domingo, 22 de septiembre de 2013

Hija del Mar inmenso: una fábula de Castellani que amo.


HIJA DEL MAR INMENSO
La Gaviota, que estaba comiendo carroña, miró casi despreciativamente a su limpísima visitante.

-(¿Qué querrá aquí esta damisela?) Buenos días.

-Buenos días, prima. ¿Qué tal?

-¡Muy bien! -dijo la mugrienta, ponderando mucho-. Aquí en este matadero, ¡superior! ¡Comida a patadas! ¡Golosinas en abundancia! ¡Bofes por aquí, chinchulines por allá, achuras por este lado, tripas, cabezas, sangre negra, garrones verdeando de moscas! ¡Lo grande! ¡Carne a pasto!

-Carne podrida... -musitó la Gaviota Marina.

-¿Y tú, qué comes?

-Pescado fresquito, recién sacado -dijo ella-, un día tiburón y otro corvina... Vamos al mar donde nacimos, hermana, que la vida que llevas es la deshonra de la familia. El mar es grande y noble. Yo vuelo al ras de las olas sonorosas que traen espumas blancas y sobre las cuales el sol arroja su luz azul y las nubes las manchas verdosas de sus sombras. Yo vuelo también encima de las nubes y entonces el pueblo parece una manchita blanca y el peñón en que tengo mi nido un cascote; pero del mar no se ve el fin. Una vez volé desde la playa adentro tres jornadas, contra la Ley de nuestro Instinto, porque no se veía el sol que estaba nublado y la embriaguez del mar me poseía; y no vi el fin del mar. Y al querer volver me agarró una tormenta tan espantosa como nunca la vio ser nacido. Parecía que las nubes del cielo habían caído en el mar, y el mar había subido al cielo en medio de llamaradas fulgurantes, y que todos los elementos estaban mixturados como en el principio del mundo. Perdida en medio del ciclón yo vi llegar la muerte y la acepté con fuerza de corazón pero no me dejé caer, sino que penetrada de una viril y desesperada energía rompí con golpes continuos las aguas inflamadas, no sé si volando o nadando. El ruido y el rugido eran enloquecedores; las aguas golpeaban macizas como piedras y el viento abrasaba y arrastraba con brazos irresistibles. Yo había perdido la noción de todas las cosas y parecía que mi ser se había convertido todo en una terquísima y furiosa voluntad de no abandonarme, de no cejar por nada hasta que se me quebrasen las alas. ¿Crees que una se acuerda de sus hijos, de su casa, de sus padres, en esos momentos? De nada. Al fin salí. ¿Cómo? No sé. Abrí los ojos y me vi fuera del infernal torbellino, al cual oía bramar alejándose. Me vi flotando sobre las olas que hervían. Al llegar, mi casa me pareció un paraíso, mi vida una resurrección; mis pollos, que piaban de hambre, más hermosos que nunca... Ahora ellos han volado ya sobre las aguas azules y las nubes blancas y se han bañado en la rompiente y son tan fuertes como yo. Hermana, el mar es grande y noble. Vivir allí es costoso y sobrio, el peligro acecha y el trabajo no deja. Pero mil veces pasar hambre en la belleza de sus llanuras difíciles antes que la abundancia sucia de este matadero, hermana.

La Gaviota que se había pervertido bajó por toda respuesta despreciativamente la cabeza y arrancó de un picotazo el ojo de una vaca maloliente. Y la Gaviota Marina comprendió tristemente que a aquel buche atiborrado de placeres fáciles se le ocultaban invenciblemente todas las bellezas del mundo moral, todos los deleites que se alzan dos palmos sobre el nivel de aquel suelo fangoso en que se revolcaba.
De Leonardo Castellani
CAMPERAS