sábado, 12 de julio de 2008

Oraciones antes de celebrar la Misa

En la Misa Crismal del año 2007 el Santo Padre Benedicto XVI volvió a sorprendernos a todos los que lo admiramos. Nos asombró con una homilía hermosa, de una simplicidad y profundidad propias, como ha dicho algún comentarista por allí, de un "padre de la Iglesia del Siglo XVI". Benedicto reflexionó sobre la identidad del sacerdote recordando que en el momento de la ordenación "la Iglesia nos ha hecho visible y tangible esa realidad de los ‘nuevos vestidos’ incluso externamente, mediante el ser revestidos con los ornamentos litúrgicos. En este gesto externo ella quiere hacernos evidente el evento interior y la tarea que nos viene de él: revestirnos de Cristo; entregarnos a Él como Él se entregó a nosotros”.
Nos sorprendió, digo, porque quizá en los últimos tiempos se ha valorado demasiado poco este "revestirse" exterior antes de celebrar los sacramentos, incluso se lo ha despreciado en algunos sectores de la Iglesia. Benedicto fue más allá, con esa amplitud de miras que lo caracteriza, y pasando por encima de cualquier posible acusación de "conservador" o "retrógrado" - adjetivos de los cuales parece siempre sonreírse con picardía-:
“Quisiera por tanto, queridos hermanos, explicar este Jueves Santo la esencia del ministerio sacerdotal interpretando los ornamentos litúrgicos que, precisamente, por su parte, quieren ilustrar qué cosa significa ‘revestirse de Cristo’, hablar y actuar ‘in persona Christi’”
Los que quieran leer completa la bellísima explicación del Santo Padre, pueden leer la homilía completa aquí.
Yo, por mi parte, me atrevo con temor a hacer algún aporte más. El Papa dice en su homilía "En otros tiempos, al revestirse de los ornamentos sacerdotales se rezaban oraciones que ayudaban a comprender mejor cada uno de los elementos del ministerio sacerdotal". He tomado estas oraciones y les he hecho una pequeña glosa, con algunas ideas que vienen a mi mente cada vez que debo celebrar. Si a alguien le sirven, las puede usar, imprimir, enviar, etc. Todo sea para que el Misterio del Señor, sin el cual "non possumus", sea celebrado cada vez con más amor y gozo espiritual.

Sacerdote de Dios:
Celebra hoy la Santa Misa de Jesucristo
como si fuera la primera, la única, la última Misa.
Recuerda que eres Cristo: revístete de Cristo.
Considera lo que realizas, e imita lo que conmemoras,
y conforma tu vida con el misterio de la Cruz del Señor.
¡Oh María: baja del cielo y condúceme al altar,
de tu mano voy feliz al Sacrificio de tu Hijo

Al lavarse las manos

Da, Domine, virtutem manibus meis ad abstergendum omnem maculam ut sine pollutione mentis et corporis valeam tibi servire.
Señor: estas manos que ahora lavo te pertenecen. En el día de mi ordenación las ungiste para que fueran tus manos. Sin embargo ellas, como mi cuerpo y mi mente, están sucias, manchadas por el pecado. Y no soy capaz de limpiarme por mis propios medios: sólo tu fuerza, tu virtud, puede hacerlo. Por eso te pido, como el salmista: “lávame, Señor, de todo mis delitos, limpia mis pecados”. Que así como el agua deja mis manos libres de toda suciedad, para que puedan tocar tu carne pura, así tu Espíritu me purifique, y renueve en mí la gracia de la ordenación. Haz que hoy sienta nuevamente en mis manos y en mi alma la suave fragancia del Crisma que las consagró. Sólo así, Señor, podré servirte, y podré servir a la Iglesia, mi Esposa y tu Esposa, con un amor puro y fiel.

Al ponerse el amito

Impóne, Dómine, cápiti meo gáleam salútis, ad expugnándos diabólicos incúrsus
Señor, protégeme del Maligno. Él sabe que soy frágil, que puedo caer. Y sabe que si caigo yo, que si hiere al pastor, caerán también mis fieles, tus ovejas. Por eso querrá alejar mi alma de Ti, en este momento sublime, en que también tengo que proclamar tu Palabra con valentía y amor. Aparta de mi mente mis propias ideas
y mis propias palabras. Que sólo hable y pronuncie las tuyas, que tenga tus pensamientos y los comunique a tus ovejas. Protege mi mente de toda distracción, de pensamiento inútil y mundano, de toda búsqueda egoísta y soberbia, de todo deseo de protagonismo. Que no me busque a mí mismo al ejercer éste, tu sagrado ministerio. Que en mi mente y en mi corazón sólo brille una idea y un deseo: la Gloria de tu Padre y la santificación de tu Pueblo.

Al Colocarse el Alba

Deálba me, Dómine, et munda cor meum; ut, in Sánguine Agni dealbátus, gáudiis pérfruar sempitérnis.
Señor, estoy a punto de celebrar el misterio de tu entrega por Amor. De hacer presente tu Sacrificio, en el que derramaste tu Sangre, como nuevo Cordero Pascual, para purificar al mundo. Tendré la dicha infinita de poder repetir tus palabras, en tu nombre, en tu persona: “este es mi Cuerpo entregado por vosotros; esta es mi Sangre derramada por vosotros y por muchos para el perdón de los pecados”. Por eso te pido: que tu sangre purifique y blanquee mi corazón y toda mi persona. Que al usar esta vestidura blanca, como en el día de mi Bautismo, lo haga con la inocencia de aquel día, cuando tu sangre blanqueó por primera vez mi alma. Más aún: que yo pueda unir mi propia ofrenda a la tuya; que tu sangre impregne mi alma, me libere del egoísmo, y me haga capaz de entregar mi propia vida. Que celebre hoy seguro de estar participando del Banquete eterno de tus Bodas, con la Iglesia de todos los siglos.

Al ponerse el cíngulo

Praecínge me, Dómine, cíngulo puritátis, et exstingue en lumbis meis humórem libídinis; ut máneat in me virtus continéntiae et castitátis.
Señor, soy tu sacerdote, te pertenezco todo entero, pero el pecado ha dejado profundas huellas en mí. Muchas veces mi concupiscencia me inclina al mal; muchas veces descubro en mi interior fuerzas oscuras, malignas, un fuego que me inclina al egoísmo y la sensualidad. Y todo eso me aparta de Tí, y me impide amarte sobre todas las cosas, y amar a la Iglesia con amor de pastor. Ahora que me preparo para celebrar el sacramento de la Caridad, te pido: apaga en mi el fuego de las pasiones desordenadas, y enciende el fuego de tu amor. Revísteme de tu pureza, ordenas mis fuerzas instintivas, concédeme la auténtica libertad. Concédeme la verdadera castidad, para que mi corazón te ame con amor indiviso, para que en la patena Tu y yo seamos una sola cosa ofrecida para gloria del Padre y como alimento para el mundo hambriento.


Al ponerse la estola

Redde mihi, Dómine, stolam inmortalitátis, quam pérdidi in praevaricatióne primi paréntis: et, quamvis indígnus accédo ad tuum sacrum mystérium, mérear tamen gáudium sempitérnum.
Señor, me reconozco totalmente indigno del Misterio que me confías. Me supera inmensamente, no puedo mirarlo sin temer ofenderte. Pero no me acerco confiado en mis méritos ni en mis capacidades. Sólo me atrevo a presentarme ante Ti recordando la misión recibida el día de mi ordenación, cuando llevé por primera vez esta estola que ahora me coloco: “recibe la ofrenda del pueblo santo de Dios para ofrecerla en sacrificio”. Esta estola, Señor, me recuerda mi identidad profunda, la esencia de mi vocación, mi lugar en la Iglesia. Que al usarla hoy, obediente a tus palabras, pueda reparar la desobediencia de mis primeros padres. Que celebrando esta Eucaristía, unido a tu gozosa obediencia filial, merezca yo también alegrarme eternamente en el Cielo.

Al ponerse la casulla

Dómine, qui dixísti: Jugum meum suáve est et onus meum leve: fac, ut istud portáre sic váleam, quod cónsequar tuam grátiam. Amén.
Tu yugo es suave, Señor, y tu carga liviana. Quien se acerca a Ti encuentra alivio, encuentra descanso. Porque Tú llevas nuestras cargas sobre tus hombros, cargas con las culpas de todos, por amor. Es el amor el que hace suave tu yugo, es el amor al que da valor y sentido al sacrificio. Ahora que me apronto a renovarlo, Señor, te pido que al usar esta casulla como signo de tu amor y de tu yugo, me identifique cada vez más con tu persona. Que ponga sobre mis espaldas y sobre mi corazón su caridad pastoral, que celebra totalmente cubierto por tu amor infinito. Y que viva cada día llevando a mis hermanos, como Buen Pastor, sobre mis hombros, par llevarlos al redil eterno del Cielo.