus intenciones debieran tenerse en cuenta, entonces no estoy muy seguro de que no te estés haciendo merecedor de una acusación de herejía. En cualquier caso, pronto verás que la justicia del Infierno es puramente realista, y que sólo le interesan los resultados. Tráenos alimento, o sé tú mismo alimento.
El único pasaje constructivo de tu carta es aquél donde dices que todavía esperas buenos resultados de la fatiga del paciente. Eso está bastante bien. Pero no te caerá en las manos. La fatiga  puede  producir una extrema da amabilidad, y paz de espíritu, e incluso algo parecido a la visión. Si has visto con frecuencia a hombres empujados por ella a la irritación, la malicia y la impaciencia, eso es porque esos hombres tenían tentadores eficientes. Lo paradójico es que una fatiga moderada es mejor terreno para el malhumor que el agotamiento absoluto. Esto depende en parte de causas físicas, pero en parte de algo más. No es simplemente la fatiga como tal la que produce la irritación, sino las exigencias inesperadas a un hombre ya cansado. Sea lo que sea lo que esperen, los hombres pronto llegan a pensar que tienen derecho a ello: el sentimiento de decepción puede ser convertido, con muy poca habilidad de nuestra parte, en un sentimiento de agravio. Los peligros del cansancio humilde y amable comienzan cuando los hombres se han rendido a lo irremediable, una vez que han perdido la esperanza de descansar y han dejado de pensar hasta en la media hora siguiente. Para conseguir los mejores  resultados posibles de la fatiga del paciente, por tanto, debes alimentarle con falsas esperanzas. Métele en la cabeza razones plausibles para creer que el ataque aéreo no se repetirá. Haz que se reconforte pensando cuánto disfrutará de la cama la próxima noche. Exagera el cansancio, haciéndole creer que pronto habrá pasado, porque los hombres suelen sentir que no habrían podido soportar por más tiempo un esfuerzo en el momento preciso en que se está acabando, o cuando creen que se está acabando. En esto, como en el problema de la cobardía, lo que hay que evitar es la entrega absoluta. Diga lo que diga, haz que su íntima decisión no sea soportar lo que le caiga, sino soportarlo "por un tiempo razonable"; y haz que el tiempo razonable sea más corto de lo que sea probable que vaya a durar la prueba. No hace falta que sea mucho más corto; en los ataques contra la paciencia, la castidad y la fortaleza, lo divertido es hacer que el hombre se rinda justo cuando (si lo hubiese sabido) el alivio estaba casi a la vista.
No sé si es probable o no que se vea con la chica en situaciones de apuro. Si la ve, utiliza a fondo el hecho de que, hasta cierto punto, la fatiga hace que las mujeres hablen más y que los hombres hablen menos. De ahí puede suscitarse mucho resentimiento secreto, hasta entre enamorados. Probablemente, las escenas que está presenciando ahora no suministrarán material para llevar a cabo un ataque intelectual contra su fe; tus fracasos precedentes han puesto eso fuera de tu poder. Pero hay una clase de ataque a las emociones que todavía puede intentarse. Consiste en hacerle sentir, cuando vea por primera vez restos humanos pegadosa una pared, que así es "como es realmente el mundo", y que toda su religión ha sido una fantasía. Te habrás dado cuenta de que les tenemos completamente obnubilados en cuanto al significado de la palabra "real". Se dicen entre sí, acerca de alguna gran experiencia espiritual: "Todo lo que  realmente  sucedió es que oíste un poco de música en un edificio iluminado"; aquí "real" significa los hechos físicos desnudos, separados de los demás elementos de la experiencia que, efectivamente, tuvieron. Por otra parte, también dirán: "Está muy bien hablar de ese salto desde un trampolín alto, ahí sentado en un sillón, pero espera a estar allá arriba y verás lo que es  realmente":  aquí "real" se utiliza en el sentido opuesto, para referirse no a los hechos físicos (que ya conocen, mientras discuten la cuestión sentados en sillones), sino al efecto emocional que estos hechos tienen en una conciencia humana. Cualquiera de estas acepciones de la palabra podría ser defendida; pero nuestra misión consiste en mantener las dos funcionando al mismo tiempo, de forma que el valor emocional de la palabra "real" pueda colocarse ahora a un lado, ahora al otro, de la cuenta, según nos convenga. La regla general que ya hemos establecido bastante bien entre ellos es que en todas las experiencias que pueden hacerles mejores o más felices sólo los hechos físicos son "reales", mientras que los elementos espirituales son "subjetivos"; en todas las experiencias que pueden desanimarles o corromperles, los elementos espirituales son la realidad fundamental, e ignorarlos es ser un escapista. Así, en el alumbramiento la sangre y el dolor son "reales", y la alegría un mero punto de vista subjetivo; en la muerte, el terror y la fealdad revelan lo que la muerte "significa realmente". La odiosidad de una persona odiada es "real": en el odio se ve a los hombres tal como son, se está desilusionando; pero el encanto de una persona amada es meramente una neblina subjetiva que oculta un fondo "real" de apetencia sexual o de asociación económica. Las guerras y la pobreza son "realmente" horribles; la paz y la abundancia son meros hechos físicos acerca de los cuales resulta que los hombres tienen ciertos sentimientos. Las criaturas siempre están acusándose mutuamente de querer "comerse el pastel y tenerlo": pero gracias a nuestra labor están más a menudo en la difícil situación de pagar el pastel y no comérselo.
Tu paciente, adecuadamente manipulado, no tendrá ninguna dificultad en considerar su emoción ante el espectáculo de unas entrañas humanas como una revelación de la realidad y su emoción ante la visión de unos niños felices o de un día radiante como mero sentimiento.
Tu cariñoso tío,
ESCRUTOPO

lunes, 11 de abril de 2011

Cartas del Diablo a su sobrino: vigésimonovena carta

Por C. S. Lewis
XXIX
Mi querido Orugario:
Ahora que es seguro que los humanos alemanes van a bombardear la ciudad de tu paciente y que sus obligaciones le van a mantener en el lugar de máximo peligro, debemos pensar nuestra política. ¿Hemos de tomar por objetivo la cobardía o el valor, con el orgullo consiguiente... o el odio a los alemanes?
Bueno, me temo que es inútil tratar de hacerle valiente. Nuestro Departamento de Investigación no ha descubierto todavía (aunque el éxito se espera cada hora) cómo producir  ninguna  virtud. Esta es una grave desventaja. Para ser enorme y efectivamente malo, un hombre necesita alguna virtud. ¿Qué hubiera sido Atila sin su valor, o Shylock sin abnegación en lo que se refiere a la carne? Pero como no podemos suministrar esas cualidades nosotros mismos, sólo podemos utilizarlas cuando las suministra el Enemigo; y esto significa dejarle a Él una especie de asidero en aquellos hombres que, de otro modo, hemos hecho más totalmente nuestros. Un arreglo muy insatisfactorio, pero confío en que algún día conseguiremos mejorarlo. 
El odio podemos conseguirlo. La tensión de los nervios humanos en medio del ruido, el peligro y la fatiga les hace propensos a cualquier emoción violenta, y sólo es cuestión de guiar esta susceptibilidad por los conductos adecuados. Si su conciencia se resiste, atúrdele. Déjale decir que siente odio no por él, sino en nombre de las mujeres y los niños, y que a un cristiano le dicen que perdone a sus propios enemigos, no a los de otras personas. En otras palabras, déjale considerarse lo bastante identificado con las mujeres y los niños como para sentir odio en su nombre, pero no lo bastante identificado como para considerar a los enemigos de éstos como propios y, en consecuencia, como merecedores de su perdón. 
Pero es mejor combinar el odio con el miedo. De todos los vicios, sólo la cobardía es puramente dolorosa: horrible de anticipar, horrible de sentir, horrible de recordar; el odio tiene sus placeres. En consecuencia, el odio es a menudo la compensación mediante la que un hombre asustado se resarce de los sufrimientos del miedo. Cuanto más miedo tenga, más odiará. Y el odio es también un antídoto de la vergüenza. Por tanto, para hacer una herida profunda en su caridad, primero debes vencer su valor. Ahora bien. Esto es un asunto peliagudo. Hemos hecho que los hombres se enorgullezcan de la mayor parte de los vicios, pero no de la cobardía. Cada vez que hemos estado a punto de lograrlo, el Enemigo permite una guerra o un terremoto o cualquier otra calamidad, y al instante el valor resulta tan obviamente encantador e importante, incluso a los ojos de los humanos, que toda nuestra labor es arruinada, y todavía queda un vicio del que sienten auténtica vergüenza. El peligro de inculcar la cobardía a nuestros pacientes, por tanto, estriba en que provocamos verdadero conocimiento de sí mismos y verdadero autodesprecio, con el arrepentimiento y la humildad consiguientes. Y, de hecho, durante la última guerra, miles de humanos, al descubrir su cobardía, descubrieron la moral por primera vez. En la paz, podemos hacer que muchos de ellos ignoren por completo el bien y el mal; en peligro, la cuestión se les plantea de tal forma en la que ni siquiera nosotros podemos cegarles. Esto supone un cruel dilema para nosotros. Si fomentásemos la justicia y la caridad entre los hombres, le haríamos el juego directamente al Enemigo; pero si les conducimos al comportamiento opuesto, esto produce antes o después (porque Él permite que lo produzca) una guerra o una revolución, y la ineludible alternativa entre la cobardía y el valor despierta a miles de hombres del letargo moral.Ésta es,  de hecho, probablemente, una de las razones del Enemigo para crear un mundo peligroso, un mundo en el que las cuestiones morales se plantean a fondo. El ve tan bien como tú que el valor no es simplemente una de las virtudes, sino la forma de todas las virtudes en su punto de prueba, lo que significa en el punto de máxima realidad. Una castidad o una honradez o una piedad que cede ante el peligro será casta u honrada o piadosa sólo con condiciones. Pilatos fue piadoso hasta que resultó arriesgado. 
Es posible, por tanto, perder tanto como ganamos haciendo de tu hombre un cobarde: ¡puede aprender demasiado sobre sí mismo! Siempre existe la posibilidad, claro está, no de cloroformizar la vergüenza, sino de agudizarla y provocar la desesperación. Esto sería un gran triunfo. Demostraría que había creído en el perdón de sus otros pecados por el Enemigo, y que lo había aceptado, sólo porque él mismo no sentía completamente su pecaminosidad; que con respecto al único vicio cuya completa profundidad de deshonra comprende no puede buscar el Perdón, ni confiar en él. Pero me temo que le has dejado avanzar demasiado en la escuela del Enemigo, y que sabe que la desesperación es un pecado más grave que cualquiera de los que la producen. 
En cuanto a la técnica real de la tentación a la cobardía, no hace falta decir mucho. Lo fundamental es que las precauciones tienden a aumentar el miedo. Las precauciones públicamente impuestas a tu paciente, sin embargo, pronto se convierten en una cuestión rutinaria, y ese efecto desaparece. Lo que debes hacer es mantener dando vueltas por su cabeza (al lado cíe la intención consciente de cumplir con su deber) la vaga idea de todo lo que puede hacer o no hacer, dentro del marco de su deber, que parece darle un poco más de seguridad. Desvía su pensamiento de la simple regla ("Tengo que permanecer aquí y hacer tal y cual cosa") a una serie de hipótesis imaginarias. ("Si ocurriese A — aunque espero que no— podría hacer B, y en el peor de los casos, podría hacer C.") Si nos las reconoce como tales, se le pueden inculcar supersticiones. La cuestión es hacer que no deje de tener la sensación de que, aparte del Enemigo y del valor que el Enemigo le infunde, tiene algo a lo que recurrir, de forma que lo que había de ser una entrega total al deber, se vea totalmente minado por pequeñas reservas inconscientes. Fabricando una serie de recursos imaginarios para impedir "lo peor", puedes provocar, a ese nivel de su voluntad del que no es consciente, la decisión de que  no  ocurrirá "lo peor". Luego, en el momento de verdadero terror, méteselo en los nervios y en los músculos y puedes conseguir que cometa el acto fatal antes de que sepa qué te propones. Porque, recuérdalo, el acto de cobardía es lo único que importa; la emoción del miedo no es, en sí, un pecado, y, aunque disfrutamos de ella, no nos sirve para nada.
Tu cariñoso tío,
ESCRUTOPO

domingo, 10 de abril de 2011

Cartas del Diablo a su sobrino: vigésimaoctava carta

Por C. S. Lewis
XXVIII
Mi querido Orugario:
Cuando te dije que no llenases tus cartas de basura acerca de la guerra quería decir, por supuesto, que no quería oír tus rapsodias más bien infantiles sobre la muerte de los hombres y la destrucción de las ciudades. En la medida en que la guerra afecte realmente el estado espiritual del paciente, naturalmente quiero informes completos. Y en este aspecto pareces singularmente obtuso. Así, me cuentas con alegría que hay motivos para esperar intensos ataques aéreos sobre la ciudad donde vive el paciente. Este es un ejemplo atroz de algo acerca de lo que ya me he lamentado: la facilidad con que olvidas la finalidad principal de tu goce inmediato del sufrimiento humano. ¿No sabes que las bombas matan hombres? ¿O no te das cuenta de que la muerte del paciente, en este momento, es precisamente lo que queremos evitar? Ha escapado de los amigos mundanos con los que intentaste liarle; se ha "enamorado" de una mujer muy cristiana y de momento es inmune a tus ataques contra su castidad; y los diferentes métodos de corromper su vida espiritual que hemos probado hasta ahora no han tenido éxito. En este momento, cuando todo el impacto de la guerra se acerca y sus esperanzas mundanas ocupan un lugar proporcionalmente inferior en su mente, llena de su trabajo de defensa, llena de la chica, obligada a ocuparse de sus vecinos más que nunca lo había hecho y gustándole más de lo que esperaba, "fuera de sí mismo", como dicen los humanos, y aumentando cada día su dependencia consciente del Enemigo, es casi seguro que le perderemos si muere esta noche. Esto es tan evidente que me da vergüenza escribirlo. Me pregunto a veces si no se os mantendrá a los diablos jóvenes durante demasiado tiempo seguido en misiones de tentación, si no corréis algún peligro de resultar infectados por los sentimientos y valores de los humanos entre los que trabajáis. Ellos, por supuesto, tienden a considerar la muerte como el mal máximo, y la supervivencia como el bien supremo. Pero esto es porque les hemos educado para que pensaran así. No nos dejemos contagiar por nuestra propia propaganda. Ya sé que parece extraño que tu objetivo primordial por el momento sea precisamente aquello por lo que rezan la novia y la madre del paciente; es decir, su seguridad física. Pero así es: deberías estar cuidándole como la niña de tus ojos. Si muere ahora, lo pierdes. Si sobrevive a la guerra, siempre hay esperanza. El Enemigo le ha protegido de ti durante la primera gran oleada de tentaciones. Pero, sólo con que se le pueda mantener vivo, tendrás al tiempo mismo como aliado tuyo. Los largos, aburridos y monótonos años de prosperidad en la edad madura o de adversidad en la misma edad son un excelente tiempo de combate. Es tan difícil para estas criaturas el  perseverar...  La rutina de la adversidad, la gradual decadencia de los amores juveniles y de las esperanzas juveniles, la callada desesperación (apenas sentida como dolorosa) de superar alguna vez las tentaciones crónicas con que una y otra vez les hemos derrotado, la tristeza que creamos en sus vidas, y el resentimiento incoherente con que les enseñamos a reaccionar a ella, todo esto proporciona admirables oportunidades para desgastar un alma por agotamiento. Si, por el contrario, su edad madura resulta próspera, nuestra posición es aún más sólida. La prosperidad une a un hombre al Mundo. Siente que está "encontrando su lugar en él", cuando en realidad el mundo está encontrando su lugar en él. Su creciente prestigio, su cada vez más amplio círculo de conocidos, la creciente presión de un trabajo absorbente y agradable, construyen en su interior una sensación de estar realmente a gusto en la Tierra, que es precisamente lo que nos conviene. Notarás que los jóvenes suelen generalmente resistirse menos a morir que los maduros y los viejos. 
Lo cierto es que el Enemigo, tras haber extrañamente destinado a estos meros animales a la vida en Su propio mundo eterno, les ha protegido bastante eficazmente del peligro de sentirse a gusto en cualquier otro sitio. Por eso debemos con frecuencia desear una larga vida a nuestros pacientes; en setenta años no sobra un día para la difícil tarea de desenmarañar sus almas del Cielo y edificar una firme atadura a la Tierra. Mientras sonjóvenes, siempre les encontramos saliéndose por la tangente. Incluso si nos las arreglamos para mantenerles ignorantes de la religión explícita, los imprevisibles vientos de la fantasía, la música y la poesía —el mero rostro de una muchacha, el canto de un pájaro, o la visión de un horizonte— siempre están volando por los aires toda nuestra estructura.  No se dedicarán firmemente al progreso mundano, ni a las relaciones prudentes, ni a la política de seguridad ante todo. Su apetito del Cielo es tan empedernido que nuestro mejor método, en esta etapa, para atarles a la Tierra es hacerles creer que la Tierra puede ser convertida en el Cielo en alguna fecha futura por la política o la eugenesia o la "ciencia" o la psicología o cualquier cosa. La verdadera mundanidad es obra del tiempo, ayudado, naturalmente, por el orgullo, porque les enseñamos a describir la muerte que avanza, arrastrándose como Buen Sentido o Madurez o Experiencia. La experiencia, en el peculiar sentido que les enseñamos a darle, es, por cierto, una palabra de gran utilidad. Un gran filósofo humano casi reveló nuestro secreto cuando dijo que, en lo referente a la Virtud, "la experiencia es la madre de la ilusión"; pero gracias a un cambio de moda, y gracias también, por supuesto, al Punto de Vista Histórico, hemos hecho prácticamente inofensivo su libro. 
Puede calcularse lo inapreciable que es el tiempo para nosotros por el hecho de que el Enemigo nos conceda tan poco. La mayor parte de la raza humana muere en la infancia; de los supervivientes, muchos mueren en la juventud. Es obvio que para Él el nacimiento humano es importante sobre todo como forma de hacer posible la muerte humana, y la muerte sólo como pórtico a esa otra clase de vida. Se nos permite trabajar únicamente sobre una minoría selecta de la raza, porque lo que los humanos llaman una "vida normal" es la excepción. Al parecer, Él quiere que algunos —pero sólo muy pocos— de los animales humanos con que está poblando el Cielo hayan tenido la experiencia de resistirnos a lo largo de una vida terrenal de sesenta o setenta años. Bueno, ésa es nuestra oportunidad. Cuanto menor sea, mejor hemos de aprovecharla. Hagas lo que hagas, mantén a tu paciente tan a salvo como te sea posible.
Tu cariñoso tío,
ESCRUTOPO

sábado, 9 de abril de 2011

Cartas del Diablo a su sobrino: vigésimaséptima carta

Por C. S. Lewis
XXVII
Mi querido Orugario:
Pareces estar consiguiendo muy poco por ahora. La utilidad de su "amor" para distraer su pensamiento del Enemigo es, por supuesto, obvia, pero revelas el pobre uso que estás haciendo de él cuando dices que la cuestión de la distracción y del pensamiento errante se han convertido ahora en uno de los temas principales de sus oraciones. Eso significa que has fracasado en gran medida. Cuando ésta o cualquier otra distracción cruce su mente, deberías animarle a apartarla por pura fuerza de voluntad y a tratar de proseguir su oración normal como si no hubiese pasado nada; una vez que acepta la distracción como su problema actual y expone eso ante el Enemigo y lo hace el tema principal de sus oraciones y de sus esfuerzos, entonces, lejos de hacer bien, has hecho daño. Cualquier cosa, incluso un pecado, que tenga el efecto final de acercarle al Enemigo, nos perjudica a la larga. 
Un curso de acción prometedor es el siguiente; ahora que está enamorado, una nueva idea de la felicidad  terrena  ha nacido en su mente; y de ahí una nueva urgencia en sus oraciones, de petición: sobre esta guerra y otros asuntos semejantes. Ahora es el momento de suscitar dificultades intelectuales cerca de esta clase de oraciones. La falsa espiritualidad debe estimularse siempre. Con el motivo aparentemente piadoso de que "la alabanza y la comunión con Dios son la verdadera oración", con frecuencia se puede atraer a los humanos a la desobediencia directa al Enemigo. Quien (en su habitual estilo plano, vulgar, sin interés) les ha dicho claramente que recen por el pan de cada día y por la curación de sus enfermos. Les ocultarás, naturalmente, el hecho de que la oración por el pan de cada día, interpretada en un "sentido espiritual", es en el fondo tan vulgarmente de petición como en cualquier otro sentido.
Ya que tu paciente ha contraído el terrible hábito de la obediencia, probablemente seguirá rezando oraciones tan "vulgares" hagas lo que hagas. Pero puedes preocuparle con la obsesionante sospecha de que tal práctica es absurda y no puede tener resultados objetivos. No olvides usar el razonamiento: "Cara, yo gano; cruz, tú pierdes". Si no ocurre lo que él pide, entonces eso es una prueba más de que las oraciones de petición no sirven; si ocurre, será capaz, naturalmente, de ver algunas de las causas físicas que condujeron a ello, y "por tanto, hubiese ocurrido de cualquier modo", y así una petición concedida resulta tan buena prueba como una denegada de que las oraciones son ineficientes.
Tú, al ser un espíritu, encontrarás difícil de entender cómo se engaña de este modo. Pero debes recordar que él toma el tiempo por una realidad definitiva. Supone que el Enemigo, como él, ve algunas cosas como presentes, recuerda otras como pasadas, y prevé otras como futuras; o, incluso si cree que el Enemigo no ve las cosas de ese modo, sin embargo, en el fondo de su corazón, considera eso como una particularidad del modo de percepción del Enemigo; no cree realmente (aunque diría que sí) que las cosas son tal como las ve el Enemigo. Si tratases de explicarle que las oraciones de los hombres de hoy son una de las incontables coordenadas con las que el Enemigo armoniza el tiempo que hará mañana, te replicaría que entonces el Enemigo siempre supo que los hombres iban a rezar esas oraciones y, por tanto, no rezaron libremente sino que estaban predestinados a hacerlo. Y añadiría que el tiempo que hará un día dado puede trazarse a través de sus causas hasta la creación originaria de la materia misma, de forma que todo, tanto desde el lado humano como desde el material, está "dado desde el principio". Lo que debería decir es, por supuesto, evidente para nosotros: que el problema de adaptar el tiempo particular a las oraciones particulares es meramente la aparición, en dos puntos de su forma de percepción temporal, del problema total de adaptar el universo espiritual entero al universo corporal entero; que la creación en su totalidad actúa en todos los puntos del espacio y del tiempo, o mejor, que su especie de conciencia les obliga a enfrentarse con el acto creadorcompleto y coherente como una serie de acontecimientos sucesivos.  Por qué  ese acto creador deja sitio a su libre voluntad es el problema de los problemas, el secreto oculto tras las tonterías del Enemigo acerca del "Amor".  Cómo  lo hace no supone problema alguno, porque el Enemigo no prevé a los humanos haciendo sus libres aportaciones en el futuro, sino que los ve haciéndolo en su Ahora ilimitado. Y, evidentemente, contemplar a un hombre haciendo algo no es obligarle a hacerlo.
Se puede replicar que algunos escritores humanos entrometidos, notablemente Boecio, han divulgado este secreto. Pero en el clima intelectual que al fin hemos logrado suscitar por toda la Europa occidental, no debes preocuparte por eso. Sólo los eruditos leen libros antiguos, y nos hemos ocupado ya de los eruditos para que sean, de todos los hombres, los que tienen menos probabilidades de adquirir sabiduría leyéndolos. Hemos conseguido esto inculcándoles el Punto de Vista Histórico. El Punto de Vista Histórico significa, en pocas palabras, que cuando a un erudito se le presenta una afirmación de un autor antiguo, la única cuestión que nunca se plantea es si es verdad. Se pregunta quién influyó en el antiguo escritor, y hasta qué punto su afirmación es consistente con lo que dijo en otros libros, y qué etapa de la evolución del escritor, o de la historia general del pensamiento, ilustra, y cómo afectó a escritores posteriores, y con qué frecuencia ha sido mal interpretado (en especial por los propios colegas del erudito) y cuál ha sido la marcha general de su crítica durante los últimos diez años, y cuál es el "estado actual de la cuestión". Considerar al escritor antiguo como una posible fuente de conocimiento —presumir que lo que dijo podría tal vez modificar los pensamientos o el comportamiento de uno—, sería rechazado como algo indeciblemente ingenuo. Y puesto que no podemos engañar continuamente a toda la raza humana, resulta de la máxima importancia aislar así a cada generación de las demás; porque cuando el conocimiento circula libremente entre unas épocas y otras, existe siempre el peligro de que los errores característicos de una puedan ser corregidos por las verdades características de otra. Pero, gracias a Nuestro Padre y al Punto de Vista Histórico, los grandes sabios están ahora tan poco nutridos por el pasado como el más ignorante mecánico que mantiene que "la historia es un absurdo". 
Tu cariñoso tío,
ESCRUTOPO

viernes, 8 de abril de 2011

Cartas del Diablo a su sobrino: vigésimasexta carta

Por C. S. Lewis
XXVI
Mi querido Orugario:
Sí; el noviazgo es el momento de sembrar esas semillas que engendrarán, diez años después, el odio doméstico. El encantamiento del deseo insaciado produce resultados que se puede hacer que los humanos confundan con los resultados de la caridad. Aprovéchate de la ambigüedad de la palabra. "Amor": déjales pensar que han resuelto mediante el amor problemas que de hecho sólo han apartado o pospuesto bajo la influencia de este encantamiento. Mientras dura, tienes la oportunidad de fomentar en secreto los problemas y hacerlos crónicos.
El gran problema es el del "desinterés". Observa, una vez más, el admirable trabajo de la Rama Filológica al sustituir por el negativo desinterés la positiva caridad del Enemigo. Gracias a ello, puedes desde el principio enseñar a un hombre a renunciar a beneficios no para que otros puedan gozar de tenerlos, sino para poder ser "desinteresado" renunciando a ellos. Este es un gran punto ganado. Otra gran ayuda, cuando las partes implicadas son hombre y mujer, es la diferencia de opinión que hemos establecido entre los sexos acerca del desinterés. Una mujer entiende por desinterés, principalmente, tomarse molestias por los demás; para un hombre significa no molestar a los demás. En consecuencia, una mujer muy entregada al servicio del Enemigo se convertirá en una molestia mucho mayor que cualquier hombre, excepto aquellos a los que Nuestro Padre ha dominado por completo; e, inversamente, un hombre vivirá durante mucho tiempo en el campo del Enemigo antes de que emprenda tanto trabajo espontáneo para agradar a los demás como el que una mujer completamente corriente puede hacer todos los días. Así, mientras que la mujer piensa en hacer buenas obras y el hombre en respetar los derechos de los demás, cada sexo, sin ninguna falta de razón evidente, puede considerar y considera al otro radicalmente egoísta. 
Además de todas estas confusiones, tú puedes añadir algunas más. El encantamiento erótico produce una mutua complacencia en la que a cada uno le agrada realmente ceder a los deseos del otro. También saben que el Enemigo les exige un grado de caridad que, de ser alcanzado, daría lugar a actos similares. Debes hacer que establezcan como una ley para toda su vida de casados ese grado de mutuo sacrificio de sí que actualmente mana espontáneo del encantamiento pero que, cuando el encantamiento se desvanezca, no tendrán caridad suficiente para permitirles realizarlos. No verán la trampa, ya que están bajo la doble ceguera de confundir la excitación sexual con la caridad y de pensar que la excitación durará. 
Una vez establecida como norma una especie de desinterés oficial, legal o nominal — una regla para cuyo cumplimiento sus recursos emocionales se han desvanecido y sus recursos espirituales aún no han madurado—, se producen los más deliciosos resultados. Al considerar cualquier acción conjunta, resulta obligatorio que A argumente a favor de los supuestos deseos de B y en contra de los propios, mientras B hace lo contrario. Con frecuencia, es imposible averiguar cuáles son los auténticos deseos de cualquiera de las partes; con suerte, acaban haciendo algo que ninguno quiere mientras que cada uno siente una agradable sensación de virtuosidad y abriga una secreta exigencia de trato preferencial por el desinterés de que ha dado prueba y un secreto motivo de rencor hacia el otro por la facilidad con que ha aceptado su sacrificio. Más tarde, puedes adentrarte en lo que podría denominarse la Ilusión del Conflicto Generoso. Este juego se juega mejor con más de dos jugadores, por ejemplo en una familia con chicos mayores. Se propone algo completamente trivial, como tomar el té en el jardín. Un miembro de la familia se cuida de dejar bien claro (aunque no con palabras) que preferiría no hacerlo, pero que, por supuesto, está dispuesto a hacerlo, por "desinterés". Los demás retiran al instante' su propuesta, ostensiblemente a causa de su propio "desinterés", pero en realidad porque no quieren ser utilizados  como una especie de maniquí sobre el que el primer interlocutor deje caer altruismos baratos. Pero éste no se va a dejar privar de su orgía de desinterés. Insiste en hacer "lo que los otros quieren". Ellos insisten en hacer lo que él quiere. Los ánimos se caldean. Pronto alguien está diciendo: "¡Muy bien, pues entonces no tomaremos té en ningún sitio!", a lo que sigue una verdadera discusión, con amargo resentimiento por ambos lados. ¿Ves cómo se consigue? Si cada uno hubiese estado defendiendo francamente su verdadero deseo, todos se habrían mantenido dentro de los límites de la razón y la cortesía; pero, precisamente porque la discusión está invertida y cada lado está contendiendo la batalla del otro lado, toda la amargura que realmente fluye de la virtuosidad y la obstinación frustradas y de los motivos de rencor acumulados en los últimos diez años, queda ocultada por el "desinterés" oficial o nominal de lo que están haciendo, o, por lo menos, les sirve como motivo para que se les excuse. Cada lado es, de hecho, plenamente consciente de lo barato que es el desinterés del adversario y de la falsa posición a la que está tratando de empujarles; pero cada uno se las arregla, para sentirse irreprochable y abusado, sin más deshonestidad de la que resulta natural en un hombre.
Un humano sensato dijo: "Si la gente supiese cuántos malos sentimientos ocasiona el desinterés, no se recomendaría tan a menudo desde el pulpito; y además: "Es el tipo de mujer que vive para los demás: siempre puedes distinguir a los demás por su expresión de acosados". Todo esto puede iniciarse incluso en el período de noviazgo. Un poco de auténtico egoísmo por parte de tu paciente es con frecuencia de menor valor a la larga, para hacerse con su alma, que los primeros comienzos de ese elaborado y consciente desinterés que puede un día florecer en algo como lo que te he descrito. Cierto grado de falsedad mutua, cierta sorpresa de que la chica no siempre note lo desinteresado que está siendo, se pueden meter de contrabando ya. Cuida mucho estas cosas y, sobre todo, no dejes que los tontos jóvenes se den cuenta de ellas. Si las notan, estarán en camino de descubrir que el "amor" no es bastante, que se necesita caridad y aún no la han alcanzado, y que ninguna ley externa puede suplir su función. Me gustaría que Suburbiano pudiera hacer algo para minar el sentido del ridículo de esa joven.
Tu cariñoso tío,
ESCRUTOPO

jueves, 7 de abril de 2011

Cartas del Diablo a su sobrino: vigésimoquinta carta

Por C. S. Lewis
XXV
Mi querido Orugario:
El verdadero inconveniente del grupo en el que vive tu paciente es que es meramente cristiano. Todos tienen intereses individuales, claro, pero su lazo de unión sigue siendo el mero cristianismo. Lo que nos conviene, si es que los hombres se hacen cristianos, es mantenerles en el estado de ánimo que yo llamo "el cristianismo y...". Ya sabes: el cristianismo y la Crisis, el cristianismo y la  Nueva Psicología, el cristianismo y el Nuevo Orden, el cristianismo y la Fe Curadora, el cristianismo y la Investigación Psíquica, el cristianismo y el Vegetarianismo, el cristianismo y la Reforma Ortográfica. Si han de ser cristianos, que al menos sean cristianos con una diferencia. Sustituir la fe misma por alguna moda de tonalidad cristiana. Trabajar sobre su horror a Lo Mismo de Siempre. 
El horror a Lo Mismo de Siempre es una de las pasiones más valiosas que hemos producido en el corazón humano: una fuente sin fin de herejías en lo religioso, de locuras en los consejos, de infidelidad en el matrimonio, de inconstancia en la amistad. Los humanos viven en el tiempo y experimentan la realidad sucesivamente. Para experimentar gran parte de la realidad, consecuentemente, deben experimentar muchas cosas diferentes; en otras palabras, deben experimentar el cambio. Y ya que necesitan el cambio, el Enemigo (puesto que, en el fondo, es un hedonista) ha hecho que el cambio les resulte agradable, al igual que ha hecho que comer sea agradable. Pero como Él no desea que hagan del cambio, ni de comer, un fin en sí mismo, ha contrapesado su amor al cambio con su amor a lo permanente. Se las ha arreglado para gratificar ambos gustos al mismo tiempo en el mundo que Él ha creado, mediante esa fusión del cambio y la permanencia que llamamos ritmo. Les da las estaciones, cada una diferente pero cada año las mismas, de tal forma que la primavera resulta siempre una novedad y al mismo tiempo la repetición de un tema inmemorial. Les da, en su Iglesia, un año litúrgico; cambian de un ayuno a un festín, pero es el mismo festín que antes.
Ahora bien, al igual que aislamos y exageramos el placer de comer para producir la glotonería, aislamos y exageramos el natural placer del cambio y lo distorsionamos hasta una exigencia de absoluta novedad. Esta exigencia es enteramente producto de nuestra eficiencia. Si descuidamos nuestra tarea, los hombres no sólo se sentirán satisfechos, sino transportados por la novedad y familiaridad combinadas de los copos de nieve de  este enero, del amanecer de esta mañana, del pudding de estas Navidades. Los niños, hasta que les hayamos enseñado otra cosa, se sentirán perfectamente felices con una ronda de juegos según las estaciones, en la que saltar a la pata coja sucede a las canicas tan regularmente como el otoño sigue al verano. Sólo gracias a nuestros incesantes esfuerzos se mantiene la exigencia de cambios infinitos, o arrítmicos.
Esta exigencia es valiosa en varios sentidos. En primer lugar, reduce el placer mientras aumenta el deseo. El placer de la novedad, por su misma naturaleza, está más sujeto que cualquier otro a la ley del rendimiento decreciente. Una novedad continua cuesta dinero, de forma que su deseo implica avaricia o infelicidad, o ambas cosas. Y además, cuanto más ansioso sea este deseo, antes debe engullir todas las fuentes inocentes de placer y pasar a aquellas que el Enemigo prohíbe. Así, exacerbando el horror a Lo Mismo de Siempre, hemos hecho recientemente las Artes, por ejemplo, menos peligrosas para nosotros que nunca lo fueron, pues ahora tanto los artistas "intelectuales" como los "populares" se ven empujados por igual a cometer nuevos y nuevos excesos de lascivia, sinrazón, crueldad y orgullo. Por último, el afán de novedad es indispensable para producir modas o bogas. 
La utilidad de las modas en el pensamiento es distraer la atención de los hombres de sus auténticos peligros. Dirigimos la protesta de moda en cada generación contra aquellos vicios de los que está en  menos peligro de caer, y fijamos su aprobación en la virtud más próxima a aquel vicio que estamos tratando de hacer endémico. El juego consiste en hacerles correr de un lado a otro con extintores de incendios cuando hay una inundación, y todos amontonándose en el lado del barco que está ya casi con la borda sumergida. Así, ponemos de moda denunciar los peligros del entusiasmo en el momento preciso en que todos se están haciendo mundanos e indiferentes; un siglo después, cuando estamos realmente haciendo a todos byronianos y ebrios de emoción, la protesta en boga está dirigida contra los peligros del mero "entendimiento". Las épocas crueles son puestas en guardia contra el Sentimentalismo, las casquivanas y ociosas contra la Respetabilidad, las libertinas contra el Puritanismo; y siempre que todos los hombres realmente están apresurándose a convertirse en esclavos o tiranos, hacemos del Liberalismo la máxima pesadilla.
Pero el mayor triunfo de todos es elevar este horror a Lo Mismo de Siempre a una filosofía, de forma que el sin sentido en el intelecto pueda reforzar la corrupción de la voluntad. Es en este aspecto en el que el carácter Evolucionista o Histórico del moderno pensamiento europeo (en parte obra nuestra) resulta tan útil. Al Enemigo le encantan los tópicos. Acerca de un plan de acción propuesto Él quiere que los hombres, hasta donde alcanzo a ver, se hagan preguntas muy simples: ¿Es justo? ¿Es prudente? ¿Es posible? Ahora, si podemos mantener a los hombres preguntándose: "¿Está de acuerdo con la tendencia general de nuestra época? ¿Es progresista o reaccionario? ¿Es éste el curso de la Historia?", olvidarán las preguntas relevantes. Y las preguntas que se  hacen  son, naturalmente, incontestables; porque no conocen el futuro, y lo que será el futuro depende en gran parte precisamente de aquellas elecciones en que ellos invocan al futuro para que les ayude a hacerlas. En consecuencia, mientras sus mentes están zumbando en este vacío, tenemos la mejor ocasión para colarnos, e inclinarles a la acción que nosotros hemos decidido. Y ya se ha hecho muy buen trabajo. En un tiempo, sabían que algunos cambios era a mejor, y otros a peor, y aún otros indiferentes. Les hemos quitado en gran parte este conocimiento. Hemos sustituido el adjetivo descriptivo "inalterado" por el adjetivo emocional "estancado". Les hemos enseñado a pensar en el futuro como una tierra prometida que alcanzan los héroes privilegiados, no como algo que alcanza todo el mundo al ritmo de sesenta minutos por hora, haga lo que haga, sea quien sea. 
Tu cariñoso tío,
ESCRUTOPO

miércoles, 6 de abril de 2011

Cartas del Diablo a su sobrino: vigésimatercera carta

Por C. S. Lewis
XXIV
Mi querido Orugario:
Me he estado escribiendo con Suburbiano, que tiene a su cargo a la joven de tu paciente; y empiezo a ver su punto débil. Es un pequeño vicio que no llama la atención y que comparte con casi todas las mujeres que se han criado en un círculo inteligente y unido por una creencia claramente definida; consiste en la suposición, completamente inconsciente, de que los extraños que no comparten esta creencia son realmente demasiado estúpidos y ridículos. Los hombres, que suelen tratar a estos extraños, no tienen este sentimiento; su confianza, si son confiados, es de otra clase. La de ella, que ella cree debida a la fe, en realidad se debe en gran parte al mero contagio de su entorno. No es, de hecho, muy diferente de la convicción que tendría, a los diez años de edad, de que el tipo de cuchillos de pescado que se usaban en la casa de su padre eran del tipo adecuado, o normal, o "auténtico", mientras que los de las familias vecinas no eran en absoluto "auténticos cuchillos de pescado". Ahora, el elemento de ignorancia e ingenuidad que hay en esta convicción es tan grande, y tan pequeño el elemento de orgullo espiritual, que nos da pocas esperanzas respecto a la chica misma. Pero, ¿has pensado cómo puede usarse para influir en tu paciente?
Es siempre el novicio el que exagera. El hombre que ha ascendido en la escala social es demasiado refinado; el joven estudioso es pedante. Tu paciente es un novicio en este nuevo círculo. Está allí a diario, encontrando una calidad de vida cristiana que nunca antes imaginó, y viéndolo todo a través de un cristal encantado, porque está enamorado. Está impaciente (de hecho, el Enemigo se lo ordena) por imitar esta cualidad. ¿Puedes conseguir que imite este defecto de su amada, y que lo exagere hasta que lo que era venial en ella resulte, en él, el más poderoso y el más bello de los vicios: el Orgullo Espiritual? Las condiciones parecen idealmente favorables. El nuevo círculo en el que se encuentra es un círculo del que tiene la tentación de sentirse orgulloso por muchos otros motivos, aparte de su cristianismo. Es un grupo mejor educado, más inteligente y más agradable que ninguno de los que ha conocido hasta ahora. También está un tanto ilusionado en cuanto al lugar que ocupa en él. Bajo la influencia del "amor", puede considerarse todavía indigno de ella, pero está rápidamente dejando de sentirse indigno de los demás. No tiene ni idea de cuántas cosas le perdonan porque son caritativos, ni de cuántas le aguantan porque ahora, es uno de la familia. No se imagina cuánto de su conversación, cuántas de sus opiniones, ellos reconocen como ecos de las suyas. Aún sospecha menos cuánto del gozo que siente con esas personas se debe al encanto erótico que, para él, esparce la chica a su alrededor. 
Cree que le gusta su conversación y su modo de vida a causa de alguna concordancia entre su estado espiritual y el suyo, cuando, de hecho, ellos están tan mucho más allá que él que, si no estuviese enamorado, se sentiría meramente asombrado y repelido por mucho de lo que ahora acepta. ¡Es como un perro que se creyese que entendía de armas de fuego porque su instinto de cazador y su cariño a su amo le permiten disfrutar de un día de caza! Esta es tu ocasión. Mientras que el Enemigo, por medio del amor sexual y de unas personas muy simpáticas y muy adelantadas en su servicio, está tirando del joven bárbaro hasta niveles que de otro modo nunca podría haber alcanzado, debes hacerle creer que está encontrando el nivel que le corresponde: que ésa es su "clase" de gente y que, al llegar a ellos, ha llegado a su hogar. Cuando vuelva de ellos a la compañía de otras personas, las encontrará aburridas; en parte porque casi cualquier compañía a su alcance es, de hecho, mucho menos amena, pero más todavía porque echará de menos el encanto de la joven. 
Debes enseñarle a confundir este contraste entre el círculo que le encanta y el círculo que le aburre con el contraste entre cristianos y no creyentes. Se le debe hacer sentir (más vale que no lo formule con palabras) "¡qué distintos somos los cristianos!"; y por "nosotros los cristianos" debe referirse, en realidad, a "mi grupo"; y por "mi grupo" debe entender no "las personas que, por su caridad y humildad, me han aceptado", sino ."las personas con que me asocio por derecho".
Nuestro éxito en esto se basa en confundirle. Si tratas de hacerle explícita y reconocidamente orgulloso de ser cristiano, probablemente fracasarás; las advertencias del Enemigo son demasiado conocidas. Si, por otra parte, dejas que la idea de "nosotros los cristianos" desaparezca por completo y meramente le haces autosatisfecho de "su grupo", producirás no orgullo espiritual sino mera vanidad social, que es, en comparación, un inútil e insignificante pecadillo. Lo que necesitas es mantener una furtiva autofelicitación interfiriendo todos sus pensamientos, y no dejarle nunca hacerse la pregunta:  "¿De qué, precisamente, me estoy felicitando?" La idea de pertenecer a un círculo interior, de estar en un secreto, le es muy grata. Juega con eso: enséñale, usando la influencia de esta chica en sus momentos más tontos, a adoptar un aire de diversión ante las cosas que dicen los no creyentes.
Algunas teorías que puede oír en los modernos círculos cristianos pueden resultar útiles; me refiero a teorías que basan la esperanza de la sociedad en algún círculo interior de "funcionarios", en alguna minoría adiestrada de teócratas. No es asunto tuyo si estas teorías son verdaderas o falsas; lo que importa es hacer del cristianismo una religión misteriosa, en la que él se sienta uno de los iniciados. Te ruego que no llenes tus cartas de basura sobre esta guerra europea. Su resultado final es, sin duda, de importancia; pero eso es asunto del Alto Mando. No me interesa lo más mínimo saber cuántas personas han sido muertas por las bombas en Inglaterra. Puedo enterarme del estado de ánimo en que murieron por la oficina destinada a ese fin. Que iban a morir alguna vez ya lo sabía. Por favor, mantén tu mente en tu trabajo.
Tu cariñoso tío,
ESCRUTOPO

martes, 5 de abril de 2011

Cartas del Diablo a su sobrino: vigésimotercera carta

Por C. S. Lewis
XXIII
Mi querido Orugario:
A través de esta chica y de su repugnante familia, el paciente está conociendo ahora cada día a más cristianos, y además cristianos muy inteligentes. Durante mucho tiempo va a ser imposible  extirpar  la espiritualidad de su vida. Muy bien; entonces, debemos corromperla. Sin duda, habrás practicado a menudo el transformarte en un ángel de la luz, como ejercicio de pista. Ahora es el momento de hacerlo delante del Enemigo. El Mundo y la Carne nos han fallado; queda un tercer Poder. Y este tercer tipo de éxito es el más glorioso de todos. Un santo echado a perder, un fariseo, un inquisidor, o un brujo, es considerado en el Infierno como una mejor pieza cobrada que un tirano o un disoluto corriente.
Pasando revista a los nuevos amigos de tu paciente, creo que el mejor punto de ataque sería la línea fronteriza entre la teología y la política. Varios de sus nuevos amigos son muy conscientes de las implicaciones sociales de su religión. Eso, en sí mismo, es malo; pero puede aprovecharse en nuestra ventaja. Descubrirás que muchos escritores políticos cristianos piensan que el cristianismo empezó a deteriorarse, y a apartarse de la doctrina de su Fundador, muy temprano. Debemos usar esta idea para estimular una vez más la idea de un "Jesús histórico", que puede encontrarse apartando posteriores "añadidos y perversiones", y que debe luego compararse con toda la tradición cristiana. En la última generación, promovimos la construcción de uno de estos "Jesuses históricos" según pautas liberales y humanitarias; ahora estamos ofreciendo un "Jesús histórico" según pautas marxistas, catastrofistas y revolucionarias. Las ventajas de estas construcciones, que nos proponemos cambiar cada treinta años o así, son múltiples. En primer lugar, todas ellas tienden a orientar la devoción de los hombres hacia algo que no existe, porque todos estos "Jesuses históricos" son ahistóricos. Los documentos dicen lo que dicen, y no puede añadírseles nada; cada nuevo "Jesús histórico", por tanto, ha de ser extraído de ellos, suprimiendo unas cosas y exagerando otras, y por ese tipo de  deducciones (brillantes  es el adjetivo que les enseñamos a los humanos a aplicarles) por las que nadie arriesgaría cinco monedas en la vida normal, pero que bastan para producir una cosecha de nuevos Napoleones, nuevos Shakespeares y nuevos Swifts en la lista de otoño de cada editorial. En segundo lugar, todas estas construcciones depositan la importancia de su "Jesús histórico" en alguna peculiar teoría que se supone que Él ha promulgado. Tiene que ser un "gran hombre" en el sentido moderno de la palabra, es decir, situado en el extremo de alguna línea de pensamiento centrífuga y desequilibrada: un chiflado que vende una panacea. Así distraemos la mente de los hombres de quien Él es y de lo que Él hizo. Primero hacemos de Él tan sólo un maestro, y luego ocultamos la muy sustancial concordancia existente entre Sus enseñanzas y las de todos los demás grandes maestros morales. Porque a los humanos no se les debe permitir notar que todos los grandes moralistas son enviados por el Enemigo, no para informar a los hombres, sino para recordarles, para reafirmar contra nuestra continua ocultación las primigenias vulgaridades morales. Nosotros creamos a los sofistas; Él creó un Sócrates para responderles. Nuestro tercer objetivo es, por medio de estas construcciones, destruir la vida devocional. Nosotros sustituimos la presencia real del Enemigo, que de otro modo los hombres experimentan en la oración y en los sacramentos, por una figura meramente probable, remota, sombría y grosera, que hablaba un extraño lenguaje y que murió hace mucho tiempo. Un objeto así no puede, de hecho, ser adorado. 
En lugar del Creador adorado por su criatura, pronto tienes meramente un líder aclamado por un partidario, y finalmente un personaje destacado, aprobado por un sensato historiador. Y en cuarto lugar, además de ser ahistórica en el Jesús que describe, esta clase de religión es contraria a la historia en otro sentido. Ninguna noción y pocos individuos, se ven arrastrados realmente al campo del Enemigo por el estudio histórico de la biografía deJesús, como mera biografía. De hecho, a los  hombres se les ha privado del material necesario para una biografía completa. Los primeros conversos fueron convertidos por un solo hecho histórico (la Resurrección) y una sola doctrina teológica (la Redención), actuando sobre un sentimiento del pecado que ya tenían; y un pecado no contra una ley inventada como una novedad por un "gran hombre", sino contra la vieja y tópica ley moral universal que les había sido enseñada por sus niñeras y madres. Los "Evangelios" vienen después, y fueron escritos, no para hacer cristianos, sino para edificar a los cristianos ya hechos. 
El "Jesús histórico", pues, por peligroso que pueda parecer para nosotros en alguna ocasión particular, debe ser siempre estimulado. Con respecto a la conexión general entre el cristianismo y la política, nuestra posición es más delicada. Por supuesto, no queremos que los hombres dejen que su cristianismo influya en su vida política, porque el establecimiento de algo parecido a una sociedad verdaderamente justa sería una catástrofe de primera magnitud. Por otra parte, queremos, y mucho, hacer que los hombres consideren el cristianismo como un medio; preferentemente, claro, como un medio para su propia promoción; pero, a falta de eso, como un medio para cualquier cosa, incluso la justicia social. Lo que hay que hacer es conseguir que un hombre valore, al principio, la justicia social como algo que el Enemigo exige, y luego conducirle a una etapa en la que valore el cristianismo porque puede dar lugar a la justicia social. Porque el Enemigo no se deja usar como un instrumento. Los hombres o las naciones que creen que pueden reavivar la fe con el fin de hacer una buena sociedad podrían, para eso, pensar que pueden usar las escaleras del Cielo como un atajo a la farmacia más próxima. Por fortuna, es bastante fácil convencer a los humanos de que hagan eso. Hoy mismo he descubierto en un escritor cristiano un pasaje en el que recomienda su propia versión de cristianismo con la excusa de que "sólo una fe así puede sobrevivir a la muerte de viejas culturas y al nacimiento de nuevas civilizaciones". ¿Ves la pequeña discrepancia? "Creed esto, no porque sea cierto, sino por alguna; otra razón." Ese es el juego.
Tu cariñoso tío,
ESCRUTOPO

Cartas del Diablo a su sobrino: vigésimosegunda carta

Por C. S. Lewis 
XXII
Mi querido Orugario:
¡Vaya! Tu hombre se ha enamorado, y de la peor manera posible, ¡y de una chica que ni siquiera figura en el informe que me enviaste! Puede interesarte saber que el pequeño malentendido con la Policía Secreta que trataste de suscitar a propósito de ciertas expresiones incautas en algunas de mis cartas, ha sido aclarado. Si contabas con eso para asegurarte mis buenos oficios, descubrirás que estás muy equivocado. Pagarás por eso, igual que por tus restantes equivocaciones. Mientras tanto, te envío un folleto, recién aparecido, sobre el nuevo Correccional de Tentadores Incompetentes. Está profusamente ilustrado, y no hallarás en él una página aburrida.
He mirado el expediente de esa chica y estoy aterrado de lo que me encuentro. No sólo una cristiana, sino vaya cristiana: ¡una señorita vil, escurridiza, boba, recatada, lacónica, ratonil, acuosa, insignificante, virginal, prosaica! ¡El animalillo! Me hace vomitar. Apesta y abrasa incluso a través de las mismas páginas del expediente. Me enloquece el modo en que ha empeorado el mundo. La hubiésemos destinado a la arena del circo, en los viejos tiempos: para eso está hecha su clase. Y no es que tampoco allí fuese a servir de mucho, no. Una pequeña tramposa de dos caras (conozco el género), que tiene el aire de ir a desmayarse a la vista de la sangre, y luego muere con una sonrisa. Una tramposa en todos los sentidos. Parece una mosquita muerta, y sin embargo tiene ingenio satírico. El  tipo de criatura que me encontraría DIVERTIDO ¡a mí! Asquerosa, insípida, pacata, y sin embargo dispuesta a caer en los brazos de este bobo, como cualquier otro animal reproductor. ¿Por qué el Enemigo no la fulmina por eso, si Él está tan loco por la virginidad, en lugar de contemplarla sonriente? 
En el fondo, es un hedonista. Todos esos ayunos, y vigilias, y hogueras, y cruces, son tan sólo una fachada. O sólo como espuma en la orilla del mar. En alta mar, en Su alta mar, hay placer y más placer. No hace de ello ningún secreto: a Su derecha hay "placeres eternos". ¡Ay! No creo que tenga la más remota idea del elevado y austero misterio al que descendemos en la Visión Miserífica; Él es vulgar, Orugario; Él tiene mentalidad burguesa: ha llenado Su mundo de placeres. Hay cosas que los humanos pueden hacer todo el día, sin que a Él le importe lo más mínimo: dormir, lavarse, comer, beber, hacer el amor, jugar, rezar, trabajar. Todo ha de ser  retorcido para que nos sirva de algo a nosotros. 
Luchamos en cruel desventaja: nada está naturalmente de nuestra parte. (No es que eso te disculpe a ti.  Ya arreglaré cuentas contigo. Siempre me has odiado y has sido insolente conmigo cuando te has atrevido.) 
Luego, claro, tu paciente llega a conocer a la familia y a todo el círculo de esta mujer. ¿No podías haberte dado cuenta de que la misma casa en que ella vive es una casa en la que él nunca debía haber entrado? Todo el lugar apesta a ese mortífero aroma. El mismo jardinero, aunque sólo lleva allí cinco años, está empezando a adquirirlo. Hasta los huéspedes, tras una visita de un fin de semana, se llevan consigo un poco de este olor. El perro y el gato también lo han cogido. Y una casa llena del impenetrable misterio. Estamos seguros (es una cuestión de principios elementales) de que cada miembro de la familia debe estar, de alguna manera, aprovechándose de los demás; pero no logramos averiguar cómo. Guardan tan celosamente como el Enemigo mismo el secreto de lo que hay detrás de esta pretensión de amor desinteresado. Toda la casa y el jardín son una vasta indecencia. Tiene una repugnante semejanza con la descripción que dio del Cielo un escritor humano: "las regiones donde sólo hay vida y donde, por tanto, todo lo que no es música es silencio". Música y silencio. ¡Cómo detesto ambos! Qué agradecidos debiéramos estar de que, desde que Nuestro Padre ingresó en el Infierno —aunque hace mucho más de lo que los humanos, aún contando en años-luz, podrían medir—, ni un solo centímetro cuadrado de espacio infernal y ni un instante de tiempo infernal hayan sido entregados a cualquiera de esas dos abominables fuerzas, sino que han estado completamente ocupados por el ruido: el ruido, el gran dinamismo, la expresión audible de todo lo que es exultante, implacable y viril; el ruido que, solo, nos defiende de dudas tontas, de escrúpulos desesperantes y de deseos imposibles. Haremos del universo eterno un ruido, al final. Ya hemos hecho grandes progresos en este  sentido en lo que respecta a la Tierra. Las melodías y los silencios del Cielo serán acallados a gritos, al final. Pero reconozco que aún no somos lo bastante estridentes, ni de lejos. Pero estamos investigando. Mientras tanto,  tú,  asqueroso, pequeño...
(Aquí el manuscrito se interrumpe, y prosigue luego con letra diferente.)
En el entusiasmo de la redacción resulta que, sin darme cuenta, me he permitido asumir la forma de un gran miriápodo. En consecuencia, dicto el resto a mi secretario. Ahora que la transformación es completa, me doy cuenta de que es un fenómeno periódico. Algún rumor acerca de ello ha llegado hasta los humanos, y un relato distorsionado figura en el poeta Milton, con el ridículo añadido de que tales cambios de forma son un "castigo" que nos impone el Enemigo. Un escritor más moderno —alguien llamado algo así como Pshaw— se ha percatado, sin embargo, de la verdad. La transformación procede de nuestro interior, y es una gloriosa manifestación de esa Fuerza Vital que Nuestro Padre adoraría, si adorase algo que no fuese a sí mismo. En mi forma actual, me siento aún más impaciente por verte, para unirte a mí en un abrazo indisoluble.

(Firmado) SAPOTUBO
Por orden. Su Abismal Sublimidad Subsecretario.
ESCRUTOPO, T. E. B. S., etc.

domingo, 3 de abril de 2011

Cartas del Diablo a su sobrino: vigésimaprimera carta

Por C. S. Lewis
XXI
Mi querido Orugario:
Sí, un período de tentación sexual es un excelente momento para llevar a cabo un ataque secundario a la impaciencia del paciente. Puede ser, incluso, el ataque principal, mientras piense que es el subordinado. Pero aquí, como en todo lo demás, debes preparar el camino para tu ataque moral nublando su inteligencia.
A los hombres no les irrita la mera desgracia, sino la desgracia que consideran una afrenta. Y la sensación de ofensa depende del sentimiento de que una pretensión legítima les ha sido denegada. Por tanto, cuantas más exigencias a la vida puedas lograr que haga el paciente, más a menudo se sentirá ofendido y, en consecuencia, de mal humor. Habrás observado que nada le enfurece tan fácilmente como encontrarse con que un rato que contaba con tener a su disposición le ha sido arrebatado de imprevisto. Lo que le saca de quicio es el visitante inesperado (cuando se prometía una noche tranquila), o la mujer habladora de un amigo (que aparece cuando él deseaba tener un téte-á-téte con el amigo). 
Todavía no es tan duro y perezoso como para que tales pruebas sean,  en sí mismas, demasiado para su cortesía. Le irritan porque considera su tiempo como propiedad suya, y siente que se lo están robando. Debes, por tanto, conservar celosamente en su cabeza la curiosa suposición: "Mi tiempo es mío". Déjale tener la sensación de que empieza cada día como el legítimo dueño de veinticuatro horas. Haz que considere como una penosa carga la parte de esta propiedad que tiene que entregar a sus patrones, y como una generosa donación aquella parte adicional que asigna a sus deberes religiosos. Pero lo que nunca se le debe permitir dudar es que el total del que se han hecho tales deducciones era, en algún misterioso sentido, su propio derecho personal. 
Esta es una tarea delicada. La suposición que quieres que siga haciendo es tan absurda que, si alguna vez se pone en duda, ni siquiera nosotros podemos encontrar el menor argumento en su defensa. El hombre no puede ni hacer ni retener un instante de tiempo; todo el tiempo es un puro regalo; con el mismo motivo podría considerar el sol y la luna como enseres suyos. En teoría, también está comprometido totalmente al servicio del Enemigo; y si el Enemigo se le apareciese en forma corpórea y le exigiese ese servicio total, incluso por un solo día, no se negaría. Se sentiría muy aliviado si ese único día no supiese nada más difícil que escuchar la conversación de una mujer tonta; y se sentiría aliviado hasta casi sentirse decepcionado si durante media hora de ese día el Enemigo le dijese: "Ahora puedes ir a divertirte". Ahora bien, si medita sobre su suposición durante un momento, tiene que darse cuenta de que, de hecho, está en esa situación todos los días. Cuando hablo de conservar en su cabeza esta suposición, por tanto, lo último que quiero que hagas es darle argumentos en su defensa. No hay ninguno. Tu trabajo es puramente negativo. No dejes que sus pensamientos se acerquen lo más mínimo a ella. Envuélvela en penumbra, y en el centro de esa oscuridad deja que en su sentimiento de propiedad del tiempo permanezca callada, sin inspeccionar, y activa. 
El sentimiento de propiedad en general debe estimularse siempre: Los humanos siempre están reclamando propiedades que resultan igualmente ridículas en el Cielo y en el Infierno, y debemos conseguir que lo sigan haciendo. Gran parte de la resistencia moderna a la castidad procede de la creencia de que los hombres son "propietarios" de sus cuerpos; ¡esos vastos y peligrosos terrenos, que laten con la energía que hizo el Universo en los que se encuentran sin haber dado su consentimiento y de los que son expulsados cuando le parece a Otro! Es como si un infante a quien su padre ha colocado, por cariño, como gobernador titular de una gran provincia, bajo el auténtico mando de sabios consejeros, llegase a imaginarse que realmente son suyas las ciudades, los bosques y los maizales, del mismo modo que son suyos los ladrillos del suelo de su cuarto.Damos lugar a este sentimiento de propiedad no sólo por medio del orgullo, sino también por medio de la confusión. Les enseñamos a no notar los diferentes sentidos del pronombre posesivo: las diferencias minuciosamente graduadas que van desde "mis botas", pasando por "mi perro", "mi criado", "mi esposa", "mi padre", "mi señor" y "mi patria", hasta "mi Dios". Se les puede enseñar a reducir todos estos sentidos al de "mis botas", el "mi" de propiedad. Incluso en el jardín de infancia, se le puede enseñar a un niño a referirse, por "mi osito", no al viejo e imaginado receptor de afecto, con el que mantiene una relación especial (porque eso es lo que les enseñará a querer decir el Enemigo, si no tenemos cuidado), sino al oso "que puedo hacer pedazos si quiero". Y, al otro extremo de la escala, hemos enseñado a los hombres a decir "mi Dios" en un sentido realmente muy diferente del de "mis botas", significando "el Dios a quien tengo algo que exigir a cambio de mis distinguidos servicios y a quien exploto desde el púlpito..., el Dios en el que me he hecho un rincón." Y durante todo este tiempo, lo divertido es que la palabra "mío", en su sentido plenamente posesivo, no puede pronunciarla un ser humano a propósito de nada. A la larga, o Nuestro Padre o el Enemigo dirán "mío" de todo lo que existe, y en especial de todos los hombres. Ya descubrirán al final, no temas, a quién pertenecen realmente su tiempo, sus almas y sus cuerpos; desde luego, no a  ellos,  pase lo que pase. En la actualidad, el Enemigo dice "mío" acerca de todo, con la pedante excusa legalista de que Él lo hizo. Nuestro Padre espera decir "mío" de todo al final, con la base más realista y dinámica de haberlo conquistado. 
Tu cariñoso tío,
ESCRUTOPO