martes, 26 de enero de 2010

¿Transmisión de ideas?

Durante el tiempo de Seminario, solíamos con varios compañeros intercalar entre los tiempos de estudio y demás responsabilidades, momentos de recreo muy pero muy sabrosos. Aunque quizá para quienes no lo han vivido por dentro pueda sonar extraño, vivíamos en un clima de permanente humor, en el que casi rivalizábamos entre nosotros para ver quien hacía la apreciación más aguda o la ironía más sutil...
Pues bien, recuerdo a un compañero, que solía decir, cuando entre nosotros comentábamos alguna cuestión relativa al magisterio del Santo Padre -en aquel entonces Juan Pablo II-: "Realmente es muy reconfortante descubrir que el Papa piensa siempre igual que nosotros en todo"...
Esta anécdota viene a ilustrar la alegría que experimenté ayer por la tarde, cuando supe que el tema del Mensaje del Papa para Jornada las Comunicaciones Sociales -en este año sacerdotal- es: “El sacerdote y la pastoral en el mundo digital”.
Invito a todos a leer este breve documento, tan claro, tan realista, tan equilibrado y -parafraseando a mi amigo- ¡tan parecido a lo que siempre pensé! Me alegré mucho porque siempre había tenido un poquito el temor de que esto del blog - y otras andanzas mediáticas en las que me ha tocado participar- pudieran distraerme de mi ministerio.
Sólo quiero compartir un punto del mensaje, que me ha hecho reflexionar y servido de examen: El sacerdote podrá dar a conocer la vida de la Iglesia mediante estos modernos medios de comunicación, y ayudar a las personas de hoy a descubrir el rostro de Cristo. Para ello, ha de unir el uso oportuno y competente de tales medios - adquirido también en el período de formación - con una sólida preparación teológica y una honda espiritualidad sacerdotal, alimentada por su constante diálogo con el Señor. En el contacto con el mundo digital, el presbítero debe trasparentar, más que la mano de un simple usuario de los medios, su corazón de consagrado que da alma no sólo al compromiso pastoral que le es propio, sino al continuo flujo comunicativo de la "red".
Me preguntaba y respondía a mí mismo: uso competente de los medios no tengo -eso no me aflige demasiado, y hoy por hoy no tengo posibilidad de perfeccionarme-.
Pero... ¿tengo y manifiesto una sólida preparación teológica? ¿Vivo y expreso una honda espiritualidad sacerdotal? Y ¿puedo transparentar en mis entradas -poco frecuentes en los últimos tiempos- mi corazón de consagrado y "que Dios está cerca"?
En estos años de internet, he podido experimentar la amplísima gama de posibilidades de formación y comunicación que se abren, de enorme utilidad para el ministerio sacerdotal. Pero también he vivido en carne propia los riesgos de un uso desmedido: no sólo por la posibilidad siempre latente del pecado -tan a mano en cualquier sitio que navegues- sino por el tiempo que este mundo digital implica, y que puede facilmente desplazar a otras tareas mucho más necesarias. Siempre me preguntaba y ahora reflexiono con ustedes: ¿Dónde paso más tiempo, frente al monitor o frente al Sagrario...?
Pido entonces que recen por mí! Que pueda -y podamos todos los sacerdotes- vivir lo que la Iglesia Madre y Maestra, en nuestro Santo Padre, nos pide permanentemente.
A propósito, Santidad: gracias por pensar como yo...

jueves, 21 de enero de 2010

Los corsos: Un temita para debatir, ¿o no?

Bueno, hace ya casi dos meses que no ando por estos lados... Si ustedes supieran todo lo que ha sucedido en estos 60 días: muchos acontecimientos visibles, muchos otros que han transcurrido en el interior y han tenido solo al Señor como testigo.
Hoy es un poco tarde, pero una conversación que tuve hace un par de horas con una familia de mi comunidad, me impulsó a no demorar más una entrada sobre un asunto sobre el que hace ya un tiempo quería escribir. Esta familia, muy cercana y de un compromiso con Jesús muy firme, me contó, como al pasar, que habían viajado a ..... ¡a participar de los corsos! La conversación iba por otro rumbo, era tarde, y la sola mención de este tema depierta en mi interior una serie de pensamientos y recuerdos que no me permiten pensar con total fluidez. Así que dejé la corrección fraterna para un momento más oportuno. Sólo pude sentir un dolor en lo profundo de mi corazón y pensar "perdónalos, porque no saben lo que hacen"...

Y vino a mi mente, de manera inmediata, la homilía que hice en mi pequeño pueblo, Primero de Mayo, el 26 y 27 de enero de 2008, homilía que me costó perder bastante de mi buena fama en toda la comarca mayense y sus alrededores, el saludo de muchos amigos de siempre, y algunas cosas más...

Releyendo la homilía, con la perspectiva que da el tiempo, y asistiendo a la degradación cada vez más veloz de nuestra cultura, vuelvo a repetir, con toda certeza y claridad: participar de los corsos, tal como son hoy, es objetivamente un pecado. Los corsos en sí mismos, tal como se promocionan hoy, son una realidad de pecado.
Distinta es la cuestión de si todos los que van pecan: muchos lo hacen por ignorancia, o porque han perdido el sentido del pecado, o porque habiendo aceptado ya otras realidades pecaminosas como buenas, el participar de ese espectáculo denigrante no les significa nada.

Por eso publico hoy la homilía, sin omitir nada de lo que dije en aquel entonces. Podría añadir más elementos o argumentos, pero me los reservo para responder los comentarios de los lectores que quizá no estén de acuerdo.
Para quienes no estuvieron presentes o no sabían nada del asunto, les pido que no se olviden que fue una homilía, dicha en un contexto bien concreto, con unos destinatarios bien reales: los católicos de Primero de Mayo que asisten habitualmente a la Misa Dominical. Primero de Mayo fue un pueblo con una fervorosa vida de fe y un altísimo nivel de participación en la vida de la Iglesia, hasta no hace tanto. Eso explica la fuerza de varias expresiones.
No pretendo que me entiendan los activistas de la causa Gay, los propulsores de la pornografía ni Tinelli y su troupe, y sus seguidores... Sí pretendía y pretendo que me pudieran comprender al menos los cristianos que semana tras semana se alimentan de la carne del Cordero inmolado por nuestros pecados...
Bueno, basta de introducción. Acepto y espero comentarios. Sólo aclaro que en este blog los mismos se publican sólo después de que yo los apruebo, ya que me reservo el derecho de mantener un nivel en el lenguaje, los contenidos, etc. Invito a quienes quieran comentar, y que tal vez tengan puntos de vistas distintos o se sientan tocados, que lo hagan con argumentos, y no con ataques al estilo: "qué hablan los curas, mira lo que pasó con monseñor Storni" o "qué opinás vos, si cuando eras chiquito robabas mandarinas". El mensaje de Jesús tiene mensajeros muy indignos, pero sepan que, a pesar de nosotros -y parafraseando una célebre frase del acutal DT de la selección-, "la Verdad no se mancha".
Aquí va la homilía. Bendiciones!!!


Texto completo de la homilía
Queridos hermanos:
1. El evangelio de San Mateo nos narra hoy el inicio del ministerio público de Jesús. En pocas oraciones, traza como una síntesis de toda su actividad. Nos lo muestra recorriendo diversas regiones, predicando la llegada del Reino de Dios, y realizando numerosos milagros que certificaban su misión divina.
Con la llegada del Señor, se cumple la profecía de Isaías: “el pueblo que caminaba en tinieblas ha visto una gran luz”. El mismo Señor se llamará a sí mismo, en el Evangelio de Juan “Yo soy la luz del mundo, el que me sigue, no caminará en tinieblas”
El Evangelio continúa narrándonos el llamado de los primeros discípulos. Jesús se acerca a estos hombres sencillos, y les dirige una palabra directa, ineludible, una palabra que dividiría sus vidas en un antes y un después: “Sígueme”. Estos hombres simples fueron capaces de seguir al Señor. Atraídos por su figura, movidos por la atracción que la gracia ejercía en su corazón, se pusieron en camino. A partir de entonces sus vidas se unieron definitivamente a Jesús. Solo un momento de vacilación durante la Pasión los apartaría de Él, y poco tiempo después volvieron.

2. Pero para poder seguir a Jesús, ellos debieron “dejar la barca y a su padre”. Elegir seguir a Cristo, necesariamente implica renuncias, dejar cosas, optar. Volviendo a la imagen anterior, seguir a Cristo implica renunciar a todo lo que es oscuridad, a todo lo que es pecado. Solo de este modo, rechazando toda oscuridad, podremos ser “pescadores de hombres”, podremos ser luz para nuestros hermanos que están en la oscuridad.
Lamentablemente nuestro tiempo se caracteriza por la pérdida del sentido del pecado. Muchas veces se acepta hoy, incluso en personas cristianas, comportamientos, actitudes, que claramente se oponen a la luz del Evangelio. Se aceptan como válidas conductas que se oponen diametralmente al sentido del hombre, a la dignidad de su cuerpo, al verdadero sentido de la sexualidad.

3. Hoy, queridos hermanos, quisiera que reflexionáramos juntos sobre una realidad que poco a poco ha entrado en la conducta de nuestro Primero de Mayo, y que se ha transformado, tristemente, en una de sus “atracciones”. Me refiero a los corsos. Hoy quisiera pedirle a Jesús que todos comprendamos que no se puede seguir a Jesús y participar, asistir o aprobar la perversa costumbre de los corsos. Hoy quiero pedirle a Jesús que nos demos cuenta, todos, de que los corsos son una realidad pecaminosa, de que es pecado participar o apoyar, porque este espectáculo contradice directamente el sexto y el noveno mandamiento de la ley de Dios. Y que debemos optar: no podemos venir a Misa y participar de los corsos. Mucho menos podemos comulgar el cuerpo y la Sangre de Jesús, y participar de este espectáculo degradante.
Soy conciente de que estas palabras pueden despertar asombro, o incluso rechazo. Asumo con todas sus consecuencias lo que voy a decir, como parte de mi deber de anunciar la verdad. No me ordené sacerdote para agradar, para caer simpático, sino para servir a Jesús y anunciar su verdad. No quiero juzgar a las personas, ni condenar: solo iluminar con la verdad de Jesús esta triste realidad, pidiendo al Señor para que todos los que se hallan en el error encuentren la verdad.

4. ¿Por qué estoy diciendo que los corsos son una realidad de pecado?
En primer lugar, quiero recordar que estos corsos, como se han ido desarrollando en los últimos años, no tienen nada que ver con nuestra cultura argentina. A partir de la década del 80, y bajo la influencia de los aberrantes carnavales de Río de Janeiro, se ha ido generando desde nuestra provincia un fenómeno cada vez más vasto, con una marcada influencia afro-brasileras, totalmente ajena a nuestro folklore y tradiciones, tanto criollas como de los inmigrantes que enriquecieron nuestra nación. Por lo tanto no puede aducirse, de ninguna manera, que estos espectáculos son un evento cultural: nada tienen que ver con nuestra identidad.
En segundo lugar, debemos aclarar que, aun en el caso que fueran un fenómeno que corresponda a nuestra cultura, nunca el pecado, la degradación queda legitimado. Porque la cultura no puede ir al margen del verdadero bien del hombre, de su verdadera dignidad. Un evento cultural no es tal si conduce al hombre al pecado.

5. Pero vayamos al corazón del conflicto. Decíamos que los corsos se oponen directamte al sexto y al noveno mandamiento: “No cometerás actos impuros” y “No desearás la mujer de tu prójimo” Cuando Jesús, en el Sermón de la montaña, llevó a su plenitud los diez mandamientos, agregó “Yo les aseguro que el que mira a una mujer, deseándola en su corazón, comete adulterio”. Con solo mencionar estas tres afirmaciones tan claras de la Escritura, el problema queda definido.
El espectáculo de los corsos, queridos hermanos, pone como principal foco de atención el cuerpo desnudo o semidesnudo de hombres y mujeres, pero sobre todo de las mujeres. No debemos mirar, pero si nos sorprende alguna filmación de algún carnaval, por ejemplo, nos daremos cuenta inmediatamente hacia donde apuntan los primeros planos de las cámaras: hacia los órganos sexuales de hombres y mujeres.
Esos cuerpos no sólo se transforman en objeto de deseo por estar desnudos o semidesnudos, sino sobre todo porque los pasos, la manera de bailar que se utilizan en los corsos son claramente sensuales y provocativos, apuntan a despertar la pasión de aquellos que los miran. Porque naturalmente el hombre y la mujer sienten atracción por el otro sexo: pero esta atracción tiene su lugar natural, en el plan de Dios, sólo en el matrimonio.
En los corsos, como en tantos otros espectáculos de nuestro tiempo, el placer sexual se busca como una fin en sí mismo, desvinculado del respeto y del amor a la otra persona. En este tipo de espectáculo, se despiertan los más bajos impulsos de la persona humana, lo más de animal que hay en ella. Hermanos, debemos ser realistas: cualquier varón sano psicológicamente no puede dejar de excitarse y desordenarse sexualmente al ver a una mujer contoneando su cuerpo semidesnudo, salvo que haya llegado a tal punto de degradación que ya sea incapaz de sentir esta atracción.
6. Los corsos son, entonces, una forma de pornografía: exponen a la vista de todos la desnudez corporal, que solo debería mostrarse al propio esposo o esposa. La persona que mira deseando en su corazón utiliza a otra persona como un objeto de placer. Esto desencadena, inevitablemente, una torrente de malos pensamientos, de malos deseos, y de malas acciones, de actos impuros. Mirar es ya una forma de infidelidad, pero todo esto puede conducir también a las relaciones sexuales prematuras o irresponsables, al adulterio, a la masturbación, etc. Como una simple anécdota, me tocó estar como diácono y sacerdote en dos ciudades donde el corso era ya costumbre. En ambas se hablaba de la cantidad inusual de nacimientos que se registraban, casualmente, nueve meses después de los corsos. Y recuerdo la reflexión de un hombre simple, en una misión: “¿cómo no va a haber embarazos, si bailan todos juntos, desnudos?”
Participar en los corsos, al fin y al cabo, es una forma de prostitución. Prostituirse es ofrecer el propio cuerpo, a cambio de dinero, para que otra persona que no nos ama obtenga placer sexual. El varón o la mujer que se desnudan en el corso se prostituyen. No hay tal vez un contacto físico, pero sabemos que mirar es también una manera de tocar, de aferrar, de poseer.

7. El clima en el cual se viven en esos días, allí donde los corsos se han hecho ya habituales - y en menor medida, donde se realicen- es de una excitación y exaltación de los malos deseos. Con frases como estas se promocionan los carnavales de Entre Ríos: “La noche se transforma en un espacio de expresión y liberación tanto para los lugareños como para los visitantes.” Y también “les permiten sentir, experimentar y encarnar el sentido del carnaval: liberación de las ataduras culturales y sociales que organizan y modalizan la vida cotidiana.” Abundan en la presentación del espectáculo la palabra seducción, provocación, etc. No es extraño, entonces, que en Gualeguaychú exista un trafico de personas muy organizado, con redes de prostitución infantil que explotan a adolescentes y jóvenes como objetos de placer.
Todo ellos junto a la venta de alcohol indiscriminada y al consumo de drogas que ayudan a desinhibirse, generando un ambiente de descontrol absoluto.

8. La fe cristiana nos invita a ser realistas, a no ser ingenuos, a asumir la realidad del pecado original y vivir concientes de ellas. No podemos jugar con la vida de la gracia. No podemos pretender caminar entre las llamas sin quemarnos. Exponernos sin necesidad a caer en pecado mortal es ya un pecado que nos aparta del Señor.
Alguien puede decir, quizá sobre todo algunas mujeres: “¡Pero yo no siento nada de esto, yo voy a admirar la belleza de los trajes y la preparación de las carrozas!”. Nosotros sabemos, queridos hermanos, que el cristiano nunca puede cooperar con el mal, nunca puede participar en una acción en la cual otras personas ofendan gravemente a Dios, sin pecar ellas mismas .Si vos no sentís nada malo, pero vas, estás contribuyendo con tu entrada a que ese espectáculo crezca, estás apoyando toda esa degradación, te estás haciendo cómplice de sus pecados. Además, estás dando mal ejemplo a otras personas: hermanos, hijos, nietos, padres, amigos. Por eso también es un pecado grave.

9. Toda la predicación cristiana sobre la castidad tiene un sentido muy profundo. El pecado de la lujuria no solo nos desordena como personas, sino que sobre todo nos aleja de Dios, nos vuelve carnales, incapaces de elevarnos hacia el creador. Para el lujurioso el misterio de Dios, su presencia en la Eucaristía, la belleza de la oración, permanecen impenetrables: su corazón está totalmente vuelto hacia la carne, endurecido para Dios y para las cosas de Dios. Será por eso que en nuestro pueblo, la tarde misma en que sepultaron a nuestro párroco, se realizaron los carnavales como si nada hubiera pasado, y muchos vecinos y cristianos participaron de ellos: hasta tanto llega la dureza del corazón.
En los primeros siglos de la historia de la Iglesia las personas solían bautizarse de adultos. Para ellos el Bautismo significaba un corte efectivo con todo pecado, con toda la realidad del pecado. En las antiguas fórmulas litúrgicas de la renuncia bautismal el nuevo cristiano profesa su intención de apartarse de aquellas diversiones normales del mundo, que eran deshonestas y escandalosas.

10. Queridos hermanos: hoy Jesús nos dice a nosotros: “Sígueme”. Ojalá que nuestra disposición interior sea la misma que tuvieron estos humildes pescadores. Ojalá seamos capaces de renunciar a todo lo malo.
Pero Jesús nos dice también “Quiero que seas mi luz en medio de la oscuridad. El mundo está en tinieblas, muchas personas están en las tinieblas, ayúdame a alumbrarlo con la luz de la verdad y el bien”.
¿Qué le responderemos al Señor? ¿Llevaremos esta luz a nuestras familias, a nuestro círculo de amigos? ¿O nos callaremos por cobardía, por miedo a que nos tachen de conservadores, de atrasados, o que se rían de nosotros?
Y no olvidemos: no podemos tener el corazón dividido, no podemos participar de la mesa del Señor y participar de los corsos. Si estamos dispuestos a vivir así, acerquémonos a comulgar. De lo contrario, estaremos dando a Jesús el beso traidor de Judas, lo estaremos vendiendo nuevamente.
Que la Inmaculada, la madre de la Pureza cristiana, a quien el Cura Brochero con tantos otros llamaron “La Purísima” nos anime a seguir en este camino.