Los antiguos decían: “corruptio
optimi pessima”, que se puede traducir algo así “la corrupción de lo mejor
es lo peor”
La confesión es una de los “mejores” inventos de Jesús, uno
de los regalos más increíbles que nos ha
dejado el Maestro.
El Mandinga lo sabe: ¡por eso intenta alejarnos del
Sacramento!
Pero cuando no lo logra, tiene otra estrategia: nos hace “falsificar”
la confesión, nos hace “confesarnos mal”, es decir, corrompe este milagro que
constantemente Dios quiere realizar en nosotros: que su Sangre redentora nos
limpie, nos purifique y renueve.
Permítanme “exponer” alguna de estas falsificaciones (no
todas, obviamente), poniéndome por un momento en el lugar del Tentador -¡vade
retro!-. Se los digo como cariñosos consejos de amigo…
1.
No te preocupes por hacer examen de conciencia:
eso puede hacerte mucho, mucho daño… la más mínima expresión de dolor por el pecado es peor que el cáncer y el sida juntos, la peor de las formas de autoflagelarse… ¿Para qué revolver lo que ya pasó? Jesús sabe todo, andá a la confesión espontáneamente… ¡el no necesita nada!
2.
Cuando te presentes al sacerdote, ni se te
ocurra decir esa infame frase: “Perdóname, Padre, porque he pecado”. No, no, no…
eso está pasado de moda! Esas eran modalidades que los curas alemanes
inculcaban a las personas para mantenerlas dominadas, oprimidas bajo el yugo de
su conciencia. Decile al sacerdote: “hola padre, quiero charlar con usted”
3. Es esencial que le cuentes al sacerdote –que le
enumeres minuciosamente- tus grandes virtudes, tus obras de caridad, lo eficaz
de tu apostolado, tus experiencias místicas… Eso te hará sentir muy bueno, un
cristiano ejemplar que a lo sumo tiene “distracciones”. Me encantaría que todos
se confesaran como aquél buen hombre del que habló mi enemigo, cuya oración era
algo así: “te doy gracias, Señor, porque no soy como los demás hombres…”
4.
También es imprescindible –te diría que sin esto
no tiene sentido que te confieses- que le cuentes al cura todos los pecados que
recuerdes… ¡de los demás! Cuando le narrás el mal carácter de tu esposa, lo
insoportable que son tus hijos, lo deleznables que son tus compañeros de
trabajo… el sacerdote queda conmovido y casi tiene ganas de ponerse de rodillas
y venerarte, cual un mártir contemporáneo. ¡Qué noble sensación, la de sentirse
la mayor de las víctimas! Mover a compasión de este modo al sacerdote es la mejor
estratagema para evitar preguntas molestas o desubicadas llamadas a conversión…
5.
Tal vez algo tengas que decir: todavía queda
algún cura medieval que si no le confesás ningún pecado ¡te dice que no te
puede absolver! En ese caso, procura decir tus pecados de manera “casual”, sin
orden, sin tampoco aclarar mucho. Cuanto más genérico seas, más me gusta. Lo
ideal –a esto le llamo yo confesarse con “estilo”- es decir tus pecados con una
risita irónica… ¡casi me parece verme en vos en ese momento!
6.
Una cosa más, no te olvides de esto, por favor:
rezá el pésame del modo más superficial que puedas, sacale alguna oración, rezalo
entre dientes, o lo más rápido que te salga, como cuando eras niño y jugabas a
ver quién decía más rápido el abecedario… No se te ocurra pensar en las
palabras, palabras crueles que pueden hacerte creer que la confesión es algo
serio, que implica un cambio de vida y que supone que vas a “evitar ocasiones
próximas…”
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