miércoles, 9 de octubre de 2013

Vocación -un poema del padre Luis Jeannot Sueyro-

Vocación
P. Luis Jeannot Sueyro



¿Qué viste en la alborada de mi vida,
Rabí de Galilea,
que volcaste el misterio de tus ojos
en mi frente pequeña,
y me abriste llameantes horizontes
y el ansia enorme de una vida nueva?

¿Qué dejaste, Señor, entre mi barro,
que desde entonces reflejé una estrella
y hastiado ya del mundo,
soñé en altares, hostias y patenas?

Pasabas, Nazareno, por mis campos,
lo mismo que en las tardes de Judea;
trepaste a las cuchillas entrerrianas;
te asomaste al rastrojo y a las glebas...
buscando quien alivie tu camino,
buscando un corazón que te comprenda.

Se irguió tu inmensidad en el terruño,
y yo te vi cual eras.
Me miraste en el alma aquella tarde;
te contemplé con infantil fijeza,
y al borde de tus ojos divinales
vi asomarse el abismo de tu idea:
"Otros surcos harás entre los hombres
y otras semillas verterás en tierra.
¡Fecunda los terrenos con mi Sangre
y subirá hasta el cielo tu cosecha!
Tus dedos rozarán mi Carne pura.
¡Toma mi Cruz y deja la mancera!

Señor, mi alma de niño
no pudo comprender tu voz tremenda;
pero mis toscas manos
sabían de guadañas y de siegas...
y algo entendí de "las hinchadas mieses
que sin segar se quiebran".
Y escuché en el rumor de las espigas
el grito de las almas indefensas.
"¡Sacerdotes!" pedían los trigales.
¡Sacerdote seré! dije a mi tierra.

domingo, 6 de octubre de 2013

La Santísima Virgen del Rosario Reina coronada de Paraná

La Santísima Virgen del Rosario
Reina coronada de Paraná
Carta Pastoral de Monseñor Tortolo, Arzobispo de Paraná, con motivo de la Coronación Pontificia de la Santísima Virgen del Rosario, del 1º de diciembre de 1973.



Queridos hijos:
       Estamos sobre la hora del gran acontecimiento de la historia espiritual de Paraná: la Coronación Pontificia de su Madre y de su Reina, la Santísima Virgen del Señor quien nos ha venido conduciendo hasta esta etapa final.

I. UNA ALIANZA CON MARIA
Paraná con su vida de hoy, de ayer y del futuro, Paraná con lo mejor que tiene, que son sus hijos, quiere consagrarse a María Santísima y sellar con Ella una Alianza, un Pacto eterno de amor.
       La firma de este Pacto, el sello visible de esta Alianza, será la Corona de Oro que los hijos de Paraná -en especial sus 32.000 hogares— pondrán sobre la frente de Madre, de su Patrona y de su Reina.
       Esta Coronación no es, ni podría ser, un acto circunstancial y pasajero. Es la culminación de un profundo proceso espiritual. Ha nacido de la Fe, de una Fe expresada de distintos modos, vigorizada por la oración, fecundada por el sacrificio, sostenida por el fervor mariano de sacerdotes, religiosas y fieles.

II AL ENCUENTRO DE UNA GRACIA
       Dios amó y sigue amando a Paraná con un amor concreto y personal. Este amor de Dios se llama gracia y esta gracia se llama Nuestra Señora del Rosario. Los hijos de Paraná han salido al encuentro de esta gracia. El Paraná del centro, de la periferia, de la costa del río -el Paraná de todos los barrios y todos los sectores- salió al encuentro de esta gracia y se viene preparando para recibirla y hacerla suya.
       Algo muy grande ha ocurrido con la respuesta de nuestro pueblo.
       Como acto de gratitud al Señor por todo lo que Él hizo entre nosotros, y también como acto de reconocimiento a nuestros sacer¬dotes y a nuestros fieles, permitidme señalar los caminos humanos y divinos que nos están llevando al encuentro de esta gracia.
       El proceso comenzó en Pascua, al impulso de la vida nueva y victoriosa de Jesús Resucitado. Comenzó casi en silencio, de rodillas.
       Para despertar a los hogares de Paraná se hicieron más de cincuenta reuniones en casas de familia. Siguió luego la Cruzada del Rosario con más de diez mil rosarios repartidos, la visita de la Santísima Virgen a más de doce mil hogares, el audiovisual de la Historia de Fátima en dos versiones, repetidas más de noventa veces, la participación tan generosa del Magisterio y del Alumnado de las Escuelas de la Ciudad con tareas pedagógicas sobre los Misterios de María y su Presencia en la Historia Patria, la visita guiada de los escolares -mañana y tarde- a la Iglesia Catedral y a la Imagen Fundadora, la insistente y cálida voz radial de todos los días.
       Pero ocurrió también otra cosa providencial. Las peregrina¬ciones a la Iglesia Catedral para el Jubileo del Año Santo dieron otro ritmo de vida a nuestra Catedral. Los peregrinos han abierto rutas que podríamos llamar de la periferia al centro y han unido hasta físicamente las Parroquias del interior con la Iglesia Madre de Paraná.
       En busca del Hijo se han encontrado con la Madre y, al con¬fiarle a Ella ese mundo interior que todos llevamos dentro, han convertido la Catedral en Santuario y en fuente de gracias en favor de todo nuestro pueblo. La presencia de miles de peregrinos anunciados para la tarde del 8 de diciembre, es obra de este despertar mariano. Diversos hilos de vida se van convirtiendo en un inmenso río de gracias. Es el anuncio de otras mayores porque es propio de Dios seguir dando más sí nuestra respuesta es cada vez mejor.

III. OBRA DEL ESPÍRITU SANTO: LOS NOMBRES DE MARÍA
       Por estos caminos nos condujo el Señor para hacernos descubrir su Plan, al hacernos descubrir el nexo de unión con la Virgen del Rosario, y marcar con Ella la vocación espiritual de Paraná.
       Dios nos la ha dado como signo y como prueba de su Bondad para con nosotros, pero al mismo tiempo para que Ella replasmara en nosotros su propio Misterio de Nuestra Señora del Rosario, al modo como las madres traspasan a sus hijos su propia fisonomía.
       Debemos explicar ahora el fundamento y el contenido de este regalo de Dios. La Santísima Virgen es una sola y siempre la misma. Su plenitud casi infinita de gracias, ofrece también una multitud casi infinita de rasgos, de expresiones, de nombres y de títulos. Podemos llamar a María por algunos de sus Misterios históricos: la Virgen de la Anunciación o Nuestra Señora de los Dolores. Por algunas de sus virtudes: Nuestra Señora de la Humildad o de la Confianza. Por el lugar donde quiso aparecer: Lourdes o Fátima. Por sus mensajes maternos o sus expresiones simbólicas: los rayos de luz de la Medalla Milagrosa o las lágrimas de la Virgen de Siracusa. Hoy la invocamos también como Nuestra Señora de los Pobres o Nuestra Señora del Sí.
       Los siglos han acumulado nombres y los seguirán acumulando en el futuro. Es obra del Espíritu Santo, presente en la Iglesia, que nos hace descubrir nuevas y vivas conexiones entre María Santísima y Dios, entre María y su Hijo, entre Ella y nosotros, entre Ella y el universo.
       Estos nombres, estos títulos, estos misterios llenan de gozo el corazón de Dios porque proclaman su Gloria, cantan la grandeza y el poder de una inagotable Bondad.
                   Gozar de estas realidades es complacer sobremanera a Dios. Es reconocer las obras de sus manos y cantar la riqueza de su Gracia, es asociarnos al Magnificat, surgido de lo más profundo del alma radiante de María, en la que ya estaba presente nuestra ansiada Coronación.
       El Magnificat es el preludio de toda la exaltación futura, exaltación que el mismo Dios reclama, y a la que equivocadamente algunos han llamado triunfalismo.

IV. NUESTRA SEÑORA DEL ROSARIO
       Ahora bien, podemos preguntarnos qué misterio se oculta bajo este nombre del Rosario. En realidad, es el título más universal porque contiene el Misterio de la Redención humana, todo el obrar de Dios fuera de Sí mismo. Contiene todo el Misterio de Cristo que comienza con la Encarnación -inmediatamente después de la Anunciación del Ángel-, continúa por su vida, su Pasión, su Muerte y su Resurrección, culmina con su triunfo sobre el pecado y sobre la muerte y con el retorno al Padre. Decir:       Nuestra Señora del Rosario, es decir: Nuestra Señora del Evangelio, de la Redención y de la Gracia.
       Toda esa realidad, todo este contenido le fue dado a Paraná cuando el Cabildo Eclesiástico de Buenos Aires -instrumento humano manejado por Dios- creó el 23 dc octubre de 1730 la Parroquia de Paraná y declaró Patrona a María.
       Es antiquísima la costumbre de dar un Santo Protector, o poner bajo la protección de la Santísima Virgen pueblos, profesiones, instituciones. Esta costumbre está avalada por la Teología. Se funda en el Misterio de la Comunión de los Santos y en la promesa del Señor de ratificar en el cielo lo que su Iglesia hace en la tierra por obra del Espíritu.
       Paraná no había nacido todavía. Por los organismos normales de la Iglesia se daba a Paraná una Patrona que sería Madre, Fundadora y Alma de la Ciudad: María Santísima del Rosario. Una pequeña Imagen la haría visible.
       Todos sabemos que la Imagen no es la realidad, pero la repre¬senta, como ocurre con una foto o con un cuadro. Por eso, cuando hablamos de Coronación entendemos que el gesto de coronar acaba en la Imagen, pero la realidad a la que tiende y da valor al acto es la misma Virgen María, hoy en cuerpo y alma en la gloria.

 V. SUMERGIRNOS EN LOS MISTERIOS DE CRISTO
       Dios ha puesto lo suyo; exige ahora lo nuestro. El vínculo entre la Ciudad de Paraná y la Virgen del Rosario es obra de Dios. Nosotros debemos vivirlo cada uno de nosotros así como toda la Ciudad, y vivirlo en la vida de cada día.
       La Santísima Virgen cumple, como Madre, su misión de velar y de intervenir secretamente mediante su influjo y su presencia. Pero, en cambio, ¿vivimos nosotros nuestra filial dependencia de María y encarnamos el contenido de su gran Misterio?
       No es fácil responder en alta voz. Sin embargo debemos recor¬dar que la Virgen del Rosario, de un modo sobreeminente, encarna tres valores, tres elementos esenciales que surgen espontáneamente a la luz del Evangelio.
       1) María vive siempre con Dios: “El Señor está Contigo y Tú con Él”. 2) María crece en gracia y santidad: “Llena eres de gracia”. 3) María santifica su deber de estado: gozosamente se reconoce “esclava del Señor” porque sólo quiere cumplir su Divina Voluntad.
       Estos tres valores los vive en la atmósfera sagrada de un humilde hogar, a través de su vida de familia, sufriendo, sirviendo, amando.
       Ella realizó y vivió con incomparable intensidad estos tres valores. Ahora desde el cielo quiere trasvasarlos a nuestro espíritu. ¿De qué manera?
       Colaboradora de Dios, insiste en un camino, humilde pero seguro: el Santo Rosario. No se trata de pasar cuentas entre los dedos. Se trata sumergirnos en los Misterios de Cristo e, iluminados por la Fe y el Amor, contemplar su Rostro sus gestos escuchar sus palabras, seguir sus pasos.
       Surgirá al instante una luz junto a otra luz, María junto a Cristo, unida a Él, identificada con Él. Y como tomándonos de la mano nos conducirá al interior de Cristo, después de habernos hecho gustar su propio interior de Madre.
       Esto es lo esencial del Rosario, estos son los Misterios del Rosario, a los que se unen como una melodía un poco lejana el Padre Nuestro y las Ave Marías.
       Recordar estos Misterios no es recordar un hecho que fue, como se recuerda una batalla. Recordarlos en medio de la oración es sumergirnos en la vida temporal y gloriosa de Jesús, es sentir su calor, su amor, las vibraciones más íntimas de su espíritu. Es entrar en el alma de María, dejarnos formar, educar con Ella como hijos de Dios para vivir en el cielo.

VI. ¡VOLVEMOS A REZAR EL ROSARIO!
       Gracias a Dios el Rosario vuelve a rezarse en Paraná. Varones y mujeres no se avergüenzan de llevarlo y menos de rezarlo. Los niños de la generación actual crecerán marcados por él. Y nosotros, los adultos queremos pasar esta llama sagrada a la generación de jóvenes que nos siguen. Gracias a Dios el Rosario vuelve a ser oración habitual para los alumnos del Seminario; presagio de los apóstoles de fuego que vislumbra San Luis de Montfort.
       El Rosario renacer con ese vigor que caracteriza a una prima¬vera cuando el invierno fue largo o fue duro.
       Quienes marginan el Rosario de la vida espiritual pierden mucho y quizá ignoren que marginan el Evangelio -al que dicen descubrir- y marginan una forma inequívoca de experimentarlo auténticamente.
       El demonio conoce también la virtud oculta y omnipotente del Rosario. Por eso su trampa de substituirlo por algo mejor para anularlo después. Él bien sabe cuánto gana con ello.

VII. LA CORONAMOS Y NOS CONSAGRAMOS
Queridos hijos:
       El próximo 8 de diciembre ocurrirá algo muy grande entre nosotros. El Señor nos ha hecho ver más de cerca el Don de su Divina Madre; Don otorgado a Paraná bajo el título de Nuestra Señora del Rosario. Al agradecer este Don queremos comprome¬ternos con Dios y con su Madre. La Coronación es un acto de reconocimiento por el pasado y es un compromiso para el futuro.
       Coronamos a María primero en el corazón de cada uno de sus hijos, pero luego la coronamos en el corazón de la Ciudad y aceptamos las exigencias que la Coronación impone: fidelidad, entrega, servicio, amor apasionado.
       Coronación y Consagración son palabras que se complementan y exigen todo, tanto del hombre como de la Ciudad. La coronamos como Reina y como Madre y nos entregamos consagrados a esta doble realidad.
       Paraná nunca dejó de ser hija de la Virgen, pero hoy proclama y reconoce su condición de hija dc la Virgen del Rosario como la vocación espiritual que ha de cumplir con heroica firmeza.
       Paraná como Ciudad tiene su propia vocación, su misión histó¬rica que sólo Dios conoce. Pero Paraná será fiel a su vocación y a su destino si es fiel a la Virgen del Rosario, dada por Dios antes de que Paraná naciera.
       Por eso, ante Dios y ante los hombres, Paraná dice que Sí a esta Coronación y a la Consagración que entraña. Para esto quiere sellar al modo bíblico un Pacto y una Alianza de amor eterno con María Santísima. El contenido del Pacto y de la Alianza se expresa en esta breve frase, inscripta en el corazón dc cada paranaense y de toda la Ciudad: “Madre del Rosario, todo lo nuestro es tuyo, todo lo tuyo es nuestro”. Juramos ser fieles hasta morir.

martes, 1 de octubre de 2013

Hace 40 años, Paraná coronaba como Reina a la Virgen del Rosario.

Desde que lo conocí en el Seminario Menor, me impresionó el texto del "Juramento de fidelidad" a la Virgen del Rosario, escrito por monseñor Tortolo con ocasión de la coronación Pontificia de la Imagen de la Virgen del Rosario. He compartido ese texto en este blog y de innumerables maneras.
Hoy les acerco una crónica de aquel momento, que me concedieron gentilmente en el archivo de la Curia.
Y sólo me quedo en dos detalles:
a) La corona fue hecha con la donación de muchos fieles, que entregaron sus alianzas, alhajas, etc.
b) En la plaza había más de 20000 personas, como se puede observar en las fotos.
Soñemos y trabajemos para que cada año esa cantidad de peregrinos y más honren a la patrona y fundadora!



Crónica de la Coronación Pontificia
de la Imagen de Nuestra Sonora del Rosario

El 8 de diciembre de 1973, como culminación de un profundo proceso religioso vivido en la Ciudad y en toda la Arquidiócesis, fue coronada en nombre del Santo Padre, la Imagen de Nuestra Señora del Rosario, Patrona y Fundadora de Paraná.
Esta celebración sagrada de la tarde del 8 de diciembre, concentró en si misma muchas cosas. En primer término toda la catequesis —larga y profunda—, cumplida en Paraná desde los primeros meses de 1973, que estuvo ordenada a restaurar y reconstruir las familias sobre cimientos esencialmente cristianos. Concentró también, y de modo eminente, toda la piedad mariana que se expresa en el rezo del Rosario -el Rosario fue eje de todo el proceso previo a la Coronación y es base de todo lo que se sigue de ella. Y por último, o mejor, centralmente, ya que aquí está toda la médula teologal del sagrado rito, la Coronación puso a toda la Arquidiócesis en actitud de rodillas ante María Reina, venerando en Ella el Plan de Dios.


Desde la mañana del 8 de diciembre fueron llegando a Paraná nutridos grupos de peregrinos del interior de la Diócesis (se deben destacar especialmente los venidos de Crespo, Nogoyá, Santa Elena, Lucas González, La Paz, San José de Feliciano, etc.) y de las otras Diócesis entrerrianas (particularmente los provenientes de las ciudades de Gualeguaychú, Gualeguay, Concordia, Victoria, Rosario del Tala, etc.), así como de distintos puntos del país (Buenos Aires, Santa Fe, Córdoba, Rosario, etc.)
En horas de la tarde comenzaron a llegar a la Plaza de Mayo los grupos de peregrinos, identificándose algunos de ellos con estandartes de sus respectivas Parroquias, como lo hacían también las Ramas Juveniles de la Acción Católica.
Hacia la hora prevista, el Atrio y la Plaza de Mayo se fueron convirtiendo en prolongación de la Iglesia Catedral. Poco a poco los grupos de fieles y de peregrinos que iban llegando se fueron haciendo más y más densos, hasta que una compacta masa humana de más de veinte mil personas quedó ubicada frente a la Catedral. Para ese momento ya se habían dispersado en la Plaza y sobre las calles adyacentes numerosos Sacerdotes que administraron el Sacramento de la Confesión a muchísimos fieles durante todo el transcurso de la ceremonia de la Coronación y de la Santa Misa, hasta el momento mismo de la Comunión. Se debe señalar que éstas Confesiones masivas eran uno de los objetivos pastorales básicos de este acto de piedad popular. Una ciudad en gracia de Dios fue uno de los objetivos básicos de todo el proceso de la Coronación. 



  Poco antes de las 19 hs. llego al Atrio de la Catedral el Sr. Gobernador de la Pcia. de Entre Rios, Su Excelencia Don Enrique T. Cresto, acompañado por miembros de su Gabinete y por altas autoridades provinciales. Fue recibido y acompañado durante toda la ceremonia por el Ilmo. Mons. José María Mestres, Vicario General de Paraná. `·
Ya ubicado el Sr. Gobernador en el palco situado entre el Altar y la Curia Arzobispal, llegó el Eminentísimo y Reverendisimo Sr. Cardenal Arzobispo de Buenos Aires, Primado de la República Argentina y Vicario General de las Fuerzas Armadas, Monseñor Dr. Antonio Caggiano, acompañado por Su Excelencia Reverendísima el Sr. Arzobispo de Paraná, Mons. Dr. Adelfo S. Tortolo. El Cardenal Primado y el Arzobispo de Paraná eran esperados junte al Altar preparado en el Atrio catedralicio, por Sus Excelencias Reverendísimas mons. Dr. Vicente Zazpe, Arzobispo de Santa Fe y Vicepresidente Segundo de la Conferencia Episcopal Argentina, Mons . Dr. Ricardo Rosch, Obispo de Concordia, Mons. Dr. Pedro Boxler, Obispo de Gualeguaychú, Mons. Dr. Agustín Herrera, Obispo de San Francisco (Pcia. de Cordoba) y Mons. Dr. Victorio Manuel Bonamin, Obispo titular de Bita y Provicario General de las Fuerzas Armadas.
Luego que el Emmo. Sr. Cardenal revistió la capa pluvial y la mitra, se abrieren las puertas de la Iglesia Catedral, y apareció a la vista de todos la Imagen de la Virgen Fundadora, protegida per un fanal de cristal, y llevada en andas per integrantes del Movimiento de Cursillos de Cristiandad. En un primer momento hubo en todos los fieles una mezcla de asombro y religioso silencio. Fueren escasos segundos. De inmediato la Virgen fue saludada –religiosamente saludada-, por una serie de vivas que poblaron y desbordaron con un clamor piadoso y rotundo el Atrio y la Plaza. Este fue el principio de un largo momento de triunfe mariano, y prueba de la madurez de la religiosidad entrerriana.


Después de las aclamaciones que recibieron a la Virgen Fundadora, el Excmo. Sr. Arzobispo de Paraná se adelanté al Altar para tomar al clero y fieles reunidos el Juramente de fidelidad a María Santísima, Virgen del Rosario, reconociéndola en su triple condición de Reina, Patrona y madre. El pueblo cristiano respondió pausadamente, con una vez única, seria y acompasada, como pesando y penetrando cada palabra y cada frase, a las preguntas de su Pastor.


Cuando acabó esta parte del rito, el Arzobispo de Paraná y el Gobernador de Entre Ríos presentaron las coronas de Ntra. Sra. y del Niño al Sr. Cardenal, quien las bendijo. 



Luego el Cardenal Primado avanzó hacia la Imagen sagrada en compañía del Arzobispo y del Gobernador y colocó sobre la bendita cabeza de María Santísima, en nombre de Su Santidad Pablo VI, la corona de oro y piedras ofrecida filialmente por Paraná a su Fundadora. 


El Sr. Arzobispo, por su parte, coronó la Imagen del Niño Dios.


Fue en este momento que se unieron lee vocee enfervorizadas del clero y los fieles, vivando, saludando, victoriando a Su Madre y Reina, con las campanas de la Catedral y con la reciedumbre militar de la Banda del Comando de la IIa. Brigada de Caballería Blindada.


María Reina estaba coronada, reconocida en Su lugar dentro del Plan de Dios, y nada católico comprendió esa tarde que había cumplido con su adhesión interior y exterior a la Coronación, un acto fundamental de Fe y de Caridad. De Fe y Caridad porque sólo desde la Fe empapada de Caridad, sólo por estricta virtud teologal, es posible ver, entender, aceptar y vivir el gesto magnífico de esta tarde de triunfo mariano. Decimos adhesión interior y también externa: cuántos fieles habían dado al Sr. Arzobispo las alhajas más queridas, los recuerdos de familia, los anillos matrimoniales, para hacer con todo ello la mejor corona posible, que expresara toda la fuerza y la grandeza de su Fe mariana, y que fuera menos indigna de la singularidad altísima de la Madre de Dios.
A la Coronación siguió la Santa Misa, presidida por Su Emcia. al Cardenal Primado y concelebrada por al Excmo. Sr. Arzobispo da Paraná, los cinco Excmos. Sres. Obispos presentas y por 29 Sacerdotes.

Luego da la proclamación del Evangelio, el Emmo. Sr. Cardenal hizo en su homilía una sólida exposición teológica de la Realeza da María Santísima y de la importancia histórica del culto a Ntra. Sra. del Rosario.




El momento da la Comunión se prolongó largamente. La mayor parte de esos 20 mil fieles participantes comulgaron. Los Sacerdotes concelebrantes  se  dispersaron por la Plaza y las callas adyacentes para administrar la Eucaristía, y los Sras. Obispos lo hicieron en el Atrio de la Catedral.


Durante todo al sagrado rito da la Coronación y también en la Santa Misa, actuaron en funciones da maestros da ceremonias, diáconos, diáconos, lectores, asistentas da cada uno de  los prelados y locutores, seminaristas da los Cursos de Filosofía y Teología del Seminario de la Arquidiócesis; al Seminario estuvo en pleno en las ceremonias del 8 de diciembre, incluidas las divisiones del pre-seminario y del seminario menor .


Además de la Banda del Comando de la IIa Brigada de Caballería Blindada, que colaboró durante la ceremonia, participó en la parte coral de la Santa misa el Coro de la Asociación Verdiana, dirigido por el Maestro Anselmi.
Se debe destacar la colaboración que prestaron los soldados de la IIa. Brigada Aérea, que por disposición del Sr. Comandante, Brigadier Don Graffigna, formaron un cordón que mantuvo el orden en el frente del Atrio, y facilité en mucho la participación de los fieles en la Coronación y en la Santa Misa.



Concluida la Santa Misa so preparé la salida de la Procesión que debía rodear la Plaza de Raye llevando en andas la Imagen coronada de Ntra. Sra. del Rosario. En la Procesión participaron únicamente el Sr. Arzobispo de Paraná, el Sr. Gobernador de Entre Ríos, los Sres. Obispos presentes y los seminaristas. Un cordón móvil de soldados de la IIa. Brigada de Caballería Blindada, puestos a disposición por el Sr. Comandante, Gral. de Brigada D. Fernando Urdapilleta, brindó el orden suficiente para el avance de la columna. La Imagen fue llevada alternativamente por integrantes del Movimiento Cursillistas de Cristiandad, militantes de Acción Católica y Seminaristas. Los fieles que permanecía en sus lugares, participaron de la Procesión rezando el Santo Rosario, cantando y vivando a la Virgen Fundadora.


domingo, 22 de septiembre de 2013

Hija del Mar inmenso: una fábula de Castellani que amo.


HIJA DEL MAR INMENSO
La Gaviota, que estaba comiendo carroña, miró casi despreciativamente a su limpísima visitante.

-(¿Qué querrá aquí esta damisela?) Buenos días.

-Buenos días, prima. ¿Qué tal?

-¡Muy bien! -dijo la mugrienta, ponderando mucho-. Aquí en este matadero, ¡superior! ¡Comida a patadas! ¡Golosinas en abundancia! ¡Bofes por aquí, chinchulines por allá, achuras por este lado, tripas, cabezas, sangre negra, garrones verdeando de moscas! ¡Lo grande! ¡Carne a pasto!

-Carne podrida... -musitó la Gaviota Marina.

-¿Y tú, qué comes?

-Pescado fresquito, recién sacado -dijo ella-, un día tiburón y otro corvina... Vamos al mar donde nacimos, hermana, que la vida que llevas es la deshonra de la familia. El mar es grande y noble. Yo vuelo al ras de las olas sonorosas que traen espumas blancas y sobre las cuales el sol arroja su luz azul y las nubes las manchas verdosas de sus sombras. Yo vuelo también encima de las nubes y entonces el pueblo parece una manchita blanca y el peñón en que tengo mi nido un cascote; pero del mar no se ve el fin. Una vez volé desde la playa adentro tres jornadas, contra la Ley de nuestro Instinto, porque no se veía el sol que estaba nublado y la embriaguez del mar me poseía; y no vi el fin del mar. Y al querer volver me agarró una tormenta tan espantosa como nunca la vio ser nacido. Parecía que las nubes del cielo habían caído en el mar, y el mar había subido al cielo en medio de llamaradas fulgurantes, y que todos los elementos estaban mixturados como en el principio del mundo. Perdida en medio del ciclón yo vi llegar la muerte y la acepté con fuerza de corazón pero no me dejé caer, sino que penetrada de una viril y desesperada energía rompí con golpes continuos las aguas inflamadas, no sé si volando o nadando. El ruido y el rugido eran enloquecedores; las aguas golpeaban macizas como piedras y el viento abrasaba y arrastraba con brazos irresistibles. Yo había perdido la noción de todas las cosas y parecía que mi ser se había convertido todo en una terquísima y furiosa voluntad de no abandonarme, de no cejar por nada hasta que se me quebrasen las alas. ¿Crees que una se acuerda de sus hijos, de su casa, de sus padres, en esos momentos? De nada. Al fin salí. ¿Cómo? No sé. Abrí los ojos y me vi fuera del infernal torbellino, al cual oía bramar alejándose. Me vi flotando sobre las olas que hervían. Al llegar, mi casa me pareció un paraíso, mi vida una resurrección; mis pollos, que piaban de hambre, más hermosos que nunca... Ahora ellos han volado ya sobre las aguas azules y las nubes blancas y se han bañado en la rompiente y son tan fuertes como yo. Hermana, el mar es grande y noble. Vivir allí es costoso y sobrio, el peligro acecha y el trabajo no deja. Pero mil veces pasar hambre en la belleza de sus llanuras difíciles antes que la abundancia sucia de este matadero, hermana.

La Gaviota que se había pervertido bajó por toda respuesta despreciativamente la cabeza y arrancó de un picotazo el ojo de una vaca maloliente. Y la Gaviota Marina comprendió tristemente que a aquel buche atiborrado de placeres fáciles se le ocultaban invenciblemente todas las bellezas del mundo moral, todos los deleites que se alzan dos palmos sobre el nivel de aquel suelo fangoso en que se revolcaba.
De Leonardo Castellani
CAMPERAS
 

domingo, 30 de junio de 2013

La identidad de la escuela católica

La identidad de la escuela católica

Conferencia inaugural del Congreso Provincial de Educación Católica de Entre Ríos. Concepción del Uruguay, 25 de abril de 2013.



          Agradezco de corazón a los hermanos obispos de las diócesis  de Entre Ríos la invitación a participar en el Congreso Provincial de Educación Católica. Les manifiesto mi satisfacción y alegría por la iniciativa y los acompaño con gusto en esta sesión inaugural. Las jornadas de hoy y mañana son el momento culminante de un itinerario desarrollado en las instituciones escolares y en las respectivas iglesias particulares; seguramente el Congreso tendrá que proyectarse más allá de estas sesiones para iluminar y potenciar la misión educativa y evangelizadora en la provincia en estos tiempos del bicentenario. En ustedes, queridos amigos, saludo con reconocimiento y afecto a todos los educadores entrerrianos.

          Me han pedido que les hable sobre la identidad de la escuela católica; sólo puedo ofrecerles unos módicos apuntes. El lema que encabeza el Documento Base para orientar la reflexión define a la escuela católica como comunidad educativa, discípula y misionera, y los dos ejes del argumento propuesto hablan explícitamente de la identidad de la escuela y del educador. La identidad de una cosa, de un ser, significa y expresa la afirmación de su esencia, de su naturaleza, de aquello que lo determina y lo constituye con propiedad; en una persona podríamos decir que la identidad es su personalidad, el conjunto de cualidades originales que la caracterizan y distinguen de otra, y análogamente esta descripción vale para una comunidad.

Identidad escolar

          Si se trata de definir la identidad de la escuela católica hay que pensar en dos dimensiones: en lo que es propio de ella en cuanto escuela y en lo que la identifica como católica. En la escuela se instruye en los saberes elementales; a este propósito solía decirse que los saberes elementales son leer, escribir y calcular. Pero estos saberes reflejan una cultura, son factores de un saber más amplio y profundo; por eso se afirma actualmente que en la escuela se efectúa la transmisión crítica de la cultura. La cultura es el estilo de vida común que caracteriza a un pueblo, el modo particular como en él los hombres cultivan su relación con la naturaleza, entre sí mismos y con Dios, que se transmite a través del proceso de tradición generacional y se va formando y transformando en base a la continua experiencia histórica y vital del pueblo mismo. En esta descripción, en la que recojo expresiones consagradas por el magisterio de la Iglesia, se puede advertir lo que implica la transmisión cultural que ha de verificarse en la escuela. ¿Qué es lo que niños y adolescentes aprenden en ella? Para desarrollar su ser personal y llevarlo a su plenitud necesitan adquirir una visión, una comprensión del mundo y de la compleja realidad social en la que viven, a través de conocimientos, competencias y hábitos. La tarea propia de la escuela según su identidad no es sólo instruir, cumpliendo los programas de enseñanza obligatoria, sino educar, transmitir y ayudar a cultivar el arte de vivir en el mundo junto con los otros, descubriendo las reglas del mismo y haciendo propios los instrumentos necesarios para participar de modo consciente y responsable de la vida social. El aspecto crítico de la transmisión cultural que debe protagonizar la escuela se refiere al discernimiento, al juicio sobre la verdad, la bondad y la belleza de las cosas, a la renovación de la tradición en la continuidad de las generaciones, y también a la actualidad en la que se cumple el proceso educativo que ha de verse como un tiempo oportuno que corresponde atender o aprovechar.

Identidad católica de la escuela

La escuela católica realiza plenamente la identidad de toda institución escolar; si no es en verdad escuela no puede ser escuela católica; pero la dimensión católica no se yuxtapone, no se añade como un pegote o una decoración superficial a la dimensión escolar. Dicho con otras palabras: no basta para transformar en católica una escuela el suplemento de la enseñanza religiosa o de la catequesis sumado como accidente a los diseños curriculares que impone el Estado. La finalidad de la escuela católica –y el fin es la esencia, la identidad– es la evangelización, es decir la transmisión de la fe y de la visión cristiana del mundo; la misión de la escuela católica es la misión de la Iglesia, porque la escuela católica es la Iglesia en función de educar. Digamos de paso que la inclusión del subsistema educativo eclesial en el único sistema nacional de educación pública no debe llamar a confusión y mucho menos introducir ambigüedad alguna en la definición de nuestra identidad. La transmisión de la fe incluye los contenidos de conocimiento, las verdades en que se espeja y articula la Verdad que es Cristo, Pensamiento y Palabra de Dios, y la experiencia del encuentro con él, experiencia de gracia, de amor y de gozo. La inteligencia, la voluntad y los sentimientos del hombre quedan transformados por la luz y la fuerza de la fe. Cito al respecto un pasaje sencillo y bello del Documento de Aparecida: la meta que la escuela católica se propone, respecto de los niños y jóvenes, es la de conducir al encuentro con Jesucristo vivo, Hijo del Padre, hermano y amigo, Maestro y Pastor misericordioso, esperanza, camino, verdad y vida, y así, a la vivencia de la alianza con Dios y con los hombres. Lo hace, colaborando en la construcción de la personalidad de los alumnos, teniendo a Cristo como referencia en el plano de la mentalidad y de la vida. Tal referencia, al hacerse progresivamente explícita e interiorizada, le ayudará a ver la historia como Cristo la ve, a juzgar la vida como Él lo hace, a elegir y amar como Él, a cultivar la esperanza como Él nos enseña (336).

          Como es fácil advertir, la transmisión de la fe así entendida no se realiza sólo mediante la enseñanza religiosa escolar y la catequesis, con los momentos sacramentales correspondientes. La síntesis buscada entre la fe y la vida se realiza de hecho en una matriz cultural, y por lo tanto es inseparable de otra aspiración: la síntesis entre la fe y la cultura, entre el conocimiento de la revelación de Dios en Cristo, tal como nos la propone la Iglesia, y todos los saberes humanos, todas y cada una de las disciplinas del currículo. Podemos entonces afirmar que la transmisión de la fe implica la evangelización de la cultura y que la transmisión crítica de la cultura que se realiza en la escuela católica supone el momento dialéctico de su evangelización. ¿Qué significa este planteamiento? Las verdades y valores del Evangelio interpelan la cultura de un pueblo, la purifican de sus errores y antivalores, asumen todo lo bueno que hay en ella, lo potencia, completa y transfigura, lo cristianiza desde su raíz. De este modo, las disciplinas que se cultivan en la escuela y la constelación de valores que se intenta vivir e inculcar en ella se ordenan a Cristo, a recapitular todo en Cristo. Éste es el punto clave de la identidad de la escuela católica. La claridad del ideal, que debe reflejarse en los proyectos institucionales, curriculares y pastorales, lo mismo que la rectitud de intención continuamente renovada, son imprescindibles, pero sostener de hecho una identidad vivida reclama un esfuerzo generoso de perseverancia, paciencia y amor.

Dos aspectos complementarios

          Señalo dos aspectos complementarios en los que se manifiesta la identidad católica de la escuela. El primero ha sido aludido ya al mencionar la transmisión de la fe y la evangelización de la cultura: me refiero al propósito de brindar una educación integral. Este concepto de educación integral aparece –aunque sin la explicación necesaria que incluye la dimensión religiosa– en la Ley de Educación Nacional actualmente vigente. Por educación integral entendemos el desarrollo de todo el hombre en sus dimensiones física, intelectual, volitiva, en sus sentimientos, en el conocimiento y vivencia de la fe. La formación cristiana tendría que ayudar al alumno a fijarse como objetivo llegar a ser la persona que Dios quiere; subrayamos entonces la importancia del cultivo de ciertas actitudes humanas fundamentales que permiten asumir subjetivamente los valores del Evangelio y forjarse una personalidad cristiana. No hay que olvidar que la gracia supone la naturaleza y a la vez la eleva y la sana. Nunca será suficiente insistir en el ejercicio recto de la razón, orientado desde la infancia a la búsqueda de la verdad en apertura a la realidad total, así como a la formación de la voluntad en la recta aspiración al bien y al amor a la justicia. La educación de los sentimientos otorga calor y vida al proceso formativo y adquiere un relieve especial en los años de la adolescencia, cada vez más anticipada, y en las situaciones tan frecuentes de vulnerabilidad y carencias familiares. Vale decir una palabra sobre el desarrollo físico, muchas veces descuidado, que es un valor en sí mismo y también un medio de armonía personal y de crecimiento espiritual. Así como en algunas épocas se olvidaba o valoraba menos la dimensión corpórea, hoy en día las tendencias materialistas y hedonistas de la cultura vigente fomentan el narcisismo juvenil y el abandono al dominio de los instintos y promueven formas enfermizas de relación con el propio cuerpo. La educación física merece una atención especial y una mejor integración en el conjunto del proyecto que evite cualquier posible desequilibrio, por defecto o por exceso. Todas estas son realidades humanas fundamentales a las que puede aportar una justa y actualizada orientación la pedagogía cristiana.

          El segundo aspecto complementario es la relación estrecha entre educación y autoeducación, entre formación y autoformación. Quiero decir que el proceso educativo no puede realizarse sino con la plena participación activa del mismo sujeto: nadie de niño se hace hombre perfecto si no se forma él mismo; se requiere, por tanto, un estado de continua actividad frente al educador, de interacción con él. El educador, por su parte, no sólo debe esmerarse en el arte de suscitar la atención, el interés y la responsabilidad del alumno, sino que también debe recordar que siempre actúa en concurrencia con otros en la tarea de educar. Éste es un principio básico de una sana filosofía de la educación, que con mayor razón vale para la educación cristiana, que es una educación en la libertad y para vivir en la libertad de los hijos de Dios.

La escuela católica como comunidad

Ahora deseo abordar la identidad de la escuela católica desde su definición como comunidad educativa. Este nombre o título se ha hecho común para designar a nuestras instituciones de enseñanza; encierra un ideal precioso que invita a una continua y laboriosa edificación y verificación en la realidad. Toda escuela es una comunidad, o debe serlo; se pone en juego aquí una dimensión humana fundamental que, en ese sentido, no puede faltar para el pleno desarrollo de los procesos educativos. Pero en el caso de la escuela católica el valor comunitario se refiere a su personalidad eclesial; ella es una comunidad cristiana, una comunidad de la Iglesia. Éste es su ideal y su vocación. Como decíamos antes, la escuela católica es la Iglesia en función de educar, al servicio de las familias y de toda la comunidad nacional. La comunidad educativa la integran todos: representantes legales, directivos, maestros y profesores, el personal auxiliar y los alumnos, en quienes los vínculos afectivos tienen que alimentar una progresiva conciencia de pertenencia. La comunicación que es propia del trato asiduo, del lugar y la tarea compartidos, resulta instrumental respecto de la comunión de fe y caridad que constituye la comunidad cristiana. Lo común en ella son los bienes espirituales dispensados en la Iglesia, que nos unen a Cristo y en él nos constituyen al modo de un cuerpo, como miembros los unos de los otros. La identidad de la escuela católica en cuanto comunidad educativa eclesial queda afianzada cuando se ha creado en ella un ambiente tal que en la cotidianidad de la tarea propia de cada uno de sus miembros ellos crecen en su adhesión a los valores del Evangelio, en su condición de discípulos de Cristo y en su conciencia misionera en el mismo espacio escolar y en su proyección más allá de esos límites. Ambiente –decimos– que etimológicamente significa “lo que rodea”, el conjunto de condiciones, el clima, la atmósfera que va rodeando a sus integrantes, que incorpora de un modo a la vez suave y poderoso a los nuevos que llegan y que tiende a expandirse y a atraer. La identidad católica de la escuela es su eclesialidad, la conciencia compartida de ser Iglesia, la alegría de pertenecer a ella y el compromiso consiguiente de participar en su misión con el propio testimonio de vida. El círculo de la comunidad educativa se abre para abarcar a las familias, a través de la pertenencia de sus hijos, y se proyecta hacia el entorno social. La eclesialidad de las comunidades educativas se hace efectiva según diversas tipologías: colegios parroquiales, colegios congregacionales, colegios privados reconocidos como católicos, pueden realizar diversamente las características de la comunidad cristiana, pero en todos los casos debe tenerse muy en cuenta que la Iglesia mora en un lugar y que en ese lugar ella convoca a sus hijos en la asamblea eucarística. Estoy aludiendo discretamente a la misa dominical y a los problemas que plantea, según las tipologías mencionadas, el desarrollo del itinerario sacramental. La cuestión acerca de la eucaristía me parece fundamental; ¿cómo puede hablarse sin ella de comunidad eclesial, de comunidad cristiana? En todo caso el centro de referencia será siempre el obispo y la diócesis.

Identidad del educador

          Me llamó la atención, en el Documento Base preparado para este Congreso Provincial, que se habla en primer lugar, y ampliamente, de la identidad del educador cristiano, de su vocación, y luego se trata acerca de la identidad de la escuela. Este orden, correctamente elegido, sugiere que la identidad católica de la escuela como comunidad educativa –una identidad real, podríamos decir, no meramente nominal– depende de la identidad de los educadores, de todos los miembros de esa comunidad, que en diverso grado están implicados en la común misión de educar. Todos coadyuvan a plasmar y sostener un ambiente educativo cristiano. El documento de la Santa Sede sobre El laico católico testigo de la fe en la escuela se refiere a la condición y la tarea del educador católico en términos de testimonio y ministerio; la profesionalidad necesaria, que debe ser objeto de una autoexigencia, está asumida en la vocación sobrenatural propia de un cristiano. Como laico, es decir, miembro del pueblo de Dios, y en cuanto educador, participa en la misión santificadora y educadora de la Iglesia. Estas características valen proporcionalmente para cuantos trabajan en la escuela, pero el analogado principal es el docente, maestro o profesor, que está en contacto directo y personal con los alumnos. La tradición pedagógica de la Iglesia valora singularmente al educador; y reconoce que la calidad de su enseñanza no depende sólo y principalmente de su pericia didáctica, sino de la cultura de la cual su tarea concreta se nutre y sobre todo de su compromiso con la Verdad.

          Esta expresión compromiso con la Verdad debe entenderse en sentido plenario: se refiere a la adhesión personal de fe, al conocimiento y aceptación de la doctrina católica y de una visión del mundo a la luz de la fe, al sentido y la vivencia de la comunión eclesial, al testimonio de vida en la escuela y fuera de ella, a la generosa dedicación a comunicar una paideia, una cultura cristiana. Este conjunto de notas constituye el sostén de la autoridad del educador católico; esas características, unidas a las demás condiciones personales, otorgan prestigio moral a la tarea desarrollada en la escuela. No hará falta entonces imponer a los gritos la propia autoridad, aun en las circunstancias difíciles en que se ejerce muchas veces la actividad educativa. La camaradería entre los educadores –digamos mejor la amistad cristiana, la caridad efectiva vivida en la escuela– las instancias institucionales de coordinación, la presencia y el servicio pastoral del sacerdote, deben ayudar a cada uno a crecer espiritualmente y a fortalecer la vocación educativa.

          A la escuela católica la hacen, fundamentalmente, los educadores católicos. Pensando en el futuro, se hace urgente poner una atención principal en nuestros institutos de formación docente en los que debe forjarse la identidad del educador católico. En este campo la Iglesia reivindica la libertad que le corresponde, amparada por nuestra Constitución, que en la actualidad corre el riesgo de verse limitada por una presencia invasiva de los organismos estatales. En efecto, los sucesivos documentos producidos por el Instituto Nacional de Formación Docente, convertidos en resoluciones por el Consejo Federal de Educación, concretan un movimiento de concentración unitaria, una propensión a restringir la legítima diversidad curricular y con ella nuestra posibilidad de formar docentes católicos en todas las disciplinas. Debemos permanecer alertas, dispuestos a mantener siempre un diálogo respetuoso y sincero con las autoridades, acompañado de un ejercicio confiado de la libertad, a la que no podemos renunciar. El futuro de la escuela católica en la Argentina depende de esta libertad. Pensando en ese futuro deslizo una sugerencia: promover entre nuestros jóvenes, alumnos de nuestros colegios, la vocación del maestro cristiano; es decir, la profesión docente presentada no como una “salida laboral” –que puede no resultar atractiva– sino como una misión eclesial, una dedicación eximia del laico católico para el servicio de la sociedad argentina en la educación de las nuevas generaciones.

La familia educadora

          La primera de las tres áreas temáticas elegidas para este Congreso se refiere al papel de la familia en la educación. Me detengo ahora en algunas consideraciones sobre el tema.

          Los niños que llegan a nuestras escuelas proceden de un mundo previo al escolar; es el de la familia, que ya ha marcado, para bien o para mal, su vida personal, la relación con ellos mismos y con los otros, y ha forjado su mirada sobre la realidad. Se entra en el mundo a través de una familia, y este principio tiene vigencia tanto respecto de los valores cuanto de las carencias. Como es sabido, la subjetividad se forma inicialmente en la relación con los padres, con el cuidado y la ternura que ofrece la madre y con la autoridad del padre que hace crecer en un proceso de identificación que orienta hacia el ideal. No es preciso insistir acerca de las sombras que recaen hoy en día sobre la realidad de la familia, especialmente en lo que hace al cumplimiento de su misión educativa, como efecto de múltiples causas. La cuestión que se plantea a la escuela católica es ayudar a las familias de sus alumnos a desarrollar una cultura educativa. Los padres necesitan frecuentemente ilustración y apoyo respecto de principios y decisiones elementales para la formación de sus hijos, sobre cómo proceder con ellos en las distintas edades y en determinadas circunstancias. Existe mucha confusión y reina un considerable desconcierto, no sólo aquí, sino también en países que podrían exhibir siglos de experiencia cultural y educativa. Menciono un caso curioso, casi extravagante: una periodista norteamericana, Suzanne Evans, acaba de publicar un libro titulado Maquiavelo para madres. Máximas sobre un eficaz gobierno de los hijos. Desesperada por no poder controlar a cuatro niños pequeños, dio por casualidad con un ejemplar de El Príncipe y descubrió en la obra del célebre florentino que con una combinación de astucia, coerción y autoridad sus problemas quedarían resueltos. Su consejo es que no hay que darles a los hijos todo lo que quieren, sino dejar que conquisten con esfuerzo las cosas que desean y así comprendan lo que éstas valen; que disciplina, límites y respeto de las normas no son malas palabras, sino que designan instrumentos que sirven para crecer bien. Consejos que los padres anteriores al mayo francés del 68 ponían en práctica sin estudiar pedagogía. Nuestros educadores saben seguramente de alguna mamá que no sabe qué hacer con su hijita de seis años.

Familia y escuela

          Al recibir a un alumno, la escuela recibe a una familia, una realidad social que tiene ya su historia y que se encuentra sometida a cambios y posibles alteraciones. Los estudios e investigaciones más recientes destacan que es imposible ofrecer a los chicos un buen itinerario formativo escolar sin contar con la participación de los padres, en diálogo de colaboración con ellos. Para implementar una corresponsabilidad educativa entre la escuela y la familia hay que superar diversos escollos, por ejemplo el desentendimiento por parte de los padres de la marcha del proceso educativo y la acentuada delegación a la escuela de la tarea de educar; la neutralidad o indiferencia respecto de los valores de los que la escuela es portadora y transmisora; en el otro extremo de las actitudes posibles, hay que registrar la excesiva intromisión de los padres, la incomprensión e incluso la violencia con que interpelan a los docentes y,  lo que es peor, la mezcla de desidia y prejuicio para complacer siempre a los hijos. Hay que reconocer asimismo las fallas de las instituciones escolares que no perciben a los padres como sujetos idóneos que contribuyen a que ellas perfilen mejor su papel educativo, la desconfianza mutua entre padres y docentes, la culpabilización recíproca por el fracaso de los alumnos; en suma, la ausencia de la debida coordinación entre los dos mundos, teniendo en cuenta que, como suele decirse, la escuela educa mientras instruye y la familia instruye mientras educa. No es fácil encontrar y asumir instrumentos aptos para poner en ejercicio la necesaria corresponsabilidad, pero los directivos y los docentes deben reconocer que esa relación es una dimensión crucial de su propia profesión, que implica una tarea fatigosa pero imprescindible. Con cercanía afectuosa y mucha paciencia hay que ayudar a las familias a superar su posible marginalidad educativa; si ella no se aprecia a sí misma como educadora, la escuela sí debe considerarla como un factor fundamental y puede aspirar a enriquecer a la comunidad educativa con el aporte familiar.  La misión evangelizadora que le cabe a la escuela en favor de la familia no puede verificarse si no se produce un acercamiento cordial y si éste no perdura a través de los años, desde el nivel inicial hasta el fin del ciclo secundario cuando se presenta esta oportunidad, como ocurre en nuestras instituciones en la mayoría de los casos.

Contenidos, tiempos, proyecciones

          Para concluir, unas breves consideraciones sobre tres puntos que merecerían un amplio desarrollo.

La identidad de la escuela católica depende de la catolicidad de la enseñanza impartida en ella. Me refiero en primer término a la enseñanza religiosa escolar y a su complemento catequístico, que deben ocupar un lugar principal en el currículo. Sería bueno recordar que la primera ley entrerriana de educación, reglamentaria de la Constitución Nacional, establecía en su primer artículo: Será obligatoria en toda la Provincia la instrucción primaria de lectura, rudimentos de aritmética y de religión, para todos los niños varones de 7 a 14 años, y mujeres de 6 a 12. Se refería, obviamente, a las escuelas estatales. Aún después de la imposición del laicismo en el orden nacional, en las escuelas podía enseñarse religión fuera del horario curricular, como todavía se hace en muchos lugares. Pero la pretensión de que la enseñanza religiosa o la catequesis escolar sean desplazadas fuera del currículo en las escuelas católicas es absolutamente inaceptable y puede ser calificada como un verdadero atropello a la libertad. Por otra parte, la catolicidad de la enseñanza en nuestras escuelas no se reduce a la transmisión de los contenidos de la fe en una materia específica curricular, sino que requiere que en todas las asignaturas del currículo se refleje la visión cristiana del mundo y del hombre. Para asegurarlo es necesario practicar una relectura católica de los programas oficiales en orden a evitar las posibles contradicciones entre los contenidos que se presentan como obligatorios y la doctrina de la Iglesia, especialmente en áreas tan sensibles como Ciencias Naturales, Biología, Historia y en aquellos temas transversales en los que se expone el sentido de la sexualidad, la familia y la vida. El mismo cuidado ha de ponerse en la elección de los textos; como subsidio en este campo, el Consejo Superior de Educación Católica ha auspiciado la edición de textos adecuados para las áreas de Lengua, Ciencias Naturales, Biología y Ciencias Sociales, además de la serie completa de Enseñanza Religiosa Escolar.

En los últimos años se ha intentado alcanzar la meta de 180 días de clase. Indudablemente, la duración del año escolar no es indiferente para el logro de objetivos propuestos y de los frutos del itinerario educativo. Pero en la escuela católica habría que valorar mejor el tiempo y los tiempos de la educación; quiero decir las oportunidades, ocasiones o coyunturas que se ofrecen, o pueden ser halladas por la creatividad de los educadores para la formación integral de los niños y adolescentes. En mi opinión, la tarea de la escuela católica no puede quedar encerrada en el horario curricular, tiene que abrirse a otras actividades complementarias que hagan de ella un verdadero hogar para los alumnos. Existen experiencias valiosas que ocupan, por ejemplo, los sábados, e intentos exitosos de superar el equívoco y a veces el funesto ritual de los viajes de egresados para proponer programas que aúnen el esparcimiento y la sana diversión  al deporte, el conocimiento del país y las obras de solidaridad. Nos corresponde también desempeñar un papel en la educación de los jóvenes en el auténtico sentido de las fiestas.

          Por último, una palabra acerca de la presencia de la comunidad educativa en su entorno social. También este aspecto responde a la identidad de la escuela católica: el bien espiritual y cultural que se cultiva en ella es difusivo de sí, tiende a la expansión. En el ámbito de la educación superior se requiere actualmente el desarrollo de un área de extensión en cada universidad que complete las tareas de investigación y de docencia. La escuela se proyecta espontáneamente en el pueblo, en el barrio de la ciudad, si vive en plenitud su condición de comunidad eclesial; puede hacerlo en interacción con otras instituciones de la sociedad civil. Una mediación en cierto modo connatural pueden ofrecerla las familias, sobre todo integradas en las uniones de padres, que hasta no hace mucho fueron florecientes y estuvieron organizadas en el nivel diocesano y nacional. La participación de los alumnos en muchas de esas actividades, como el cultivo de la música, del teatro y otras artes, las iniciativas misionales y solidarias, son parte importante de su formación para la vida cristiana y el servicio a la sociedad; constituyen una base para su posterior participación como ciudadanos en la búsqueda del bien común.

          Vale para la escuela católica lo que el Documento de Aparecida dice de la Iglesia, a saber: que está llamada a reflejar la gloria del amor de Dios, que es comunión y así atraer a las personas y a los pueblos hacia Cristo (151)


            + Héctor Aguer

Arzobispo de La Plata

viernes, 1 de marzo de 2013

El "cura polémico" reflexiona una vez más

Pasado un tiempo prudente de ser bastante citado en algunos medios locales y nacionales, y pasado sobre todo un momento histórico para la Iglesia y el mundo -del que no quería de ninguna manera distraer a nadie- permítanme, de manera sencilla compartir una breve reflexión.
Leyendo algunas cosas que comentaron en el blog, y otras que publicaron en algunos medios, me acordé de un genial "chiste" de Quino, que me impresionó hace unos años ya, y que se muestra "profético".

Por lo visto, Quino no exageraba. Muchos adultos argentinos -muchas autoridades, al parecer, también- comparten la "escala de valores" de este papá, que con tanto esmero educa a su hijo. Y transmiten, conciente o inconcientemente, esa "escala de valores" a nuestros jóvenes y niños.
Yo estoy convencido que ese "cóctel" de hedonismo, materialismo, relativismo, individualismo... es MORTAL. Para el hombre y la sociedad. Me lo dice el sentido común, me lo enseña con total certeza la fe, me lo ratifica la experiencia pastoral y de confesionario. Y me lo termina de confirmar las estadísticas: en Argentina, a medida que crece el "descontrol" y los valores se descartan -como "basura"- aumentan las adicciones y el consumo de drogas, como un síntoma infalible de que... algo anda mal, muy mal.

Yo CREO. Estoy SEGURO de que otra Argentina es posible. Que hay un estilo de vida alternativo, que gracias a Dios algunos siguen o intentan seguir.  Y que tengo la necesidad y el deber de anunciar. ¿Por qué no habría de hacerlo? Estoy convencido que hay otra vida, una vida virtuosa, más difícil, sí, pero enormemente más plenificante. Yo soy testigo de que cuando alguien intenta vivir un estilo de vida virtuoso, su vida crece, se dignifica. La paz y el gozo brillan en sus almas y en sus miradas, incluso en la cruz. 
Por eso digo lo que digo. Sé que hay modos y modos, y que muchas veces no comunico como se debiera. Estoy aprendiendo. Y pido perdón si el modo inadecuado de comunicar empaña a veces el esplendor de la verdad, como un envoltorio defectuoso puede ocultar una mercancía de calidad superior.

Pero no quiero llegar algún día a la presencia del Maestro habiéndome guardado -por cobardía o comodidad- el tesoro de Verdad que nos ofrece el Evangelio.
Que el Señor nos ayude a enamorarnos de la Verdad, a transmitirla con pasión, y a vivirla en toda su Belleza.