En estos días sagrados, quiero compartir con ustedes uno de los textos más hermosos que conozco sobre el Misterio de la Agonía de Jesús en el Huerto.
Estoy seguro comprender mejor lo que aconteció esta noche y comprender lo que le costó al Señor nuestra redención, es una de las claves para dejarnos arrebatar por el amor de Jesús.
De Martin Descalzo, Vida y Misterio de Jesús de Nazareth, Ed. Sígueme
En el Huerto de los Olivos
¡Qué soledad la de este Cristo cuyos amigos, todos, duermen, mientras Judas, sólo Judas, vela! Siempre los hijos de las tinieblas están más despiertos que los de la luz
Pero el coraje de Jesús es más fuerte que el desaliento. Y regresa a la oración, ahora menos angustiado, aunque tal vez más triste. Ahora ya sabe que no hay otro camino que el que pasa por la muerte. Toda su naturaleza de hombre se rebelaba. Sus treinta y tres años se ponían en pie. Le gustaba vivir. Pero ahora llegaba la hora señalada. No lucharía contra la voluntad de su Padre, por mucho que ese final le repugnara.
Por eso ahora ya no pedía ser salvado de la muerte. Se limitaba a inclinarse ante la desición tomada. “Padre, si no es posible que pase este caliz sin que yo lo beba, hágase tu voluntad”
El último por qué
Ahora tenemos que preguntarnos por qué el miedo terrible, por qué ese espanto inédito. ¿Simple temor a la muerte? ¿Pánico ante la cruz y los azotes? ¿Terror a la soledad?
Evidentemente tiene que haber algo más allá, más horrible y profundo.
La muerte, el dolor físico, son evidentemente muy poco para quien tiene la confianza en Dios que Jesús tenía. Tuvo que haber más, mucho más. Tuvo que haber razones infinitamente más graves que el puro miedo al dolor.
Solo una explicación teológica puede ayudarnos a entender esta escena. Y esa explicaciópn es que en ese momento Jesús penetra, vive en toda su profundidad la hondura de lo que la redención va a ser para él. En ese instante Jesús asume en plenitud todos los pecados por los que va a morir. En ese momento en que comienza su Pasión, Cristo “se hace pecado” como se atrevería da deir con frase penetrante San Pablo.
¡Morir! Eso no es gran cosa! ¡Eso es cosa de hombres, parte de la aventura humana! Pero es que no se trataba de morir, sino de redimir, es decir, de incorporar, de hacer suyos, todos los pecados de todos los hombres, para morir en nombre y en lugar de todos los pecadores.
Solemos pensar que Jesús “cargó” con los pecados del mundo, como quien toma un saco y lo lleva sobre sus espaldas. Pero eso no hubiera sido una redención. Para que exista una verdadera redención debe haber una verdadera sustitución de víctimas y la que muere hacer suyas todas las culpas por las que las demás estaban castigados a la muerte eterna.
Hacerlas suyas, incorporarlas, es casi tanto como cometerlas. Jesús no pudo “cometer” los pecados por los que moría. Pero si de alguna manera no los hubiera hecho parte verdadera de su ser, no habría muerto por esos pecados. Y no se trata de uno, de dos, de cien pecados. Se trata de todos los pecados cometidos desde que el mundo es mundo hasta el final de los tiempos. Un solo pecado que él no hubiera hecho suyo habría quedado sin redimir, sin posibilidad de verdadero perdón.
Así pues, el no estaba haciéndose autor de los pecados del mundo, pero sí los tomaba por delegación, sí los incorporaba a si. Se hacía “pecador”, se hacía “pecado”
Todo esto para nosotros no significa nada. El hombre sabe muy bien vivir con su pecado, sin que esto lo desgarre. El hombre no sabe lo que es el pecado, o si lo sabe, lo olvida, o si lo recuerda, no lo mide en su profundidad.
Pero Jesús sabía en todas sus dimensiones lo que es el pecado, lo contrario de Dios, la rebeldía total contra su Creador.
Estaba, pues, haciendo suyo lo que era lo contrario de sí mismo. Estaba incorporando lo radicalmente opuesto a la naturaleza de su alma hombre-Dios. Estaba convirtiéndose, por delegación, en enemigo de su Padre, en “el” enemigo de su Padre, puesto que recogía en sí todos los gestos hostiles a Él. Hacerse pecado era para Jesús volver de revés su naturaleza, dirigir todas sus entergías contra lo que con todas sus energías era y vivía.
¿Quién no sentiría vértigo al creer estas cosas , si verdaderamente creyéramos en ellas?. Ahora sí, ahora se explica todo el desgarramiento. Nunca jamás en toda la historia del mundo y en la de todos los mundos posibles ha existido nada, ni podrá existir nada, más horrible que este hecho de un Dios haciéndose pecado. Cualquier sudor de sangre, cualquier agonía humana, no será más que un pálido reflejo de este espanto..
La túnica del mal.
Quiero citar aquí, aunque sea muy largo, un texto justammentete famoso de alguien que se ha atrevido a mirar cara a cara esta tragedia. Es una meditación del Cardenal Newman sobre los “dolores mentales” de Cristo.
En esta hora tremenda, el Salvador del mundo se echó de rodillas, desnudándose de las defensas de su divinidad, apartando casi por la fuerza a los ángelse dispuestos a responder por millares a su llamada, abriendo los brazos y descubriendo su pecho para exponerlo en su inocencia, al ataque del enemigo, de un enemigo cuyo aliento era de una pestilencia mortal, cuyo abrazo era una agonía. Y así permaneció, de rodillas, inmóvil y silencioso, mientras el impuro enemigo envolvía su espíritu con una túnica empapada en todo lo que el crimen humano tiene de más odioso y atroz, y la apretaba en torno a su corazón. Y, mientras tanto, invadía su conciencia, penetraba en todos sus sentidos, en todos los poros de su espíritu y extendía sobre él su lepra moral, hasta que él se sintió convertido casi en lo que nunca podía llegar a ser, en lo que su enemigo hubiera querido convertirlo. ¡Cual fue su horror cuando al mirarse no se reconoció; cuando se sintió semejante a un impuro, a un destestable pecador, en su percepción aguda de ese montón de corrupciones que llovía sobre su cabeza y chorreaba hasta el borde de su túnica! ¡Cuál no fue su extravío cuando vio que sus ojos, sus manos, sus pies, sus labios, su corazón eran como los del maligno, y no como los de Dios! ¿Son estas las manos del Cordero inmaculado de Dios, hasta ese instante inocentes, pero rojas ahora por mil actos bárbaros y sanguinarios? ¿Son estos los labios del cordero, los labios que ya no pronuncian plegarias ni alabanzas, ni acciones de gracias, sino que están inmundos de juramentos, de blasfemias y doctrinas demoníacas? ¿Son estos los ojos del Cordero, ojos profanados por las visiones inmundas y las fascinaciones idólatras por las cuales abandonaron los hombres a su adorable Creados? En sus oídos resuena el fragor de las fiestas y los combates, su corazón está congelado por la avaricia, la crueldad, la incredulidad, su misma memoria está oprimida por todos y cada uno de los pecados cometidos desde la primera caída del hombre en todas las regiones de la tierra. Vienen todos estos adversarios sobre ti a millones, vienen en escuadrillas más numerosas que las pestes de las langostas, que los látigos del granizo, que las moscas y las ranas enviadas contra el Faraón. Los pecados de los vivos y de los muertos, los pecados de los no nacidos todavía, los de los condenados y de los salvados, los pecados de tu pueblo y de todos los extranjeros, los de los santos y los pecadores, todos los pecados están aquí. ¡Verdaderamente sólo Dios es capaz de soportar tanto peso!
¿Qué es la muerte, qué son las espinas, qué los látigos y el vinagre junto a este horror? ¿Qué es el dolor humano frente a esta atroz realidad?
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