domingo, 16 de agosto de 2009

Peregrinar al Corazón de la diócesis

Hoy, domingo 16 de Agosto, se realizará la tradicional peregrinación de las parroquias al Seminario Arquidiocesano “Nuestra Señora del Cenáculo”. Esta iniciativa tan particular nació del padre Percara, párroco de San Francisco de Borja por más de 40 años, junto al padre Bottegal cuando estuvo en San Benito. Ellos tuvieron la intuición de que esta peregrinación encerraba una gran valor para toda la Arquidiócesis.


¿Por qué peregrinar ahí?

Al acercarse la fecha, me puse a pensar cual era el sentido profundo de esta marcha, ¿por qué caminar hacia allí?. Este caminar es diferente a otros que conocemos.

Se peregrina a los santuarios Marianos, a aquellos sitios donde María ha manifestado su amor y su misericordia, apareciéndose a alguno de sus hijos o señalando su predilección por algún lugar. Así, millares de fieles concurren a Luján o a San Nicolás. También se peregrina hacia sitios donde María es venerada de modo particular, aún sin haber ocurrido alguna aparición. En nuestra Arquidiócesis, decenas de miles concurren en peregrinación a la fiesta de la Virgen del Carmen en Nogoyá, o participan de la peregrinación “Hasenkamp-Paraná”.

También se peregrina, por ejemplo, hacia los lugares donde ejercen su ministerio sacerdotes enriquecidos por el Señor con dones especiales al servicio de su Iglesia. Así, desde toda Francia peregrinaron hacia la pequeña aldea de Ars, para confesarse con su santo cura, Juan María Vianney. Entre nosotros, innumerables personas van hasta Rosario, buscando en el P. Ignacio alivio para sus almas y sanación para sus cuerpos.

¿Por qué peregrinar al Seminario? ¿Qué hay allí de importante, que amerite nuestra presencia?

Los documentos del Magisterio de la Iglesia nos enseñan que el Seminario es “el Corazón de la diócesis”. ¿Por qué? Porque es el lugar donde se preparan los futuros pastores del Pueblo de Dios, aquellos que a través de la Palabra y los sacramentos darán Vida eterna a todo el Pueblo de Dios. Es un lugar sagrado, porque en él se preparan los ministros sagrados. Con razón la Iglesia siempre ha considerado los seminarios como uno de sus tesoros, los ha cuidado y protegido como se protege el “seno materno” de una mujer que está por dar a luz.


Los “misterios” del Seminario.

No todos ven eso tan claro. Muchos desconocen el Seminario, y esto da lugar a las más variadas “teorías” sobre el mismo, en las que se mezclan elementos telenovelescos con “leyendas” populares. A lo largo de mi camino hacia el sacerdocio y también siendo ya ordenado, he escuchado diversas apreciaciones.

Algunos la “idealizan”. Piensan que tras sus paredes no hay maldad de ningún tipo, sino que conviven almas angelicales dotadas de todas las virtudes.

Otros, en cambio, imaginan el Seminario como una cerrada estructura de presión, como un lugar donde a los jóvenes inocentes se les “lava el cerebro”. O como un lugar donde, bajo una apariencia de virtud, se cometen los pecados más bajos.

Algunos más se preguntan: ¿por qué es tan larga la carrera? ¿tantas materias tienen? ¿no las pueden hacer más rápido? No falta quien imagina que los futuros sacerdotes son instruidos en todas las ciencias humanas y positivas. Muchas veces me han insinuado: “claro padre, porque a ustedes en el Seminario estudian de todo, ¿no es cierto?”...


La verdad del Seminario.

La verdad es que el Seminario no es ni una cosa ni la otra. Es una casa de formación, con una estructura de autoridad muy clara, pero donde se intenta vivir el Evangelio. Las normas de disciplina existen: son indispensables. Pero cada uno de los que allí vive las ha aceptado e intenta encarnarlas por amor a Cristo con la convicción de que de ese modo crece, cada día, en su configuración con Jesús.

En el Seminario no hay misterios, no hay cosas escondidas: calabozos subterráneos donde se castiga a los indisciplinados; o salas ocultas donde se realizan fiestas prohibidas. Todo es transparente. La vida de los muchachos es simple: rezan, van a Misa, trabajan en diversos oficios, limpian la casa, asisten a clases, estudian solos o en grupo, comparten momentos de recreación... Todo esto justamente dosificado, para formarse en las dimensiones humana, intelectual, espiritual y pastoral.

¿Por qué es tan larga “la carrera”? No porque estudien Derecho Civil, Medicina, Análisis Matemático o Biología molecular... Los años de formación -que hoy por hoy son al menos 8- tienen como finalidad que el candidato que se siente llamado al sacerdocio tenga tiempo de discernir bien su vocación, para ver si realmente proviene de Dios o es fruto de su imaginación, o un entusiasmo pasajero. Y son muchos años porque se necesita tiempo -toda la vida, en realidad- para ir formando un corazón semejante al de Jesús, Buen Pastor.

Porque los que son llamados al sacerdocio son jóvenes comunes y corrientes. No son ángeles caídos del cielo ni seres extraordinarios, criados en una aislamiento total del mundo y su pecado, incontaminados con la malicia de nuestro tiempo. No. Tienen virtudes y defectos, fortalezas y debilidades. Y por eso es perfectamente comprensible -aunque sigue siendo malo, siempre- que también existe el pecado, la malicia. Y tal vez cada uno de nosotros conozca historias que desdicen del sentido y la finalidad de esa casa. Pero el pecado, la infidelidad de seminaristas o formadores -que existen, obviamente, o al menos existieron: yo estuve allí y soy pecador...- es la excepción, no la regla. El ambiente general, el clima espiritual es el de cristianos auténticos, llamados al sacerdocio, que luchan por ser fieles a Cristo y a su vocación. Es un ambiente de libertad y de felicidad verdadera. Tal vez pocos imaginan la alegría de un recreo o incluso de una clase en el Seminario. Quienes lo hemos vivido, lo recordamos con enorme gratitud. Otro día tendré oportunidad de escribir más sobre mi paso por esa casa de formación.


¿Qué sentido tiene, en síntesis, peregrinar?

Los fieles de la Arquidiócesis vamos al Seminario a decirles a los chicos que allí se forman: estamos con ustedes. Los necesitamos, porque necesitamos a Jesús Eucaristía, porque sin la Eucaristía nos morimos de hambre. Y los necesitamos santos, totalmente entregados. Por eso rezamos y ofrecemos sacrificios. Por eso los apoyamos también desde lo humano, atendiendo a sus necesidades materiales.

Vamos al Seminario a manifestar nuestra fe en el misterio del sacerdote, y en la certeza de que , aún cuando siempre los ministros son limitados, son absolutamente necesarios.

Que la Virgen del Cenáculo nos conceda poder vivir esa peregrinación como comunidad arquidiocesana con entusiasmo y gran sentido de fe.

1 comentario:

  1. PADRE YO DESDE PEQUEÑA PEREGRINO AL SEMINARIO, Y HASTA HICE PROMESAS QUE SI MIS HIJOS APROVABAN LAS MATERIAS LOS LLEVARIA A ELLOS CAMINANDO DESPUES DE TERMINAR LAS CLACES, CON DOBLE INTENCIÓN PARA QUE VEAN QUE HAY JOVENES QUE SE LA JUEGAN ESPERO QUE ME DE RESULTADO.DE MI PARTE SOLO HE VISTO MUY BUENOS EJEMPLOS DE SACERDOTES SALIDOS DE ALLÍ. LOS QUIERO A TODOS.

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