miércoles, 6 de agosto de 2008

Marcelo, o la muerte como consumación de la vida

Hace un par de meses participé del Congreso de Bioética en Santa Fe, que versaba sobre la muerte y los enfermos terminales. Fue una experiencia muy enriquecedora, tanto por la posibilidad de compartir con gente de todo el país, como por el nivel de los expositores. El punto más alto del Congreso fue la participación de tres ancianos de corazón joven, que nos deslumbraron con sus exposivciones, pero sobre todo con su testimonio: Mons Sgreccia, el Dr. Padrón y el Cardenal Karlic. Nos hablaron de la muerte con tanta profundidad, realismo y esperanza, que nos hicieron emocionar.
Durante el Congreso -ya no recuerdo quien lo dijo- se me grabó una frase: para el cristiano, la muerte no consume la vida, sino que la consuma. No es por lo tanto un momento de decadencia sino sobre todo de plenitud. Afirmación bella pero difícil de comprender. Sólo podemos hacerlo si vemos nuestra vida a la luz de la Pascua. Si el cristiano vive la Pascua cotidianamente, si vive entregándose, la muerte lleva a plenitud esa actitud existencial: es entrega y paso hacia Dios.
La frase tiene otra posible interpretación: se muere como se ha vivido. Así es la muerte cristiana, sobre todo.
Estas reflexiones las hago con la mente puesta en Marcelo, el papá de nuestros queridos Martín y Pablo, de Lucas y Franco, el esposo de Claudia. Dios quiso llamar a Marcelo cuando estaba haciendo lo que amaba hacer: estaba con su familia, un Domingo, jugando con sus hijos más chiquitos. Más allá de lo trágico de la situación, y de lo doloroso del momento, sobre todo para Lucas y Franco, pienso: qué maravilla! Muere como ha vivido, muere "haciendo de papá", dedicado a sus hijos, muere con la familia que tanto amó y por la cual luchó, a pesar de haber tenido que sufrir tanto desde pequeño. Todos mis recuerdos de él son en familia: o llevando a los más grandes por ahí, o trayendo y buscando a los chiquitos a la Escuela, o con ellos en Misa...
Su velorio y entierro tuvieron una característica peculiar. Había muchos, muchísimos jóvenes. Amigos de Martín y Pablo. Pero también "hijos del Corazón", como decía una de las coronas junto a su ataúd. Todos se sentían deudores, todos habían recibido algo de su paternidad.
Yo ruego al Señor que ese último momento lo haya encontrado en paz con el Señor, con el Corazón dispuesto a entrar al Cielo. Yo ruego también para que el Señor me conceda, nos conceda a todos, morir fieles a nuestra vocación, morir entregándonos a él y a los demas.