domingo, 20 de septiembre de 2009

Manuel Eliseo Bonnin. In memoriam.

Con gran sabiduría, la Iglesia nos indica a los sacerdotes que en la homilía de las Exequias evitemos hacer panegíricos, es decir, alabanzas públicas de los difuntos que se despiden o sepultan.

Nada me impide, sin embargo, aprovechar la moderna tecnología para realizar el de mi abuelo, que nos ha dejado el pasado jueves para emprender el viaje hacia mejores tierras. Quisiera compartir hoy con ustedes alguna de las impresiones que me ha dejado su vida y su muerte.

Soy conciente que nunca terminamos de conocer completamente a los hombres, ni aunque estuvieramos junto a ellos toda la vida, cada segundo. “La persona es un misterio” solemos decir. Además conocí a Manuel – y él me conoció a mi- cuando ya había vivido 60 años, las dos terceras partes de lo que duró su peregrinación por este mundo. Sólo quiero compartir lo que yo viví, sabiendo que omito muchas cosas, sobre todo aquellas menos gratas. Las que Dios olvida siempre.

Los recuerdos de la infancia son, por así decir, perfectos. Un abuelo siempre sonriente, que vivía “a la vuelta” y de cuya casa me separaban, en mis mejores épocas de velocista, apenas 7 u 8 segundos. Una “casa de los abuelos” casi ideal, con árboles frutales sabiamente plantados, de modo que durante todas las estaciones había algo para saciar nuestra insaciable estómago... Un galponcito con las más variadas herramientas, con las que fabricar barriletes, camiones, escopetas de madera, “nunchakus”, arcos y flechas y jabalinas y kartings con rulemanes... Y sobre todo tiempo, mucho tiempo, porque el abuelo -si bien trabajó hasta casi los 90- ya no tenía obligaciones tan urgentes. Además la abuela siempre tenía un plato disponible y recibía la visita de sus nietos como si hubiera fiesta. Comida sencilla, pero siempre abundante: ¡ay de aquél que no repetía!

En su casa siempre había música: no sólo la radio de Colón -con la inconfundible música de las necrológicas, ante la cual el silencio debía ser absoluto- sino porque el abuelo “chiflaba” mientras hacía sus cosas. Chiflaba de una manera original, con un vibrato que permitía reconocerlo a lo lejos. Había sido músico en su juventud, y conservó ese gusto hasta el final.

En lo del abuelo siempre había un buen tarro de harina y grasa del campo, para que apenas cayeran un par de milímetros, nos reuniéramos a disfrutar tortas fritas. Inolvidables también son las tardes de chinchón, escoba de quince y “chichiriplé”, como ellos llamaban a un juego de cartas apasionante para nuestras mentes infantiles. Por si algo faltaba para completar el cuadro, al abuelo le gustaba el pescado y pescar... y ¡era de River!, por lo que nunca estaba sólo, ni en las victorias ni en las cargadas de la derrota.

Con el tiempo el abuelo fue envejeciendo y yo fui creciendo. La relación se fue distanciando -por la menor frecuencia de las visitas- a la vez que profundizando. Recuerdo su apoyo incondicional en mi vocación, su alegría ante cada reencuentro, su interés sincero por mis estudios y mis actividades ministeriales. En los últimos tiempos me saludaba así: “mi querido sacerdote”, casi emocionado.

Después de la partida de la abuela, muchas veces solía decir “para qué uno vendrá tan viejo” Sus amigos del truco se iban yendo -sobrevivió a casi todos- y sentía, más que soledad, el ser un “peso” para los demás. Varias veces me dijo que “tenía las valijas hechas” para cuando Dios lo quisiera llamar. No sólo esperaba la muerte por sentirse poco útil: sobre todo porque era creyente, porque esperaba la vida eterna.

Y si me permiten un último recuerdo, me parece que su carácterística fundamental fue -no sé si es la palabra adecuada- la tozudez. Cuando pasó la barrera de los 80, parecía conveniente que se cuidara más, que descansara, pero, ¿quién lo podía convencer?. Y seguía subiéndose a las escaleras para pintar la casa, y cortando el pasto con su vieja máquina eléctrica en horas cercanas al mediodía, y saliendo a hacer los mandados los días de lluvia, con el riesgo de caerse... De hecho, se cayó, en los últimos años, decenas -o quizá centenares- de veces, algunas de ellas por ir a Misa. Pero no había forma: no se lo podía detener. ¿Era esto una virtud o un defecto? Depende de donde se lo mire. Alguno puede decir: “es falta de prudencia, es poner en riesgo la salud sin necesidad, es falta de caridad para los que te tienen que cuidar”.

Yo prefiero pensar: ¡Gracias, abuelo, por ese último testimonio de constancia! Por querer vivir hasta el último momento en camino, por levantarte cada vez y volverlo a intentar. Sin proponértelo, me -nos- dejaste una gran enseñanza: aunque caigamos, aunque lleguemos a caernos varias veces al día, no dejemos de caminar mientras nos lo permitan nuestras fuerzas. Que el final de nuestro camino, aunque tengamos las rodillas machucadas por los porrazos, cuando el Señor nos llame a su presencia, podamos reencontrarnos y sentarnos juntos en la mesa del banquete del Reino, donde creemos firmemente que ya estás.

6 comentarios:

  1. Padre!! Como sabrá al terminar de leer este relato de la vida de su abuelo.. se me cayeron unas lagrimas, cuando lee "los machucones en las rodillas de tanto caer" porqué será? ja

    Un Gracias enorme, por estar al lado de su hija, cuando cae y le cuesta levantarse, por darme esperanza, la que Jesus quiere que tenga

    Gracias!! las palabras sobran!!

    pd creo que lo de su abuelito era virtud!! AMP

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  2. Leo (o Padre Leo): gracias por estas viviencias transformadas en recuerdos, tan de nosotros cuatro. Tuve que hacer memoria sobre el "chichiriplé"!, por ejemplo. Y debemos reconocer que la tozudez, sin dudas, nos quedó por herencia. Gracias.

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  3. Kuki: Yo lo quiero mucho a Manuel y siento que nos está cuidando ahora, pero acerca de tu comentario quería decirte a vós, no a Manuel, que por supuesto que levantarse cada vez es virtud, pero también lo es aceptar nuestras debilidades y límites. En casos innecesarios no sé si está bien arriesgarse por así decirlo "de gusto". Fijate, x ej Santa Teresita que quería hacer tantas mortificaciones y no la dejaban.
    A veces ser cabezón ayuda a la virtud, pero otras...
    Una anécdota que jamás me voy olvidar
    es este primero de año en tu casa!!!
    Mila

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  4. Ave María Purísima!!!
    Gracias por tu comentario, querida cuñada! Naturalmente no quiero hacer en el blog "apología de la imprudencia"...
    Simplemente me ha resultado muy gráfica esta última etapa de la vida de don Manuel para lo que es nuestra vida espiritual... Si trasladamos su tozudez a nuestra existencia cristiana, ahí sin dudas que es virtud levantarse y seguir caminando siempre, incluso aunque sepamos que a los dos pasos volveremos a caer...
    En el retiro de este año estábamos en la misma habitación con el Coco, y leímos en una vida de San Arnoldo Janssen un antiguo adagio latino: "omnis sanctus pertinax": todo santo es pertinaz. Y pertinaz significa: "Obstinado, terco o muy tenaz en su dictamen o resolución". Creo que los santos son aquellos que, obstinada, tercamente, buscan ser como Jesús, aunque mueran en el intento. Bendiciones!!!

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  5. Ave María...

    Querido Padre:
    Un abrazo fuerte. y seguimos caminando hacia el cielo. Cada uno solo y a la vez juntos, pues vamos hacia el mismo lugar.
    En este tiempo sigo leyendo de hace un año un libro que se llama Quiero ver a Dios y sin duda este deseo solo tendrá su momento pleno el día del abrazo juntos al Patrón. Aunque algo de ello lo podemos experimentar cada día pero es al final donde ese deseo será pleno. me encomiendo a sus oraciones. Unidos en Oración y Eucaristía, hasta el cielo.

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  6. MI QUERIDO SACERDOTE:LA FRASE MAS LINDA DEL ABUELITO, QUE HASI LE EXPRESABA SU CARIÑO, GRACIAS POR COMPARTIR CON NOSOTROS SUS SINTIMIENTO, ERA ALGO QUE ESPERABA SABER,COMO HABIA SIDO EL ABUELO DE NUESTRO QUERIDO VICARIO.AHORA CONOSCO DE DONDE LE VIENE A USTED EL GUSTO POR LA MÚSICA.Y AHORA ESTO DE MARTÍN FIERRO EN HONOR AL ABUELITO. "CANTANDO ME HE DE MORIR, CANTANDO ME HAN DE ENTERRAR, Y CANTANDO HE DE LLEGAR. AL PIE DEL "ETERNO PADRE" DENDE EL VIENTRE DE MI MADRE, VINE A ESTE MUNDO A CANTAR.
    BEA.

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