jueves, 5 de marzo de 2015

¿Por qué los cristianos velamos a los difuntos?




En los últimos tiempos ha aumentado el número de familias que optan por no velar a los difuntos, e incluso por sepultarlos  o cremarlos sin una ceremonia comunitaria, como un simple proceso o trámite.
Respetando la libertad de quienes hacen esta opción, es conveniente recordar cuáles son las motivaciones profundas por las cuales la Iglesia sigue aconsejando a sus fieles “velar” a los difuntos y sepultarlos en el marco de una celebración litúrgica... Una práctica que la Iglesia vivió desde sus inicios, con diferentes acentos en cada época y cada lugar, pero siempre como un modo de expresar la novedad que había inaugurado Cristo.


Pero el contexto cultural ha cambiado mucho...

Es cierto que algunos rasgos de la cultura actual parecen ir en contra de esta práctica, así como el desarrollo de las sociedades urbanas.
Citaré extensamente un texto que me parece acertadísimo para describir este proceso en las grandes ciudades. En las ciudades más pequeñas y en los pueblos, no se dan todos estos "síntomas", pero sí algunos. El texto Está tomado del “Directorio de Liturgia y Piedad popular”.

“Esta muy difundido en la sociedad moderna, y con frecuencia tiene consecuencias negativas, el error doctrinal y pastoral de "ocultar la muerte y sus signos".
Médicos, enfermeros, parientes, piensan frecuentemente que es un deber ocultar al enfermo, -que por el desarrollo de la hospitalización suele morir, casi siempre, fuera de su casa- la inminencia de la muerte.
Se ha repetido que en las grandes ciudades de los vivos no hay sitio para los muertos: en las pequeñas habitaciones de los edificios urbanos, no se puede habilitar un "lugar para una vigilia fúnebre"; en las calles, debido a un tráfico congestionado, no se permiten los lentos cortejos fúnebres que dificultan la circulación; en las áreas urbanas, el cementerio, que antes, al menos en los pueblos, estaba en torno o en las cercanías de la Iglesia – era un verdadero campo santo y signo de la comunión con Cristo de los vivos y los muertos – se sitúa en la periferia, cada vez más lejano de la ciudad, para que con el crecimiento urbano no se vuelva a encontrar dentro de la misma.
La civilización moderna rechaza la "visibilidad de la muerte", por lo que se esfuerza en eliminar sus signos (...)
El cristiano, para el cual el pensamiento de la muerte debe tener un carácter familiar y sereno, no se puede unir en su fuero interno al fenómeno de la "intolerancia respecto a los muertos", que priva a los difuntos de todo lugar en la vida de las ciudades, ni al rechazo de la "visibilidad de la muerte", cuando esta intolerancia y rechazo están motivados por una huida irresponsable de la realidad o por una visión materialista, carente de esperanza, ajena a la fe en Cristo muerto y resucitado.

Parece ser, entonces, que abandonar la práctica de velar a los muertos y realizar la sepultura en privado no sería conveniente. Porque los cristianos, realizando ambas cosas, además de beneficiar al difunto, manifestamos algo muy profundo y central de nuestra fe. El mismo documento se expresa así en otro lugar, explicando el sentido de los sufragios por los muertos.

En la muerte, el justo se encuentra con Dios, que lo llama a sí para hacerle partícipe de la vida divina. Pero nadie puede ser recibido en la amistad e intimidad de Dios si antes no se ha purificado de las consecuencias personales de todas sus culpas. "La Iglesia llama Purgatorio a esta purificación final de los elegidos, que es completamente distinta del castigo de los condenados”
De aquí viene la piadosa costumbre de ofrecer sufragios por las almas del Purgatorio, que son una súplica insistente a Dios para que tenga misericordia de los fieles difuntos, los purifique con el fuego de su caridad y los introduzca en el Reino de la luz y de la vida.
Los sufragios son una expresión cultual de la fe en la Comunión de los Santos. Así, "la Iglesia que peregrina, desde los primeros tiempos del cristianismo tuvo perfecto conocimiento de esta comunión de todo el Cuerpo Místico de Jesucristo, y así conservó con gran piedad el recuerdo de los difuntos, y ofreció sufragios por ellos, "porque santo y saludable es el pensamiento de orar por los difuntos para que queden libres de sus pecados" (2 Mac 12,46)".

Quiere decir que cuando los cristianos velamos a los difuntos y los sepultamos piadosamente, estamos mostrando al hombre de hoy la fe en la Vida Eterna, en la existencia del Purgatorio y en el misterio de la Comunión de los Santos, por la cual los vivos podemos favorecer a los difuntos.


¿Qué se debe hacer durante un velatorio? ¿Hay que estar todo el tiempo rezando?

En los velatorios cristianos se combinan las dimensiones afectiva y religiosa, armónicamente.
El Ritual de las exequias se expresa del siguiente modo:
“El velatorio de una persona recién fallecida, es un momento en que sus familiares y amigos experimentan hondo dolor y con frecuencia se encuentran con su propia realidad y el sentido último de la vida. Ante el misterio de la muerte humana, los Evangelios atestiguan que nuestro Señor Jesucristo se conmovió y no ahorró sentimientos sinceros de dolor; al mismo tiempo Jesús encarnó el consuelo y el amor del Padre Dios, anticipando la liberación de las ataduras de la muerte que consumaría con su propia muerte y resurrección. Por lo tanto, el momento del velatorio de una persona es propicio para el anuncio evangelizador siempre en el marco del respeto por el dolor de los presentes”

Desglocemos un poco el texto y comentémoslo. Los comentarios, por supuesto, son reflexiones personales mías, con las cuales tal vez pueden disentir.

El velatorio de una persona recién fallecida, es un momento en que sus familiares y amigos experimentan hondo dolor...”
Habitualmente, en un velatorio, hay personas afligidas, personas que sufren por la ausencia física del familiar o amigo. Una de las obras de misericordia del cristiano es, justamente, “Consolar al afligido”. Este acto de amor tiene ya un gran valor humano y espiritual.
Pero me parece oportuno recordar que ese sufrimiento tiene diversos expresiones y motivaciones. Hay personas que lo manifiestan con efusividad, mientras otros lo viven de modo discreto. Algunas veces hay dolor porque existía un profundo afecto; pero en otras puede suceder que el dolor es fruto de alguna relación marcada por el conflicto.
Es importante, entonces, no vivir esta consolación de un modo único, sino saber adaptarse a las circunstancias, y evitar todo lo que pueda ser inadecuado a la situación que los otros viven. En ese momento, consolar muchas veces no requiere palabras, sino gestos. Palabras que en un velatorio pueden ser muy adecuadas, en otros pueden ser inconvenientes.

... y con frecuencia se encuentran con su propia realidad y el sentido último de la vida”: 
La partida de un familiar, sobre todo, suele “reactivar” la memoria, e invitar a la persona a mirar el pasado, muchas veces con gratitud, pero en otras con momentos de inquietud, remordimiento. 
A algunos, la muerte de su deudo los saca de un ritmo frenético, de la superficialidad o de un excesivo afán por las cosas materiales, y lo invita a redescubrir otras dimensiones de la existencia.
Es necesario recordar esto y respetar a quienes, en ese contexto, pueden estar necesitando un poco de soledad para la reflexión personal. Si el deudo necesita estar solo, respetarlo con el silencio cercano es una hermosa forma de acompañar.

Ante el misterio de la muerte humana, los Evangelios atestiguan que nuestro Señor Jesucristo se conmovió y no ahorró sentimientos sinceros de dolor...”
Esto es importantísimo. Algunas veces se oye decir, en algún velatorio: “pero cómo, vos que tenés tanta fe, ¿cómo vas a estar así?”, cómo si la fe anulara los sentimientos e impidiera o hiciera ilegítimo extrañar al difunto y llorarlo. El Señor lloró a su amigo Lázaro. Podemos suponer que también habrá llorado a José, y a Joaquín y Ana, si los conoció. María estuvo junto a la Cruz, de pie, pero con toda probabilidad habrá llorado por la muerte de su Hijo.
Por lo tanto, sería un completo despropósito decir o insinuar a alguien que no debe llorar “porque él ya no sufre” “tenés que estar contento porque está en el Cielo...”. Volveremos sobre estas expresiones. También parecen inadecuadas expresiones que se suelen oír cuando fallece un anciano: "y bueno, él ya vivió su vida", como naturalizando un desprendimiento que siempre conserva algo de antinatural.

al mismo tiempo Jesús encarnó el consuelo y el amor del Padre Dios, anticipando la liberación de las ataduras de la muerte que consumaría con su propia muerte y resurrección”
Jesús consuela eficazmente a Marta y María, resucitando a su hermano Lázaro. 
Y consuela a todos los que pierden un familiar, infundiendo en ellos la firme esperanza de que en su Resurrección todos estamos llamados a resucitar.
Como cristianos, uno de los más grandes consejos que podemos brindar a alguien es decirles: “el que puede consolar tu dolor es Jesús”, que especialmente en esas circunstancias dice: “vengan a Mí todos los que están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré”. Nosotros podemos y debemos consolar, pero el mayor servicio que podemos hacer en ese momento es ser un “dedo” que señale a Jesús y su Espíritu, diciendo: “ellos te van a consolar”.
Cabe recordar aquí un texto hermoso de San Pablo: “Bendito sea Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de las misericordias y Dios de todo consuelo, que nos consuela en todas nuestras tribulaciones, para que nosotros podamos dar a los que sufren el mismo consuelo que recibimos de Dios. Porque así como participamos abundantemente de los sufrimientos de Cristo, también por medio de Cristo abunda nuestro consuelo.”

...el momento del velatorio de una persona es propicio para el anuncio evangelizador siempre en el marco del respeto por el dolor de los presentes”
Pedro dijo a Jesús: “Tú tienes Palabras de Vida Eterna”. Siempre en un velatorio debemos hacer lo posible para que resuenen esas “palabras de Vida Eterna”, ofreciendo a los familiares la visita de un sacerdote, diácono o ministro laico de las exequias. Desde mi experiencia de sacerdote, puedo asegurar que en TODOS los casos en que he ido a rezar a un velatorio, el clima de dolor y la tristeza, incluso en los casos más dramáticos, se ha aliviado y serenado. SIEMPRE he recibido la gratitud de los familiares, y esto no por mis palabras, sino porque resuena la de Cristo.

Pero hay que tener una precaución. Puede suceder que en algunos casos -muertes trágicas, partida de un niño o joven- la familia experimente como un enojo con Dios, al no comprender los designios de su Providencia. En esos casos, es indispensable asegurarse de que ellos realmente quieren que se haga una oración, y nunca se debe “forzarla”, porque los frutos pueden ser negativos. Ofrecer, respetando la decisión y sobre todo el dolor de los presentes.

Por último, si queremos de verdad evangelizar, tenemos que ser delicados y precisos en el anuncio. Algunas veces, en el afán de consolar, podemos incurrir en afirmaciones temerarias, que conducen a la confusión, y que van creando una conciencia errónea.
Sucede así, me parece, cuando se dice al deudo: “porque él ya no sufre” “tenés que estar contento porque está en el Cielo...”, “tenés un intercesor ante Dios”. 
Claro que siempre tenemos confianza en la misericordia de Dios y en la salvación de nuestro hermano, pero no podemos afirmarla de modo taxativo, porque ese es un misterio que sólo Dios conoce y que la Iglesia, en algunos casos, afirma, cuando canoniza a alguien.
En cambio, siempre podemos decir, por ejemplo: “tené confianza en que él ya está con Jesús”, “pedile al Señor que Él ya esté en el Cielo, donde ya no se sufre”.


Además del responso (exequias), ¿se puede rezar algo más? ¿Qué conducta práctica observar durante el velatorio?

Teniendo en cuenta las orientaciones del Ritual, es aconsejable que, al menos en algunos otros momentos (además de cuando se hace la celebración) se rece el Santo Rosario, o la coronilla de la Divina Misericordia. 
El ritual propone especialmente la recitación o el canto de los salmos ( especialmente el 129, 22, 113, 41, 62, 24, 26, 102, 102, 114, 115, 50, 120, 121, 122, 125, 131, 133)

En el orden práctico, lo ideal sería que existan dos ámbitos diferentes. Uno en el que está el féretro del difunto, en el cual sería ideal que haya un clima de silencio y oración, y otro más externo, donde se pueda dar lugar espacio al diálogo y al encuentro.

En todos esos momentos, los cristianos confiamos en la acción del Espíritu Santo y en la acción maternal de María, consuelo de los afligidos, para poder ser instrumentos del consuelo divino.


martes, 3 de marzo de 2015

Sepultar a los muertos: una obra de misericordia

 
El viernes 6 de Marzo Monseñor Juan Alberto Puiggari, Arzobispo de Paraná, bendecirá el primer cinerario en una iglesia de nuestra Arquidiócesis. Será en la capilla Nuestra Señora de Lourdes, ubicada en calle 25 de junio y Bvard. Sarmiento.

¿Qué es un cinerario?
Es un lugar preparado para sepultar los restos mortales cremados, habitualmente conocidos como “cenizas” de los difuntos.
La Iglesia en Paraná quiere ofrecer a las fieles la posibilidad de sepultarlos cristianamente en un espacio sagrado, contiguo a un templo dedicado a nuestra Madre. En este templo, en cada Eucaristía, se rezará por el eterno descanso de aquellos cuyos restos han sido llevados por sus familiares.
Los restos mortales serán sepultados los primeros viernes de cada mes, al finalizar la Santa Misa vespertina de la capilla. Quienes estén interesados, pueden consultar en la secretaría de la parroquia Nuestra Señora de la Piedad (Italia 370) de martes a sábado de 8:30 a 12, y de martes a viernes de 17:00 a 19:00, o telefónicamente al 4317954.

Pero cómo, ¿la Iglesia acepta la cremación? ¿No estaba prohibido?
La inauguración del cinerario nos da oportunidad de recordar la enseñanza de la Iglesia sobre el respeto debido a los cuerpos de los difuntos, y más específicamente sobre la cremación.
A la pregunta deberíamos responder: Sí, la Iglesia prohibía la cremación, pero luego la permitió.

¿Cuándo quedó permitida la cremación para los Católicos?
En 1963, a través de una instrucción del Santo Oficio, la Iglesia Católica levantó esta prohibición que impedía a los Católicos optar por la cremación. El Canon 1176 del Código de Derecho Canónico (la vigente Ley de la Iglesia) establece, "La Iglesia aconseja vivamente que se conserve la piadosa costumbre de sepultar el cadáver de los difuntos; sin embargo, no prohíbe la cremación, a no ser que haya sido elegida por razones contrarias a la doctrina Cristiana". Expliquemos un poco
a) El modo habitual y aconsejado vivamente sigue siendo la sepultura del cadáver. El Directorio de Liturgia y Piedad Popular (un documento de la Santa Sede del año 2002) da algunas razones, diciendo que: “ (la inhumación)... recuerda la tierra de la cual ha sido sacado el hombre (cfr. Gn 2,6) y a la que ahora vuelve (cfr. Gn 3,19; Sir 17,1); por otra parte, evoca la sepultura de Cristo, grano de trigo que, caído en tierra, ha producido mucho fruto (cfr. Jn 12,24).”
b) La Iglesia no prohibe la cremación: una persona que elige para sí o para otros este método de reducción del cadáver no está incurriendo en ninguna falta, ni se aleja de la fe de la Iglesia. La cremación, por lo tanto, no afecta en absoluto la suerte eterna de quien es reducido a cenizas, salvo que...
c) “haya sido elegida por razones contrarias a la Doctrina Cristiana” En ese caso, lo que la Iglesia rechaza no es la práctica, sino la motivación por la cual se la toma. Lo explicamos en el siguiente punto.


¿Por qué estaba prohibida la cremación?
Los Católicos creemos que fuimos creados a imagen y semejanza de Dios. Así como el cuerpo debe tratarse con respeto en vida, debe ser tratado con igual respeto en la muerte. Como Católicos creemos que en el Bautismo el cuerpo fue marcado con el sello de la Trinidad y se convirtió en el templo del Espíritu Santo. Por ese motivo, se respetan y honran los cuerpos de los difuntos y los lugares donde descansan.
Desde los inicios del Cristianismo, la cremación se consideraba un rito pagano que se percibía como contrario a esta y otras enseñanzas católicas. Se difundía, especialmente en los últimos dos siglos, en ambientes racionalistas y materialistas, que negaban la Resurrección del último día, afirmada en el Credo de la Iglesia. Por eso estuvo prohibida durante muchos siglos, porque era casi un sinónimo de la apostasía.

¿Por qué hoy se permite?
Porque todos sabemos que hoy muchas personas optan por la cremación simplemente por cuestiones prácticas (por ejemplo, una persona fallece muy lejos de donde vive su familia, y trasladar el féretro es engorroso legalmente) o principalmente económicas (por ejemplo, porque los cementerios piden un aporte anual por las parcelas o nichos, que para algunas familias es difícil) Para ellos, por citar sólo algunos casos típicos, la cremación es una solución.

La cremación está permitida, pero ¿qué pasa luego? ¿qué hay que hacer con los restos mortales cremados o cenizas de los difuntos?
Aquí aparece una nueva cuestión, a la que queremos responder claramente.
La Iglesia enseña que estos restos deben ser tratados con el mismo respeto dado al cuerpo antes de la cremación. Esto tiene algunas consecuencias.

¿Se los puede tener en la propia casa?
El Directorio de Liturgia y Piedad Popular dice: “...se debe exhortar a los fieles a no conservar en su casa las cenizas de los familiares...”. La razón de esta exhortación proviene del ámbito de la psicología: parece mucho más conveniente para un adecuado proceso de duelo y un equilibrio emocional no tenerlo en la casa. Tampoco es conveniente, por lo mismo, dividir las cenizas entre los familiares, y mucho menos rendirle homenaje como si fueran reliquias de santos.

¿Se puede esparcir las cenizas en el río, en la tierra, o en el aire?
Esta práctica no es coherente con la fe católica. No constituye la disposición final reverente que la Iglesia requiere.
El gesto de “esparcir” o “dispersar” no parece conforme con la dignidad del cuerpo humano, que ha sido templo del Espíritu Santo. Por otro lado, muchas veces subyace en estas prácticas una visión naturalista (no hay distinción entre el cuerpo humano y el resto de la Creación material) o panteísta (todo lo que existe es, en realidad, Dios; no se distingue el Creador de la creatura), posturas contrarias a la fe cristiana.
Por último, es admitido por todos la importancia de un punto de referencia local para que los familiares y amigos puedan recordar y orar por el difunto, posibilidad que no existe en el caso, por ejemplo, de arrojar al mar o al río las cenizas.

¿Qué se debe hacer, entonces?
Los restos mortales cremados, entonces, deben ser enterrados o sepultados, ya sea en un nuevo sepulcro o nicho, ya sea junto a otros cuerpos de difuntos (en un nicho compartido) en el cementerio o, donde existe, en un cinerario.

De este modo, la Iglesia quiere ofrecer una respuesta pastoral concreta a una situación cada vez más frecuente en nuestra sociedad.
Acompañando así a quienes parten y a sus familias, la Iglesia anuncia con Gozo la Victoria de aquél que “muriendo destruyó nuestra muerte, y resucitando restauró nuestra vida” (Misal Romano, prefacio pascual). En efecto, “en Jesucristo brilla la esperanza de nuestra feliz resurrección y así, a quienes la certeza de morir nos entristece, nos consuela la promesa de la futura inmortalidad.
Porque para los que creemos en ti, Padre, la vida no termina, sino que se transforma,
y al deshacerse esta morada terrenal, adquirimos una mansión eterna en el cielo”. (Prefacio de difuntos del Misal Romano).

domingo, 1 de marzo de 2015

Padres de la Patria

A San Martín se le suele decir "el padre de la Patria".
Y sin cuestionar ese apelativo, creo que existen muchos otros "padres de la patria".
Lo son, por ejemplo, los padres y madres de familia, que engendrando y educando a sus hijos responsablemente, dan a luz, engendran y educan la Argentina de hoy y de mañana.

Y hay otros "padres de la Patria", no siempre valorados, no siempre recordados. Con poco prestigio a los ojos de la sociedad, al punto de que solo un puñado de jóvenes, cada año, opta por ser uno de ellos.
Y sin embargo son indispensables. Son insustituibles. Marcaron nuestras vidas desde los 3 o 4 años, dejando una huella imborrable.
Nos enseñaron los números, las letras, las capitales y los nombres de los bichos.
Nos enseñaron, más aún, los valores de la amistad, de la responsabilidad, de la generosidad. El valor del esfuerzo y de la disciplina.
Nos mandaron a la dirección, nos consolaron cuando nos caímos en el patio, hicieron de payaso, enfermero, psicólogo, madre y padre, entrenador, consejero...

A ustedes, padres de la Patria, que siguiendo su vocación de servicio se "rompen el alma" por una Nueva Argentina...
A ustedes, que muchas veces no llegan bien al final de la semana o del año por cargar en sus espaldas las vidas y los dramas de tantos...
A ustedes, que son tan importantes -o más- que muchos encumbrados en la cima o expuestos a los flashes, pero que cobran mucho menos, y que a veces apenas llegan a fin de mes...
A ustedes, queridos maestros, mi recuerdo y homenaje.

Dios recompense cada acto de amor brindado desinteresadamente!