lunes, 8 de noviembre de 2010

“Leandro, ¿me querés lavar el auto?” Para los que no conocieron al Padre Juan Alberto Puiggari (II)

Si hay algo que me llevó tiempo entender, es como alguien podía tener tanta mansedumbre. La pude admirar en repetidas ocasiones, la mayoría de las veces como paciencia: atendiéndonos las mil veces que lo importunábamos, cuando estaba súper ocupado, escuchándonos decir centenares de tonterías infanto-juveniles, o prestándonos todas sus cosas con el riesgo de que las rompiéramos o las perdiéramos. O cuando era objeto de nuestras gastadas por la escasez de su pelo, o cuando en el viaje de Quinto le festejamos el cumpleaños y le colocamos un espartillo en la cabeza, llamándolo “señor Mishagui”…
Pero pude ver la mansedumbre del padre Juan Alberto sobre todo allá por abril o mayo del 96, no recuerdo bien la fecha, pero sí que yo hacía poco que estaba en el Seminario.
Resulta que se confirmaba el hermano de Jorge Fontana, y el Padre Juan Alberto había sido delegado por Monseñor Karlic para administrar el Sacramento. Jorge le pidió si podíamos acompañarlo, junto con Luciano Ojeda y el Coco Gaitán. Ellos serían monaguillos en la celebración, y yo lo ayudaba a cantar a Jorge. Aprendimos el “Cántico de Confirmación”, el “Ven a nuestras almas” de Zaninnetti y algunos más.
Ese domingo nos levantamos a la hora habitual pero no fuimos a la Misa con el resto, sino que nos fuimos a desayunar. Y cuando bajamos a la rectoría, el padre Puiggari estaba un poco atrasado con otros asuntos. Para ganar tiempo y poder llegar a horario a Viale, preguntó: “¿Alguno de ustedes sabe manejar?”. Leandro, orgulloso de haber manejado desde los 8 años –ejem- respondió: “yo, padre”. “Bueno, sacame el auto así ganamos tiempo”.
Me dio la llave y entre nervioso, apurado y contento enfilé –por primera vez en esos dos meses- para el estacionamiento del Seminario.
No me imaginaba lo que me esperaba. Me costó abrir la reja. No entendía como se abría el otro portón, el del garage. No encontraba la luz. Y el Renault 12 blanco estaba metido ¡en una esquinita!
Pensé: “no lo saco ni loco”. Claro, no era lo mismo manejar en Primero de Mayo, Pronunciamiento, Las Achiras, Tres de Febrero… por ahí Villa Elisa o Colón, que maniobrar en reversa con un auto ajeno y contrarreloj.
Pero mi honor de precoz conductor pudo más: me subí al 12 y empecé a dar marcha atrás. Doblé hacia la derecha, después hacia la izquierda, girando mi cuello casi 180 grados –no sabía usar los espejos, por entonces…- y… ¡zas! Cuando iba saliendo, la impecable puerta derecha del 12–el que todavía usa Alfonso Dittler- ¡rayada!.
Yo estaba cada vez más nervioso, pero la piamontesa tozudez me impedía retroceder en mi propósito. Logré zafar del portón, y salí al espacio donde se encendía la caldera. Ahí decidí dar marcha atrás hasta arriba, hasta el lugar donde está el quincho de Teología. Cerré el portón del garage, subí y aceleré marcha atrás. Cuando creía habber abandonado el acceso, giré hacia la derecha y nuevamente…
No puedo explicar el pánico que me entró: ¡le había dado al medio al árbol que marcaba el ingreso al garage –el mismo que tiempo después chocó el Tony Barboza con el auto del Padre Mario-! Y no era un árbol recién plantado: debía ser de los primeros que plantó monseñor Paul con el  padre Melchiori, en la década del ´50. Tenía como 60 ctms de diámetro. Los que conocen el lugar saben que es imposible chocar ahí, pero yo lo hice. Resultado: el paragolpes y el baúl del 12 hundidos como 25 ctms…
Para colmo de males, eran como las 9:05. Acababa de terminar la Misa del Seminario Mayor, y unos 30 filósofos y teólogos estaban afuera. El primer testigo fue el Chelo Cardozo, a quien por el retrovisor vi agarrarse la cabeza y matarse de risa.
Yo ya imaginaba el soberano reto del dueño del 12. Me imaginaba volviendo a casa para juntar plata y pagarle el arreglo. Me imaginaba castigado y no teniendo oportunidades de volver a manejar durante años. Me imaginaba…
Lo que nunca me imaginaba es que cuando el padre salió y vio el auto… ¡ni se inmutó! ¡No se le movió ni una pestaña! Solamente se sonreía y me decía: “¡no te preocupés, Leandro, no es nada, agradecé que no te pasó nada a vos!” Y yo no paraba de dar explicaciones, y de pedir perdón, y de poner excusas, y de prometer pagarle el arreglo. El padre solo se reía, y me decía que no pensara más en el asunto…
Y por si fuera poco, a la semana siguiente –después de haber soportado las cargadas de todo el mundo, hasta el Ciro y la Dalma se rieron de mí-, el sábado después de comer –horario tradicional de lavar los autos-, el padre Puiggari me dice, ofreciéndome la llave del 12, y devolviéndome de una manera magistral la confianza: “Leandro, ¿me querés lavar el auto?”

5 comentarios:

  1. jaja muy buena la anécdota, lo pinta a monseñor de cuerpo entero. Qué ejemplo q es. Los que lo conocimos y lo quisimos le damos gracias a la vida que lo vuelva a traer.

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  2. LEANDRO ME ACUERDO PATENTE DE ESO, Y QUE TE DIJO "SON COSAS MATERIALES" LO QUE MUESTRA LA MIRADA SOBRE NATURAL DEL PADRE.
    APROVECHO PARA DESEARTE FELIZ CUMPLE UN TANTO ATRAZADO, SIEMPRE TE TENGO PRESENTE Y LA LOCURAS QUE HACIAMOS.
    UN ABRAZO. LUCIANO

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  3. Qué historia!!!! Con razon su pobre auto esta como esta, jajaja. Ser´que monseñor se acuerda de eso todavia? Si es así vamos al muere, se imagina porque? Ojalá que no se acuerde, jijiji, espero que a mi no me pase lo mismo sino me van a quitar elcarnet antes de tenerlo, jeje

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  4. LAs cosas que uno se entera! En mayo nunca supimos de esto... ju jua jua. Abono al otro comentario: ahora entiendo su auto padre!!! Pero, aparte de esto que Genio el monseñor che... buenísimo. No me imagino a Heraldo haciendo lo mismo.. jejeje

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  5. jaja, muy bueno. Que linda forma de darlo a conocer. Esperemos pueda reveindicarse esta oportunidad, jaja

    Saludos en Jesús, José y María

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