viernes, 23 de diciembre de 2011

Kalenda Nativitatis Domini (en criollo, pregón de Navidad)


Para los que estén preparando la celebración de Navidad -sacerdotes y laicos- estuve mirando el librito de la celebración del Vaticano, y veo que en 2010 hicieron del siguiente modo:


1. Una breve "Vigilia de oración", en la que en primer lugar se proclaman algunos textos proféticos que anuncian la llegada del Salvador. Los textos elegidos fueron,. 
Génesis. 49, 1-2.10 

Isaías  11, 1-4a

Micheas 5, 1-3a

Sofonías 3, 14-15

A continuación, se recitaron cuatro de las conocidas "Antífonas Oh",  intercaladas por el canto del "Rorate Coeli", el canto de los justos del Antiguo Testamento pidiendo la llegada del Mesías, uno de los más significativos cánticos de la Tradición para el Adviento

Luego se leyó un texto antiguo que narra el momento del Nacimiento. Y se entonó, luego de un espacio de silencio, una antífona inspirada en el texto del libro de la Sabiduría "cuando un gran silencio envolvía toda la tierra..."


2. Como fin de la breve "Vigilia", la "Kalenda Nativitatis Domini", también conocida por nosotros como "Pregón de Navidad". Al final del canto de la "Kalenda", el diácono muestra la imagen del Niño Dios, quitando el velo que lo cubría.


3. El canto de entrada y la Santa Misa como habitualmente.


Un poco tarde para esta Navidad -pero tal vez les sirva para otras más adelante- les dejo el link del librito de la celebración en el Vaticano por si quieren consultarlo e inspirarse en él.


http://www.vatican.va/news_services/liturgy/libretti/2010/20101224.pdf


Y les dejo un video de la proclamación del Nacimiento en la misma celebración. Cantado en latín, lógicamente.


http://www.youtube.com/watch?v=lDLf1TKn3rQ

Entiendo que al hacerlo antes de la Santa Misa, cada uno puede cantar el "Pregón" de Navidad con una melodía que se adapte a ese fin, como solemos hacerlo a menudo con los salmos.

Por último, les dejo una posible traducción en castellano de la "Kalenda...". Me la hizo llegar un sacerdote, experto teólogo y latinista, por lo que no dudo que esté bien.

Les anunciamos, hermanos, una Buena Noticia,
una gran alegría para todo el pueblo;
escúchenla con corazón gozoso.
Habían pasado miles y miles de años
desde que, al principio, Dios creó el cielo y la tierra, e hizo al hombre a su imagen y semejanza;
y miles y miles de años desde que cesó el diluvio
y el Altísimo hizo resplandecer el arco iris,
signo de alianza y de paz;
y dieciocho siglos desde la migración de Abraham, nuestro padre en la fe, desde Ur de los caldeos;
y trece siglos desde la salida del pueblo de Israel de Egipto, bajo la conducción de Moisés;
y mil años desde la unción real de David;
y en la semana sexagésima quinta, según la profecía de Daniel;
en la centésima nonagésima cuarta olimpíada;
en el año 752 de la fundación de Roma;
en el año cuadragésimo segundo del imperio de Octavio Augusto,
mientras sobre toda la tierra reinaba la paz,
en la sexta edad del mundo,
hace 2011 años,
en Belén de Judea, pequeña aldea de Israel,
ocupada entonces por los romanos,
en un pesebre, porque no tenían sitio en la posada,
de María Virgen, Esposa de José,
de la casa y familia de David,
nació Jesús,
Dios eterno,
Hijo del Eterno Padre y hombre verdadero,
llamado Mesías y Cristo,
el Salvador que los hombres esperábamos.

miércoles, 21 de diciembre de 2011

¡Llegó carta de San José antes de Navidad!





Jerusalén celestial, 
domingo sin ocaso –antes de la Parusía-

Queridos hijos:
¿Cómo están? Espero sinceramente que muy bien.
Tal vez les sorprenda un poco que les escriba. En realidad no estoy escribiendo yo: le pedí a Lucas –que es un maestro en esto- que me de una mano.
Quería comunicarme con ustedes para contarles de mi angustia por estos días, y para confiarles algunas cosas de mi experiencia que les pueden ayudar.
Ustedes dirán: ¿cómo, José, angustiado? ¿no es que en el Cielo es todo felicidad?
Sería muy largo de explicar, pero es que en el Cielo no estamos "aislados" de la tierra. Seguimos paso a paso el transcurso de la historia. Y sabemos que en la tierra es mes de diciembre, y que se aproxima la fecha en que se celebra, desde hace siglos, la Navidad.
Para nosotros es una enorme alegría saber que muchos –millones, gracias a Dios- van a vivir esa fiesta con una intensidad espiritual impresionante. Nos regocija el amor de tantas almas consagradas, de tantos jóvenes, de familias enteras para quienes esta fiesta será realmente un momento de Gracia.
Pero no se imaginan cuanto dolor me produce pensar cuántos van a vivir estos días ¡sin saber ni recordar qué están haciendo! No se imaginan cuánto dolor produce ver –como vemos nosotros- que preparando la Navidad va mucha más gente al Shopping y a la Peatonal que a los templos...
Por acá intentan consolarme diciéndome: “José, tal vez son paganos, no conocieron a Jesús… tal vez sean musulmanes…” ¡Pero no! Le pregunté a Pedro, que lleva las “estadísticas” con envidiable precisión, y me confirmó que muchos cristianos… se comportan igual que los paganos para estas fechas.
No puedo entender como la gente anda enloquecida comprando comida y más comida… No puedo entender a los cristianos corriendo comprando tecnología, llegando a endeudarse para no quedar atrás… No puedo entender como la gente anda gastando fortunas comprando ropa o calzado para la Nochebuena… No puedo entender –esto me entristece mucho- que muchos terminen borrachos en la fiesta que celebra el nacimiento de Jesús…

Por eso les quiero contar cómo vivimos con María esa noche bendita.
En la cueva de Belén no había guirnaldas, ni luces de colores… yo pude improvisar para las noches una especie de antorcha, nada más…
María y yo estábamos vestidos como siempre, con nuestra ropa habitual, sucia y desprolija por el largo viaje y porque ni siquiera habíamos tenido oportunidad de descansar adecuadamente en un lugar un poco más humano…
Llegamos muy cansados y estábamos un poco dolidos porque mis familiares no quisieron recibirnos –su casa estaba llena, me dijeron-…
Pero todo eso quedó de lado cuando el niño nació. De una manera inexplicable, que ni María pudo comprender –ni ahora en el Cielo comprende-
Hijos: yo fui siempre fuerte, recio. Nunca hasta entonces había llorado.
Pero cuando vi por primera vez su rostro, cuando escuché por primera vez su llanto y su manito me acarició el rostro, comencé a llorar como un niño.
Y caí de rodillas, y no tengo idea de cuanto tiempo pasé así: mirándolo, adorándolo, atraído de forma irresistible por su pequeñez y su indefensión.
¡Dios con nosotros! ¡Dios hecho niño! ¡Dios débil e indefenso! ¡Dios acariciándome, llamándome con su llanto! ¡Dios necesitando de mí!
Me enteré cuando llegué al Cielo que ese estado en que estaba yo se llamaba éxtasis… les aseguro que hubiera permanecido así, contemplando al Niño y a María, días enteros, si no hubieran llegado en ese momento los pastores…
¡Oh, si ustedes hubieran escuchado alguna vez el canto de los ángeles, de esa noche! Ahora estoy acostumbrado, pero allí… fue increíble.
Esa noche no comí, y creo que tampoco María, ni siquiera de lo que nos trajeron los pastores. Era tan fuerte la emoción, me latía tan fuerte el corazón, que casi me sentía desfallecer de felicidad. Era como una alegría que parecía querer hacer explotar mi pecho.

¡Ay, cómo me duele ver que muchos cristianos, para obtener “diversión” –opaco y falso sucedáneo de la verdadera alegría- necesitan tomar alcohol o excederse en todas las cosas, para tener –aunque sea a costa de su salud física y espiritual- experiencias intensas!

Espero que esto que les cuento les sirva. Me contó Jesús que él quiere regalarles a todos –a todos- una alegría como la que experimenté yo aquella noche. Sólo tienen que disponerse, con la oración y la contemplación, y celebrar la Eucaristía en Navidad con fe verdadera y deseos de amarlo y servirlo… y la alegría del cielo, y el canto de los ángeles, invadirá su corazón.
Los quiero mucho. Les manda saludos su Madre. ¡Feliz Navidad!

José de Nazareth

martes, 20 de diciembre de 2011

“Yo soy católico pero no voy a Misa”



Es sabido que en los últimos años ha disminuido considerablemente el número de fieles católicos que participan de la Misa de los domingos. Se calcula que actualmente sólo asiste un 6 o 7 % de los que se declaran católicos en Argentina. No estoy seguro de que en nuestra comunidad lleguemos a este porcentaje.

Buscando razones
¿A qué se debe este fenómeno? Hay en Internet cientos o miles de artículos mejores que este sobre el tema. Es muy difícil dar una respuesta general. Cada caso es distinto, cada persona es un misterio único e irrepetible, cada historia tiene matices y acentos particulares.
Pero me atrevo, desde mi corta experiencia, a señalar dos factores, entre muchos otros que se podrían dar:
1.      Sin duda que mucho tiene que ver el que vivamos en una cultura marcada por el secularismo. ¿Qué significa esta palabra extraña? Viene de saeculum, siglo, y con ella se nombra la actitud de vivir como si Dios no existiera, dejar a Dios de lado, ponerlo al margen de la vida cotidiana. Si nos dejamos llevar por lo que nos muestra la televisión, por ejemplo, parecería que Dios es un simple actor de reparto, que puede estar o no, y que incluso es mejor que no aparezca. El hombre es el único protagonista de su historia y de la historia en general. Dios sólo aparece cuando hay una necesidad extrema, cuando nos damos cuenta que… hay cosas que nos superan. Lamentablemente este Dios, así como aparece, es un Dios bastante distinto del que nos presenta Jesús en el Evangelio, un Dios Padre Providente en quien confiar, que está presente en cada momento de nuestra vida. Es un Dios a quien le pedimos o exigimos cosas, y en última instancia un Dios que tiene que hacernos caso. Termina siendo  casi siempre el culpable de todos los males que nos ocurren.
2.      Y un segundo factor -permítanme hablar en difícil, por una vez al menos- es el materialismo hedonista. ¿Qué es esto? Es la actitud de quienes viven solamente pendientes de las cosas materiales, a espaldas de los bienes y valores espirituales. La vida por lo tanto, consistirá en todo tipo de estrategias por “pasarla bien” por obtener el mayor placer posible con el menor perjuicio. Eso significa hedonismo (de hedoné: placer): una búsqueda desenfrenada y exclusiva del placer. Basta, nuevamente, encender el televisor, o escuchar con atención algunos de los temas musicales de moda, para darnos cuenta de esto.
Estas dos actitudes hacen difícil la vida de la fe. Nos envuelven, nos rodean por todos lados, y si nos descuidamos se “meten” en nuestro corazón y nos roban la verdadera fe. 
Y con ella nos roban el deseo de celebrar a Jesús, de hacerle un lugar a Dios en nuestra semana. Vueltos y seducidos por los bienes materiales y por el placer sensible, ¡qué difícil se nos hace gozar el amor de Dios, que es Espíritu, y su presencia en la Eucaristía, que es es escondida! Nos cuesta “sentir” la Misa, y por ello… desertamos.

"Argumentos" para desertar
Yo creo que las dos anteriores son las causas generales que explican la deserción de los católicos del culto eucarístico: secularismo y materialismo.
Pero como somos personas, dotados de inteligencia, necesitamos otras razones. Y como a nadie la gusta, en general, aceptar que “perdió la fe” –todos “creen mucho en Dios”- o que hacen lo que les da placer sensible, se han ido elaborando distintos argumentos que “demuestran” la no necesidad de ir a Misa.


Yo quisiera mostrar, muy brevemente, que esos supuestos “argumentos” en realidad son pretextos, excusas, ni más ni menos. Quisiera dialogar imaginariamente con quienes tal vez tengan esta visión o experiencia de las cosas.
Evidentemente, parto de la fe. Si no tenemos fe en la Palabra de Jesús, en lo que nos dice en la Sagrada Escritura, nada de lo que te diga tendrá sentido. 
Pero si creemos en la Sagrada Escritura, no podemos decir “yo soy católico pero no voy a Misa”. Porque la Misa está en el centro, porque renunciando a ella  renunciamos a nuestra identidad.

Cinco falsas razones para no ir a Misa
1.  “No tengo tiempo”: Mentira. Uno se hace tiempo para las cosas que ama. Un novio o una novia enamorados son capaces de mil sacrificios con tal de encontrarse. Si no encontramos tiempo para estar con Jesús, es porque en realidad no lo amamos suficientemente. O porque no creemos en su Palabra, ya que Él nos ordenóhagan esto en memoria mía”, y dijo también “El que como mi carne tiene Vida eterna” O no te interesa ir al Cielo, o no creés del todo en la Palabra de Jesús.
2.  “Las personas que van son peores que yo, ¿para qué ir?” El pecado de los cristianos es algo terrible, y nosotros deberemos dar cuenta ante Dios si alguien se alejó de la fe por nuestro mal testimonio
Pero eso nunca justifica la deserción de un compromiso vital para la fe. Además, ¿no te acordás que Jesús dijo: “no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores” y dijo también: “el que no tenga pecado, que arroje la primer piedra”?. Alejándote por esta “razón” te parecés bastante a los fariseos a quienes Jesús condenó… y bastante poco a Jesús que no dudó en compartir la mesa los pecadores.
Por otro lado, pensá cuanto peores serían esas personas tan malas que van a Misa… ¡si no fueran!.
Pensá también cuanto mejores serían si en lugar de rechazarlas, te sumaras a la comunidad y con tu buen ejemplo – que no dudo que des- los ayudaras.
3. “No me gusta el sacerdote, cómo da la Misa, la cara que tiene, la homilía, etc…” Es verdad que los sacerdotes tenemos obligación de ser santos, y casi nunca lo somos. Y que deberemos dar cuentas ante Dios si hemos sido malos ejemplos. Es verdad también que Dios no se fijó en nosotros porque fuéramos lindos –qué ocurrencia, ¿no?-.  Y que no todos tenemos facilidad para predicar… Y que a algunos la Misa les “sale más linda” y a otros no tanto…
Pero en la Misa Jesús se hace presente independientemente de la santidad o del pecado del ministro, de sus cualidades o deficiencias. Él mismo viene como “Pan de Vida”. ¿O vos dejas de ir al médico porque no te gusta la cara de la secretaria? ¿O dejas de ir a cobrar el sueldo o jubilación porque no te gusta la voz del empleado del banco o el color y la forma del cajero electrónico…?
En mi vida participé de Misas espléndidas y de otras que dejaron mucho que desear… Muchísimas las celebraron sacerdotes ejemplares, y otras sacerdotes con defectos de todo tipo… En todas, absolutamente en todas, Jesús “me amó y se entregó por mí”. Y eso basta.

4. “Yo rezo en mi casa, Dios me escucha igual” Rezar en casa es algo muy bueno. Jesús nos enseñó a rezar pasando noches enteras en oración. Pero hay una manera todavía mejor de rezar que hacerlo en nuestra casa, y es rezar junto a los demás hermanos en la fe. Y la Misa es la mejor oración. Cuando celebramos la Misa, el mismo Jesús se hace presente y él recoge nuestras oraciones y las presenta la Padre. Además no basta con rezar: Jesús dijo que el que no comía su carne no tendría vida en Él. Y nos dijo también, en la noche de la  Institución de la Eucaristía, en la alegoría de la Vid y los sarmientos –de una fuerte resonancia eucarística-: “Sin mí, nada pueden hacer”. Para cumplir los mandamientos, necesitamos la fuerza que sólo nos viene de la Comunión.
5.  “No entiendo nada, me aburro” Aburrirse en la Misa no es culpa de Dios, ni de Jesús, sino de nuestra habitual ignorancia. Yo, por ejemplo, me aburriría enormemente si fuera a una exposición de cuadros antiguos, porque no entiendo nada de pintura. Pero si me pusiera a estudiar, seguramente llegaría a apasionarme.
Para vivir la Misa y comprenderla, es necesario tratar de formarnos, de comprender más, de leer, de aprender. Acercate a algún familiar o amigo que sí la viva bien, y preguntale como hace. Acercate al sacerdote y planteale tus dudas.
 Por otra parte, ¿quien dijo que la Misa tenía que ser divertida? Para divertirnos podemos ir a la cancha, a un salón de fiestas o a una peña. La Misa es la renovación del sacrificio de Cristo en la Cruz, en la cual él se da como alimento. A Misa vamos participar y asociarnos a Su sacrificio, vamos a adorar y a escuchar, vamos a entregarnos a Dios, y para eso debemos serenarnos y rezar.

Podría escribir horas y horas de las riquezas del Misterio eucarístico… Me alegraría por el solo hecho de que alguna de estas líneas te hayan ayudado a pensar… Y que seamos muchos más los que nos reunamos cada semana para revivir el sacrificio del Cordero, que anticipa el Banquete del Cielo.

sábado, 17 de diciembre de 2011

¿Dónde hacer la Navidad, dónde habrá un lugar?



Tengo un recuerdo hermoso de la Misas de Nochebuena y Navidad como sacerdote. La primera en Feliciano, en la capilla Santa Teresita. Las restantes, repartido entre la Parroquia San Francisco de Borja, el Hogar San Camilo y Madre Teresa, cada una con su encanto particular.
De éstas últimas me queda un recuerdo hermoso, sobre todo, de cuánto cantamos. Villancicos tradicionales, otros modernos, algunos nacionales, otros "importados", todos contribuían a ayudarnos a descubrir algo del mensaje. Recuerdo con especial regocijo el "Pastores de la Montaña", en el atrio del Templo de Borja.
Allí también conocí y aprendí una canción hermosa en su sencillez, de delicada poesía. No sé si tiene otro nombre, pero la llamábamos "¿Dónde vas José, dónde vas María?"

         ¿Dónde vas José, dónde vas María?,
        ¿dónde habrá un lugar para entregar la luz?.
       ¿Dónde vas José? ¿Dónde vas María?

       ¿Dónde nacerá tu hijo Dios?
       ¿Dónde hacer la Navidad? No hay ningún lugar,
       sólo algún pesebre en Belén
      ¿Dónde hacer la Navidad?¿dónde habrá un lugar?
       en el corazón de cada hombre


¿Dónde nació el Rey de Reyes?  ¿Dónde nació en aquél entonces, dónde nacerá esta vez?
Todos conocemos la historia: no había lugar para ellos en el albergue. Probablemente, Jesús nació hacia el año 6 o 7 a.C en una de las muchas cuevas donde se guardaban animales.
En el centro de Belén se encuentra la Iglesia de la Natividad, construida directamente sobre la cueva donde nació Jesucristo. La primera construcción se remonta al reinado de Constantino, 330 A.C.

Cuando José y María llegaron a la cueva-establo, vieron que era eso: un lugar para animales. Si entraron alguna vez en algo parecido, no hacen falta más explicaciones: era un lugar muy pobre, a la vez que muy rústico. Hacía frío, estaba sucio, había olor feo. Quizá había también algo de basura, dejada por otros forasteros que acamparon antes. Nada romántico, nada “bucólico”
Pero la desalentadora impresión no hizo mella en el ánimo varonil de José, ni en el inmaculado Corazón de su esposa. Inmediatamente pusieron manos a obra.
Imagino a José, sobre todo, tratando de acondicionarlo lo mejor posible. De prender un fueguito para que no hiciera tanto frío. De limpiar lo mejor posible el piso, de sacar toda suciedad que pudiera haber, hasta la más mínima, porque iba a nacer un Rey. Tal vez tuvo tiempo de buscar unas flores –ignoro si había en el lugar, pero me reconforta imaginarlo- para que su fragancia purificara el aire y embelleciera el ambiente.
Imagino a José improvisar una cunita para colocar al bebé en cuanto naciera. Y preparar un lugar para María también. Mientras trabajaba, José cantaba. María lo miraba agradecía, lo ayudaba, sumida en una expectación inimaginable.

Faltan algunos pocos días para la Navidad, y nosotros sabemos que Jesús “vuelve a nacer”. De manera misteriosa, pero real, Él quiere aparecer hoy en el mundo… quiere ser nuevamente “Dios con nosotros”. La Liturgia hace posible que nosotros seamos “contemporáneos” a los acontecimientos salvadores: nos traslada hacia ellos, los traslada y hace presentes entre y para nosotros.

Para cada cristiano, Navidad es, además, una oportunidad de un “nuevo nacimiento”, oportunidad de empezar de nuevo. De volver a intentar ser buenos, buenos cristianos, una vez más. Su nacimiento en nosotros y nuestro “nuevo nacimiento” son un mismo acontecimiento.
Que es una gracia, absolutamente sobrenatural. Un don inmerecido. Pero para el cual tenemos que disponernos, tenemos que prepararnos.

Si ahora miramos nuestro corazón, como si fuera el establo en Belén, ¿qué encontraría José y María, qué encontrarían Jesús?

A veces en nuestro corazón hace mucho, mucho frío… Nuestra oración es fría, nuestro amor a Jesús Eucaristía es frío, glacial; nuestra caridad al prójimo es apenas tibia e interesada… En nuestro corazón puede estar el frío de mentiras largamente sostenidas, de la malicia de nuestras intenciones… puede estar a veces el hielo de nuestra indiferencia ante el sufrimiento del otro o ante los llamados de Dios…

A veces en nuestro corazón hay mucha basura, está todo sucio: lleno de malos pensamientos, de malos deseos, de malos sentimientos. En algún rincón de nuestro corazón a veces quedan viejos rencores o resentimientos, pecados que nunca nos animamos a confesar, virtudes aparentes que hemos fingido a los ojos de los hombres, pero que esconden vanidad y soberbia…

Tal vez en nuestro corazón hay malos olores, difíciles de identificar, pero que hacen irrespirable en aire interior, y que dificultan la convivencia cotidiana: el olor de la sensualidad y de la lujuria, el olor de la envidia, de la presunción, de la falta de misericordia… puede ser el olor nauseabundo del pesimismo, de la negatividad, de nuestra falta de esperanza…

Tal vez hay muchas espinas y hojas cortantes: nuestras faltas de cariño para tratar a los demás, nuestras burlas, nuestras ironías… nuestras críticas inoportunas, infundadas y despiadadas…

Tal vez el establo de nuestro corazón está lleno: repleto del apego a las cosas, del apego a las personas, del apego a nuestros planes y proyectos… y no hay más lugar, ni siquiera un rinconcito para el Niño…
  
Hoy le pido a José y María que nos ayuden a preparar el establo, para un nuevo nacimiento.
Hoy le pido que nos den la valentía de tirar la basura, de deshacernos de la mugre, de encender de nuevo en nosotros la llama de la caridad. Que tengamos el coraje de cambiar, de salir de nuestra torpe mediocridad.
Le pido que nos permitan descubrir todo lo que hace sufrir al Niño, lo que lo incomoda, y que nos animemos a sacarlo de nuestra alma. Le pedimos poder hacer una buena Confesión, una hermosa confesión, que incluya en nosotros la decisión de nacer de nuevo.

Hoy le pido al Señor que nos ayude con su Gracia para prepararnos interiormente, y que realice de nuevo el milagro de Belén.

jueves, 1 de diciembre de 2011

Consejos para hacer una buena Confesión... Parte II


Aunque aprendimos que de los cinco “pasos” de la Confesión el “Arrepentimiento” es el segundo, en realidad es el primero, tanto en cuanto al tiempo como en la importancia.
Porque lo que motiva el examen de conciencia es haber recibido –y aceptado- la Gracia del arrepentimiento, de la “contrición”, como llama la enseñanza de la Iglesia a este “acto” tan importante.

Es más que un “paso”: es como el alma del sacramento de la Reconciliación. Si no te arrepentís de corazón, es inconsistente y falaz cualquier “propósito de enmienda”, no tiene sentido la confesión material de los pecados, y la absolución del sacerdote no tiene ninguna validez.
Más aún: confesarse sin tener nada de arrepentimiento –ni siquiera un poquito- haría de esa confesión una farsa y una burla a Dios. Si es conciente, podría llegar a ser una confesión sacrílega, una ofensa a la Santidad del Todopoderoso.

Por eso es tan importante que nos arrepintamos.
Siempre recuerdo una anécdota que solía contar un compañero de Seminario, según la cual una señora, afligida porque su esposo estaba gravemente enfermo y se había alejado de Dios, cuando él convalecía lo tomaba repetidas veces de la ropa y le decía, una y otra vez “¡arrepentíte, carajo, arrepentíte!”
Más allá de la expresión poco elegante, ella era conciente de que todo el óceano infinito de la Misericordia de Dios, ofrecida de manera gratuita al hombre –no merecemos el perdón…- puede quedar estéril y “frustrada” si el hombre se cierra, si no le permite al Señor entrar, y sanar, y perdonar.
Por eso la Palabra de Dios y la Iglesia –y yo, en esta ocasión- te dicen siempre: “arrepentite, arrepentíte”

¿Qué es el arrepentimiento o contrición?
El Catecismo, al hablar de la contrición, como el primer acto del penitente –el examen de conciencia como un medio conveniente para hacer bien la confesión-, nos enseña:
Entre los actos del penitente, la contrición aparece en primer lugar. Es "un dolor del alma y una detestación del pecado cometido con la resolución de no volver a pecar"
No es tan fácil discernir qué es un “dolor del alma”. El hombre es una unidad compleja de varias dimensiones, y cuando decimos “el alma”, no siempre es fácil describir ni precisar a qué nos referimos.
Pero podemos apuntar que es un dolor espiritual, un dolor del “corazón”, en sentido bíblico del “centro vital de la persona”, donde ella se decide por el bien o el mal, por Dios o contra Dios.
Que no necesariamente se manifiesta de manera sensible. En ocasiones, una arrepentimiento sincero se expresa también de manera sensible, por ejemplo a través de las lágrimas. Pedro, después de traicionar a Jesús, “saliendo afuera, lloró amargamente”
Pero no siempre las lágrimas expresan verdadero arrepentimiento. Después de una pelea familiar, una persona puede quebrarse en llanto… porque perdió la discusión, porque quedó en ridículo, porque la lastimaron… y no estar arrepentida de ninguna manera.
Esto depende, entre otros factores, del temperamento, de la situación de la persona –si está más o menos cansada, si hay un ambiente que favorece una forma de emoción, como en un retiro- o de una gracia especial de Dios.
Pero quedate tranquilo si nunca lloraste al preparar una confesión: si detestás el pecado, si lo rechazas desde lo más profundo de tu alma y querés cambiar, estás arrepentido.

¿Estoy o no estoy arrepentido?
Llegando aquí, se presentan a menudo situaciones que son difíciles. Porque hay pecados que rechazamos casi de manera espontánea y natural. Por ejemplo, si en un arranque de ira insultamos a nuestra mamá, a quien amamos, no nos va a costar “arrepentirnos”, incluso por motivos sólo naturales. Es un pecado feo, desagradable, que nos avergüenza delante de los demás.

Pero hay otros pecados de los cuales alcanzar arrepentimiento requiere, a veces, un largo camino, y un proceso de maduración de fe. Suele ocurrir, por ejemplo, que un chico que tiene relaciones con su novia no sienta “rechazo” por el hecho, sino atracción. Es un pecado “placentero” y, en cierto modo, “gratificante”. Y más si “hay amor” y “piensan casarse”, ¿qué tiene de malo?
No voy a argumentar aquí sobre las cuestiones puntuales. Sólo señalo que, en casos como estos , se requiere una profunda reflexión sobre lo que implica el seguimiento de Jesús, que supone adhesión total a sus enseñanzas. Creer que Jesús es Dios es aceptar que Él sabe más que vos y yo, y que aunque yo no lo vea, si él me dice, determinadas conductas son contrarias a mi bien auténtico. Y por eso son una ofensa al Creador, son una desobediencia, un no reconocimiento de que Él es Dios y yo creatura.
Alcanzar el arrepentimiento supone decir: Jesús, creo que sos la Verdad misma. Me arrepiento de corazón, porque he desobedecido tu voluntad, porque he rechazado tu plan y tu proyecto.

¿Cómo hacer para arrepentirnos?
En ocasiones, el arrepentimiento suele ser difícil. Vale el ejemplo anterior, o cuando una persona ha sido herida por otro, y siente alegría cuando al otro le va mal. ¿Qué hacer, entonces, cuando el arrepentimiento no aparece?

1. Pedirlo
Siempre, pero sobre todo en casos así, hay que recordar que el verdadero arrepentimiento es un don, que debemos pedir y al cual debemos disponernos.
Dice el Catecismo:
El corazón del hombre es torpe y endurecido. Es preciso que Dios dé al hombre un corazón nuevo (cf Ez 36,26-27). La conversión es primeramente una obra de la gracia de Dios que hace volver a Él nuestros corazones: "Conviértenos, Señor, y nos convertiremos" (Lm 5,21). Dios es quien nos da la fuerza para comenzar de nuevo.
Pedi, insistí, clamá. Rogá a Dios con los salmos, con el pésame, con tus palabras, con un canto… pero no te resignes. Él no deja de darnos esta Gracia, si la pedimos, porque es necesaria para la salvación

2. Contemplar la Pasión y el amor de Dios por mí
El Catecismo señala a continuación que es la contemplación del Amor de Dios lo que nos puede estimular a un arrepentimiento cada vez más profundo y eficaz.
Al descubrir la grandeza del amor de Dios, nuestro corazón se estremece ante el horror y el peso del pecado y comienza a temer ofender a Dios por el pecado y verse separado de él. El corazón humano se convierte mirando al que nuestros pecados traspasaron (cf Jn 19,37; Za 12,10).
Por eso los santos han enseñado desde siempre que es en la Cruz donde el hombre aprende la gravedad del pecado, y las dimensiones infinitas del Amor de Dios. Por eso los santos eran capaces de sentir un enorme dolor por pecados veniales o por simples imperfecciones que nosotros ni siquiera consideramos: ellos habían conocido de Verdad el Amor de Dios y el significado de la Cruz.
Por eso si a veces sentís que no te podés arrepentir, o que tu arrepentimiento no es del todo sincero, mirá la Cruz, contemplá la Pasión, rezá un via crucis con piedad.

¿Cuántas clases de arrepentimiento hay?
Por último, la Iglesia ha enseñado desde siempre que existen dos formas de contrición, la perfecta ya la imperfecta. Si lees atentamente, vas a ver que ambas están expresadas con claridad en la oración del pésame.
Cuando brota del amor de Dios amado sobre todas las cosas, la contrición se llama "contrición perfecta"(contrición de caridad). Semejante contrición perdona las faltas veniales; obtiene también el perdón de los pecados mortales, si comprende la firme resolución de recurrir tan pronto sea posible a la confesión sacramental
La contrición llamada "imperfecta" (o "atrición") es también un don de Dios, un impulso del Espíritu Santo. Nace de la consideración de la fealdad del pecado o del temor de la condenación eterna y de las demás penas con que es amenazado el pecador. Tal conmoción de la conciencia puede ser el comienzo de una evolución interior que culmina, bajo la acción de la gracia, en la absolución sacramental. Sin embargo, por sí misma la contrición imperfecta no alcanza el perdón de los pecados graves, pero dispone a obtenerlo en el sacramento de la Penitencia

La distinción no es un simple “tecnicismo teológico”. Tiene una enorme importancia. La Contrición perfecta es tan valiosa –por el acto de caridad que implica- que anticipa el efecto del Sacramento, siempre que incluya el propósito firme de rrecurrir cuanto antes al Confesor.
Sí, leíste bien. Si al cometer un pecado grave –Dios quiera nunca te vuelva a suceder- hacés una “acto de contrición perfecta”, los pecados te son perdonados en ese mismo momento.
Pero atención: no es un “camino alternativo” a la Confesión. Porque incluye el propósito de recibirla cuanto antes. Y si no incluyera esto, o no lo cumpliera con diligencia, dejaría de ser eficaz.
Te recuerdo también que si cometiste un pecado mortal, aún cuando hayas hecho un acto de contrición perfecta, no tenés que acercarte a comulgar sino después de haberte confesado. Sólo en casos extremos y por razones realmente grave se podría comulgar sin “pasar” antes por el confesionario.
Por otra parte, y para terminar, la Contrición perfecta no sólo es deseable en estos casos. De manera habitual, una Confesión será mucho más eficaz y fructuosa –en cuanto medio de crecimiento espiritual- si es realizada con este tipo de “dolor del alma”, motivado por la bondad de Dios y el amor hacia Él.


lunes, 28 de noviembre de 2011

Consejos para hacer una buena confesión en Adviento. Parte I


Sin duda, una buena Confesión es parte indispensable para asegurar el “éxito” del tiempo de Adviento. Puede parecer algo muy obvio, pero lo cierto es que no siempre nos confesamos bien.
Sabemos –o deberíamos saber- los cinco pasos de la Confesión pero… ¡los damos tan mal, tan rápido, tan distraídamente!
Van aquí unos consejitos para hacer bien una Confesión. No son exhaustivos, se podría decir más y mejor, pero van por si a alguien le sirve.

Primer paso: El Examen de Conciencia.
a) El primer consejo con respecto al examen de conciencia es: ¡hacelo! Más de una vez nos confesamos de manera casi o totalmente improvisada.
Puede ser que haya momentos donde la conciencia de nuestros pecados nos acompañe de tal manera, que casi ni es necesario que nos detengamos a pensar…
También puede ser que no teníamos pensado hacerlo, pero que al ver un sacerdote, el arrepentimiento invadió nuestro corazón, y nos decidimos ahí nomás…
Pero habitualmente, si no hacemos el examen, nuestra Confesión no será la mejor. Probablemente, confesaremos los pecados de hoy, ayer y anteayer, pero olvidaremos los de los días, semanas o meses anteriores. O lo haremos de forma desordenada, a medida que se nos vayan viniendo a la mente.
Una forma de preparar el examen previo a la Confesión es la conocida –y nunca suficientemente bien valorada- práctica del examen de conciencia diario. Y si te ayuda cada noche anotar los pecados que hiciste en el día, anotalos. Cuando tengas que confesarte, tendrás la posibilidad de recordar con mayor facilidad, no solo los pecados, sino su frecuencia, la conexión que pudiera existir entre ellos y otros aspectos más.

2) Segundo consejo: hacer el examen en un clima de oración. El examen de conciencia no es simplemente un ejercicio de introspección. No es una “autoevaluación”, como existen en el ámbito profesional. Es eso, pero es mucho más.
El examen supone que ya nos sentimos y estamos ante Dios Padre misericordioso, ante Jesús Crucificado por mí, iluminados por el Espíritu Santo. Supone que la gracia ya nos está moviendo.
Esto es muy importante:
a)      En primer lugar, para entender el pecado como lo que es. No una simple falla, un error, algo que “salió mal”. Es una ofensa a Dios Creador, Redentor y Santificador. Es Ingratitud Suprema ante tanto bien recibido.
b)      En segundo lugar, para evitar culpabilizaciones extremas. Sobre todo para ciertas personas, pensar en sus pecados puede conducirlos formas de autoagresión, o llevarlos a formas sutiles de depresión o angustia. Tomados de la mano de Jesús, bajo la mirada del Padre que nos ofrece el perdón, podemos descender sin miedo a “los infiernos” de nuestra miseria.
c)      En tercer lugar, en relación a lo anterior, para alcanzar el conocimiento de lo más oculto, de aquello que tal vez habitualmente no alcanzamos a ver y que suele ser la causa de nuestras malas acciones. Solo bajo la mirada de Dios podemos descubrir, por ejemplo, que nuestras peleas cotidianas tienen su raíz última en un orgullo no reconocido…

3) Tercer consejo: hacerlo a la luz de la Palabra de Dios. El Catecismo de la Iglesia Católica nos ofrece una variada gama de posibilidades. Nos dice:
Conviene preparar la recepción de este sacramento mediante un examen de conciencia hecho a la luz de la Palabra de Dios. Para esto, los textos más aptos a este respecto se encuentran en el Decálogo y en la catequesis moral de los evangelios y de las Cartas de los Apóstoles: Sermón de la montaña y enseñanzas apostólicas (Rm 12-15; 1 Co 12-13; Ga 5; Ef 4-6).

·        “A la luz de la Palabra de Dios” quiere decir que nosotros examinamos nuestra conciencia no según nuestra propia visión de las cosas, según nuestra manera subjetiva e individual de considerar la realidad, sino según la visión de Dios, a la luz de la fe.
Me explico mejor: a veces nosotros nos dejamos llevar por nuestro propio “decálogo”. A veces tenemos “criterios personales”, al margen de la Palabra de Dios o de la Enseñanza de la Iglesia. Creo que es obvio que no tendría sentido buscar el sacramento de la Penitencia que me administra la Iglesia, y rechazar su enseñanza moral. La fe católica es un “combo”, en el que todo va incluido. No podemos elegir lo que nos gusta, y desechar lo que nos desagrada.
·        Otro posible error puede ser examinar nuestras acciones por el “me gusta” o “no me gusta” –como cuando calificamos una publicación de facebbok o un video de youtube-, o por el “me sentí mal” o “no me sentí mal”.
Y es claro que no siempre el “sentimiento” o el gusto individuales coinciden con los de Jesús. En los santos, coincidían plenamente, pero en nosotros…
Puede ser, por ejemplo, que si tu hijo se portó mal lo hayas tenido que corregir, incluso hasta ponerlo en penitencia. Y que “te sientas mal” por eso. Que no es un pecado, sino –siempre que no hayas sido violento o lo hayas humillado- un acto virtuoso, el cumplimiento de un deber relativo al cuarto mandamiento.
Y puede ser que hayas estado “sacando el cuero” a un insoportable compañero de trabajo, y te hayas “sentido bien” haciéndolo, pero está claro que es un pecado contra el octavo mandamiento.
·        Habitualmente, y tal vez porque es lo que conocemos, solemos hacer el examen con los diez mandamientos. Es importante recordar que en el caso de los mandamientos el orden no es aleatorio. Están ordenados por su importancia, por su centralidad. Conviene recordarlo en el examen. Incluso cuando nuestra conciencia nos atormenta por pecados contra otros –como el quinto o el sexto- nunca “pasemos de largo” los primeros tres. Porque sin duda que casi todos los demás pecados, son una consecuencia de nuestra debilidad o superficialidad en el amor a Dios.
·        Es importante también que busquemos algún examen de conciencia que detalle un poco más el contenido de los mandamientos. Esto es bueno y  en algunos casos hasta imprescindible, sobre todo si no hemos recibido o alcanzado una formación tan extensa o profunda. Cada mandamiento implica una serie de deberes y señala un buen número de actos contrarios a la voluntad de Dios, que raramente podríamos deducir por nosotros mismos, si no nos dejamos enseñar por la Iglesia.
·        En este tiempo, como también en Cuaresma, conviene que releamos el Sermón de la Montaña –los capítulos 5, 6 y 7 de Mateo- y las catequesis morales de los Apóstoles, muy ricas y profundas, y quizá poco conocidas. Para quien quiere de verdad la santidad, las Bienaventuranzas continúan siendo un espejo en el cual siempre debe volver a contemplarse.

domingo, 27 de noviembre de 2011

Una entretenida semana en la vida de un cura diocesano...



Esta mañana, luego de los Bautismos en la parroquia, unos viejos conocidos me preguntaron si no extrañaba la parroquia anterior…
Mi respuesta –que cada vez repito con más frecuencia y convicción- es que “no he tenido tiempo de extrañar, porque he estado –gracias a Dios- muy ocupado”
Se me vino a la cabeza el artículo que se dio a conocer en estos días sobre las “profesiones” más felices, entre las cuales el sacerdocio católico marchaba a la cabeza.
Y recordé que en mi última visita a mi casa, uno de mis sobrinos hizo alusión a un cierto “mito urbano” –o no se como llamarlo-, de que “los curas lo único que hacen es dar Misa”.
Entonces, parecería ser muy natural: “los curas son los más felices, porque no hacen nada…”  O como decía un colega, en tono jocoso: “nosotros somos 6 hermanos, el único vivo soy yo, los demás trabajan…”

Si existen curas que no trabajan, no he conocido ninguno de ellos.
Es más: puedo asegurar que la inmensa mayoría de los curas que conozco viven ocupados. Y no “dando Misa” todo el día – aunque esto es sin duda lo más importante-sino ocupados en un sinnúmero de tareas de las más diversas.
Tareas que paso a enumerar, para responder a la curiosidad de mi sobrino y para que si alguno la comparte, la pueda satisfacer.
Con esto no quiero hacerme el “héroe” ni la "víctima". Estoy seguro que una madre o padre de familia, un trabajador, un estudiante o un profesional viven con la misma o mayor intensidad su vida de todos los días. Sobre todo quienes tienen hijos pequeños -y no tan pequeños-.
Tampoco es publicidad, o “autobombo”. Nada de eso. Vale aclarar que de de estas cosas –en mayor o menor medida- está hecha la vida de todos mis colegas, en algunos casos en un nivel de actividad muy notable.

Veamos:
Cada día los sacerdotes dedicamos un par de horas –poco más, poco menos- a la oración, repartidas entre la Liturgia de las horas, el Rezo del Santo Rosario y la Lectio divina (meditación u oración mental, como prefieran llamarla). Esta oración se reparte a lo largo del día, a veces por la mañana temprano, al mediodía o –no pocas veces- a altas horas de la noche, una vez terminadas las actividades.
Por supuesto, cada día celebramos el Santo Sacrificio de la Misa, centro de la vida del cura. Que es a la vez momento de unión con Él y servicio a la Iglesia. A veces en la Parroquia, otras veces en un geriátrico, en un barrio, en la Escuela, en la capilla. En ocasiones una Misa, otros días dos, y los domingos, en general, tres.
Algunos días atendemos confesiones antes de la Misa, o también a los alumnos de las escuelas, o a los niños de catequesis, o en el contexto de un grupo de oración. Esta semana, por ejemplo, el lunes por la tarde me tocaron unas dos horas y media de confesiones de los chicos que se confirmaban; el miércoles y jueves por la mañana, algunas horas para los chicos de las escuelas, preparando su Misa de fin de curso.
Casi todos los días –al menos en esta parroquia- nos llaman para asistir algún enfermo, sea en las clínicas, o en su propia casa. Esta semana, sin ir más lejos, me tocó bautizar dos recién nacidos en peligro de muerte y bendecir dos más en el Hospital San Roque, y dar la unción de los enfermos a una anciana muy cercana a la muerte.
También suelen llamarnos para visitar las salas velatorias, orando por los difuntos y consolando a las familias; para muchos de mis colegas, esto es tarea cotidiana, y no solo una, sino dos y tres veces por día.
Además se acercan casi cada día personas con diferentes situaciones, que buscan en el sacerdote una palabra de aliento, un consejo, dirección espiritual, orientación vocacional… Algunos lo hacen de manera habitual, otros de manera ocasional, pero siempre esperando atención, buscando que los recibamos como lo hacía el mismo Cristo. Como decía un compañero sacerdote: “nosotros tenemos que estar bien, porque la gente necesita que estemos bien, para poder ayudarlos”.
Acuden diariamente a nuestras parroquias, también, personas que quieren agua bendita, una estampa, o la bendición para sus personas; o que necesitan alguna ropa, un alimento no perecedero, dinero para comprar un medicamento o una garrafa.
Muchas veces nuestro tiempo se completa con visitas a los hogares para bendecirlos, o también con visitas cordiales, en el contexto de una cena o almuerzo –o de unos mates amargos- en los que también el Señor se hace presente para formar e iluminar a su pueblo.
Muchos de nosotros se dedica también –por vocación personal, por necesidad de las comunidades, por mandato del Obispo- a la docencia. En mi caso, son dos horas de clase cada martes, y cuatro horas cátedra los miércoles. Con sus correspondientes tiempos de preparación –la mayoría de las veces, lo confieso, escasa-, de corrección de exámenes, de mesas, etc.
Los días se llenan también con diferentes reuniones de formación; encuentros de preparación para los sacramentos con los chicos o con sus familias; la atención de los novios que se casarán próximamente; el acompañamiento de las docentes y catequistas en el proceso de la educación en la fe; la organización de convivencias, encuentros, bingos o cenas a beneficio; las reuniones para organizar o solucionar las necesidades económicas de las comunidades.
Nos toca muchas veces hacer el “seguimiento” de las obras que se hacen en una parroquia o comunidad; nos toca renegar por momentos con los trabajos mal hechos, pelear precios, comparar presupuestos, controlar el cumplimiento de los contratos…
Y está también el “trabajo” que no se ve: la preparación de las clases, de las homilías, de las charlas; la lectura y la información sobre la actualidad de la Iglesia, para poder estar a la altura de los tiempos –formación permanente-.
Están también las diferentes obligaciones personales o civiles, como ciertos trámites ante el gobierno, la renovación de un carnet de conducir, la correspondiente atención médica, etc.
Y los sábados y domingos están en general bastante ocupados, repartidos entre la atención y acompañamiento de los niños de Catequesis y sus familias, la solución de situaciones particulares, el acompañamiento de los grupos apostólicos de las parroquias, la celebración de los matrimonios –aunque son pocos, siguen existiendo algunos…-, la celebración de los Bautismos, etc. También suele haber campamentos, convivencias, encuentros, vigilias, etc. Para muchos de mis colegas del interior, los “fines de semana” transcurren en gran parte recorriendo las capillas del campo, llevando el Evangelio y la Gracia a los rincones de la parroquia.

¡No pensaba escribir tanto! Que sirvan estas líneas como un sencillo testimonio de la alegría de ser sacerdote.
Alegría que algunas veces se ve oscurecida por nuestros pecados, por nuestras faltas de entrega y fidelidad, por algunos fracasos e incomprensiones. Pero que termina siendo siempre más grande que todo lo demás, cuando la entrega fue desinteresada y generosa.
Ojalá que esto sea para alguno de los que lea –si tuvo la paciencia de llegar al final…- un estímulo para rezar día tras día por nuestra fidelidad en el ministerio.

sábado, 19 de noviembre de 2011

Consagración de mi sacerdocio a la Virgen del Rosario

En un nuevo aniversario de mi ordenación, comparto con ustedes la "consagración" de mi sacerdocio a la Virgen María.
La pueden rezar -por mí, y por todos los curas- , cambiando la primera persona del singular por la tercera...

Oh Señora Mía, Reina del Santísimo Rosario, oh Madre Mía.
Yo, Leandro Daniel Bonnin, sacerdote para siempre por misericordia del Padre y de tu Hijo Jesucristo, me ofrezco totalmente a vos.
Oh Madre, educadora del Verbo encarnado, formadora de santos, hoy renuevo mi alianza eterna de amor contigo.
Y en prueba de mi filial afecto, y en respuesta a tu ternura maternal, te consagro en este día:
Mis ojos, pidiéndote tener siempre la mirada misericordiosa del Padre;
Mis oídos y mi lengua, para que como vos sepa escuchar y comprender la Palabra, y la proclame con valentía y coherencia en toda circunstancia;
Mis manos ungidas, para que las preserves de la rutina, para que celebrando cada día los sacramentos de tu Hijo con espíritu renovado, sea capaz de imitar lo que conmemoro, y conforme mi vida al misterio de la Cruz;
Te consagro sobre todo mi corazón; este corazón frágil y pecador, pero que quiere arder en el fuego del Espíritu, para tener los mismos sentimientos del Buen Pastor.
En una palabra te consagro todo mi ser. Quiero marianizar totalmente mi sacerdocio. Quiero en tus manos ser, con toda mi vida, fuente de agua viva, regazo materno para el afligido, puente entre el Cielo y la tierra, hostia viva que se ofrece para gloria del Padre, y se da como alimento al mundo.
Oh Madre de bondad, Reina del apostolado fecundo, guárdame del orgullo, de la mediocridad y de la tristeza, y dame un corazón humilde y magnánimo, casto y alegre.
Defiéndeme de las asechanzas del enemigo, de la ambición y de la pereza, y haz que me consuma la sed de almas, y el deseo de atraer a todos hacia tu Hijo.
Utilízame como cosa, posesión e instrumento tuyo. En tus manos tengo la certeza de cumplir la voluntad del Padre, de gastar mi vida para gloria suya, extensión del Reino de Cristo, y para tu regocijo.
Madre, todo lo mío es tuyo, y todo lo tuyo es mío.
Totus tuus ego sum, et omnia mea tua sunt, in saecula saeculorum. Amen.

lunes, 24 de octubre de 2011

Mi amargura –y mi esperanza- por la Argentina…

Reconozco que en estos días el sentimiento de dolor me ha invadido varias veces. De tal manera y con tanta intensidad, que no logro compartir la alegría de muchos, para los cuales las elecciones son –ganen o pierdan sus elegidos- una “fiesta”.
Más allá del resultado de los comicios, me duele una Argentina donde no hubo un solo candidato presidencial a quien se pudiera votar con la certeza de que defendería los valores de la vida y la familia en su integridad.
…una Argentina donde sistemáticamente se está destruyendo el sentido moral de los niños y jóvenes, imponiendo una educación –perversión- sexual antinatural. Donde el relativismo moral se impone desde los medios de comunicación, para los cuales el peor –el único quizá- crimen es creerse “dueño de la verdad”
…una Argentina en la cual parece que se quiere hacer desaparecer la cultura del trabajo y el valor del esfuerzo. Me duele una Argentina donde los gobernantes mantienen sumisos y cautivos a millones de ciudadanos, prisioneros de un sistema y un modelo que los degrada y destruye su dignidad.
…una Argentina en la cual millones han aceptado cobrar sin trabajar. Donde cientos de miles han consentido en ser utilizados para llenar plazas y estadios, o para “dibujar” estadísticas.
…una Argentina en la cual para “subir” hay que mentir, hay que “transar” con la corrupción, hay que hacer trampa. Donde la corrupción en infinitas versiones –coimas, acomodos, cuñas, compra y venta de títulos, licencias falsas por enfermedad, arreglos “por afuera”…- penetra cada sector de la vida privada y pública.
…una Argentina en la cual la infidelidad a la pareja se promociona y aplaude, llegando a transformarse casi en un nuevo “deporte” nacional. Una argentina con millones de “hijos huérfanos de padres vivos”, y de viejitos que se mueren de tristeza, olvidados por su descendencia.
…una Argentina con millones y millones de argentinos con el alma sucia, con el corazón corrompido, sin ideales ni perspectivas,
…una Argentina con multitudinarias manifestaciones de fe –oh, María, esperanza nuestra- desmentidas casi siempre en el diario vivir.

Desde el fondo de nuestro dolor, pero con la certeza de que Cristo y María siguen amando y bendiciendo a nuestra querida Patria, estamos comprometidos a ser luz en medio de la oscuridad.
Quiera el Señor concedernos a todos los argentinos la gracia de la conversión, de una profunda y sincera conversión a Él y a sus mandamientos.