Querido padre José:
Antes que nada, me presento, porque yo te conozco, pero vos
no a mí. Me llamo Leandro, soy argentino, vivo en Paraná. Y soy uno de los aproximadamente
400.000 sacerdotes católicos que hay en el mundo. Permitime tratarse así, sencillamente, de "padre", porque siempre quisiste ser y siempre seguiste siendo, fundamentalmente, sacerdote. Cada nueva responsabilidad que te confiaba la Iglesia la aceptaste solo como un acto de amor a Cristo, y a su Cuerpo.
Te escribo esta carta porque ya he agotado todas las otras
maneras por las cuales quería agradecerte tus 85 años de servicio a la Iglesia
y al mundo. Pero todas las anteriores no me alcanzaron para poder expresar
tanta admiración, tanta gratitud.
Padre José, te conozco desde hace unos 20 años. Escuché por
primera vez tu nombre allá por el año ´93. En mi casa había un libro gordo,
nuevo, que yo al principio solo miraba de lejos. A fines de ese año supe que era
el Catecismo de la Iglesia Católica. Supe que un grupo de obispos, guiados por
vos, lo había elaborado. Y me enamoré de ese libro, a tal punto que lo leí ¡dos
veces! completo antes de ingresar al Seminario Menor. Sin entenderlo apenas,
claro. Con el paso del tiempo, me di cuenta que era una obra magnífica, una
síntesis impresionante de la Escritura, la Tradición y el Magisterio, destinado
a iluminar a muchas generaciones. Por eso te quiero decir ¡gracias! por el
Catecismo.
Unos años más tarde, ya en el Seminario Mayor, llegó a mis
manos un librito, en cuya tapa estabas vos, con tu sotana y tu faja
cardenalicia. “Informe sobre la fe”, se titulaba. Uno de los libros que he
releído más veces, donde comencé a admirar no solo tu conocimiento de la
Escritura y la teología, sino también tu enorme capacidad para dialogar con el
pensamiento actual, dando respuestas fundamentadas y bellas a los grandes
problemas del hombre de hoy. Allí aprendimos que hay una forma de “criticar” a
la Iglesia que brota del amor, y que se ratifica con el testimonio de servicio.
Cada vez más tus enseñanzas y tus escritos –en conferencias,
en los documentos de la CDF, en libros que recogían entrevistas u homilías tuyas- iluminaban la vida del Pueblo de Dios. Comenzaste a volverte casi
imprescindible para la Iglesia en un mundo tan complejo.
Mi último descubrimiento fueron tus escritos de Liturgia.
¿Qué puedo decir yo? Sólo que me ayudaste a ver y a vivir en una nueva
dimensión, la del “Cielo abierto”, cada celebración.
Cuando Juan Pablo II se fue debilitando, tu presencia se
hizo más visible. Nos conmovieron las meditaciones que preparaste para el Via Crucis del 2005. Nos emocionó tu homilía en las exequias de tu antecesor. Nos
impresionó el claro diagnóstico de nuestra época que hiciste unos días antes de
ser elegido, al acuñar la imborrable expresión “dictadura del relativismo”.
Cuando el 19 de abril de ese año el cardenal Jorge Medina Estévez dijo “Annuntio vobisgaudium magnum; habemus Papam: Eminentissimum ac Reverendissimum Dominum, DominumJosephum Sanctae Romanae Ecclesiae Cardinalem Ratzinger qui sibi nomen imposuitBenedictum XVI” estábamos todos los seminaristas reunidos en la sala de
video. Nunca voy a olvidar ese momento. Quien lo escuchara desde lejos podía
pensar que estábamos festejando un Mundial que ganaba la selección de fútbol, o
algo así… Repicaron las campanas de la Capilla del Seminario. Festejamos con
gozo pascual.
Desde tus primeras palabras, comenzaste a enseñarnos. Y no
dejaste de hacerlo desde entonces.
Pero, ¡qué puedo decirte de algo tan grande! “No pretendo
grandezas que superan mi capacidad”. El
Ministerio Petrino, como la Iglesia, es un Misterio profundísimo, que solo
desde la fe podemos comenzar a vislumbrar mejor.
Gracias por cada palabra y por cada gesto como Pontífice.
Gracias por enseñarnos la “hermenéutica de la reforma”
Gracias por enseñar a los jóvenes a vivir “Edificados enCristo, firmes en la fe”
Gracias por enseñarnos a unir la Verdad a la Belleza y al
Amor.
Gracias por animarnos a la Nueva Evangelización.
Gracias por recordarnos que “Deus Caritas est”, que somos “Spesalvi”. Y que la el verdadero estilo cristiano se expresa en la “Caritas in veritate”.
Y no quiero extenderme más, debes tener muchas otras cosas
importantes para hacer, ahora que has decidido consagrarte a la oración y la
penitencia por la Iglesia.
Para terminar, te cuento una cosa. Todos estos días han sido
durísimos. No para mi fe, que sigue intacta, confiada, totalmente segura de la
que Iglesia es guiada por Jesús. Han sido días difíciles para mi corazón.
Obviamente, me he mostrado “fuerte” y casi “impasible” ante los demás, pero por
dentro me embarga la emoción y una alta cuota de tristeza.
No suelo decir estas cosas, pero quiero que sepas que te voy
a extrañar.
Vos, padre José, pedile a la Virgen y a Jesús en cada Misa
que celebres, desde ahora oculto a los ojos de los hombres, que los hombres
sepamos recoger la posta. Que podamos encender nuestras antorchas con la llama
luminosa de la fe, que vos mantuviste siempre bien en alto. Que la tengamos
siempre bien en alto, y que con ella iluminemos muchos corazones.
¡Hasta siempre!
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