Lo
que voy a decir es muy obvio, así que casi me da vergüenza escribirlo…
Pero
como las cosas obvias, a fuerza de suponerlas, se van volviendo imperceptibles,
les dejo estas reflexiones, maduradas, debo confesarlo, en los tiempos de “espera
de penitentes”, en diversos confesionarios de la provincia.
Les
dejo para que piensen y compartan 5 razones para no “elegir” el fondo. Y
subrayo el “elegir”, porque a veces –ojalá a menudo, je- si el templo está
llenísimo nos va a tocar, en contra de nuestra voluntad, quedarnos allí.
Me
refiero al fondo “elegido”, buscado, “planeado”. Al fondo del templo más como
actitud que como situación local.
1. El altar te queda lejos: el culto litúrgico está hecho de ritos sensibles. Es cierto que su “eficacia”
no varía en absoluto si yo los veo con claridad o si estoy lejos o con los ojos
cerrados. No obstante, cada uno de los signos y elementos sensibles –ornamentos,
candelabros y cirios, pan y vino, vasos sagrados, posturas del sacerdote, etc.-
tienen un sentido y un valor. Y aunque no es obligatorio siempre “mirar” –salvo
en el sublime momento de la elevación- se supone que el contacto visual es una de las formas de “participación activa”
que propone la Iglesia, siempre pasando de lo visible a lo invisible, de lo
exterior a lo interior.
2. Entre el altar y vos hay muchas –o varias- personas: esto implica que cada movimiento inesperado –el señor al que le suena el celular y hace
malabarismos para apagarlo, la señora que no encuentra el monedero dentro de su
amplia y abundante cartera, el nenito que se quedó dormido o los dos hermanitos
que juegan a los autitos tres bancos más adelante- es una potencial distracción. Me dirás: “es inevitable alguna” o “alguien
se tiene que distraer”, pero vuelvo al principio: si te quedás deliberadamente
en el fondo, pudiendo ir delante, estás eligiendo esas distracciones.
3. Suele escucharse menos: aunque sea algo elemental, uno de los déficits más frecuentes en nuestros
templos es el de un buen sonido… Sentarte atrás significa muchas veces tener
que hacer un doble esfuerzo para oír las lecturas o la homilía, para escuchar
el número del canto que se va a hacer, para unirte a las oraciones del
presidente…
4. Todos los ruidos de la calle compiten con la Misa: esto varía de acuerdo al
diseño de la iglesia y al lugar donde está enclavada, pero en muchos casos en el fondo podrás seguir atentamente el
ritmo de la ciudad: te vas a distraer pensando en “¿qué habrá sucedido que
pasaron una ambulancia y un patrullero?”, vas a escuchar algunos jóvenes
planear su salida de sábado a la noche o comentar el resultado del clásico del
domingo, vas a percibir las frenadas arriesgadas, te vas a preguntar ¿qué le
pasará a este? cuando alguien entre y salga de la iglesia con rostro confundido,
o te vas a sonreír por el “estilo” tan peculiar de algunos para hacer la
Genuflexión.
5. Te vas a tentar de hacer comentarios: como estás lejos del padre, como no estás
tan expuesto, como ciertamente puede darte la sensación de ser mero “espectador”
de lo que ocurre, es muy pero muy probable que –para salir un poco de la
rutina- comiences a hacer comentarios con la persona que te acompaña a la
celebración: sobre como leyeron, sobre la homilía del sacerdote, sobre la voz
de los que cantan, sobre el frío, sobre lo larga que se hizo la Misa… Cada uno
de estos pequeños comentarios nos apartan del modo perfecto de participación que
la Iglesia, nuestra Madre, nos invita a desarrollar.
Ojalá
estas sencillas reflexiones te ayuden a tener una participación cada día más
fecunda en el Misterio del Señor.
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