viernes, 1 de junio de 2012

Seis consejos infalibles para hacer una mala confesión.



Los antiguos decían: “corruptio optimi pessima”, que se puede traducir algo así “la corrupción de lo mejor es lo peor”
La confesión es una de los “mejores” inventos de Jesús, uno de los regalos más increíbles que  nos ha dejado el Maestro.
El Mandinga lo sabe: ¡por eso intenta alejarnos del Sacramento!
Pero cuando no lo logra, tiene otra estrategia: nos hace “falsificar” la confesión, nos hace “confesarnos mal”, es decir, corrompe este milagro que constantemente Dios quiere realizar en nosotros: que su Sangre redentora nos limpie, nos purifique y renueve.

Permítanme “exponer” alguna de estas falsificaciones (no todas, obviamente), poniéndome por un momento en el lugar del Tentador -¡vade retro!-. Se los digo como cariñosos consejos de amigo…

1.       No te preocupes por hacer examen de conciencia: eso puede hacerte mucho, mucho daño… la más mínima expresión de dolor por el pecado es peor que el cáncer y el sida juntos, la peor de las formas de autoflagelarse… ¿Para qué revolver lo que ya pasó? Jesús sabe todo, andá a la confesión espontáneamente… ¡el no necesita nada! 
2.       Cuando te presentes al sacerdote, ni se te ocurra decir esa infame frase: “Perdóname, Padre, porque he pecado”. No, no, no… eso está pasado de moda! Esas eran modalidades que los curas alemanes inculcaban a las personas para mantenerlas dominadas, oprimidas bajo el yugo de su conciencia. Decile al sacerdote: “hola padre, quiero charlar con usted”
3.     Es esencial que le cuentes al sacerdote –que le enumeres minuciosamente- tus grandes virtudes, tus obras de caridad, lo eficaz de tu apostolado, tus experiencias místicas… Eso te hará sentir muy bueno, un cristiano ejemplar que a lo sumo tiene “distracciones”. Me encantaría que todos se confesaran como aquél buen hombre del que habló mi enemigo, cuya oración era algo así: “te doy gracias, Señor, porque no soy como los demás hombres…”
4.       También es imprescindible –te diría que sin esto no tiene sentido que te confieses- que le cuentes al cura todos los pecados que recuerdes… ¡de los demás! Cuando le narrás el mal carácter de tu esposa, lo insoportable que son tus hijos, lo deleznables que son tus compañeros de trabajo… el sacerdote queda conmovido y casi tiene ganas de ponerse de rodillas y venerarte, cual un mártir contemporáneo. ¡Qué noble sensación, la de sentirse la mayor de las víctimas! Mover a compasión de este modo al sacerdote es la mejor estratagema para evitar preguntas molestas o desubicadas llamadas a conversión…
5.       Tal vez algo tengas que decir: todavía queda algún cura medieval que si no le confesás ningún pecado ¡te dice que no te puede absolver! En ese caso, procura decir tus pecados de manera “casual”, sin orden, sin tampoco aclarar mucho. Cuanto más genérico seas, más me gusta. Lo ideal –a esto le llamo yo confesarse con “estilo”- es decir tus pecados con una risita irónica… ¡casi me parece verme en vos en ese momento!
6.       Una cosa más, no te olvides de esto, por favor: rezá el pésame del modo más superficial que puedas, sacale alguna oración, rezalo entre dientes, o lo más rápido que te salga, como cuando eras niño y jugabas a ver quién decía más rápido el abecedario… No se te ocurra pensar en las palabras, palabras crueles que pueden hacerte creer que la confesión es algo serio, que implica un cambio de vida y que supone que vas a “evitar ocasiones próximas…”

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