1.
Hacé bien
el examen de conciencia: tomate por lo menos 5 minutos. Hacelo en clima de
oración, invocando al Espíritu Santo y a la Inmaculada. Tratá de pensar en
profundidad. Eso sí: cuanto más tiempo dejés pasar, más difícil será recordar.
Y puede quedarte alguna falta grave o –quizá sin ser grave- importante que no
confieses porque con el paso del tiempo quedó “sepultada” en la conciencia. Por
eso: confesate con frecuencia.
2.
Pensá en
Cristo Crucificado: mirando al Señor en la Cruz, sus heridas, su Corazón
traspasado, vemos lo que es en realidad el pecado. Aunque parezca imposible,
tus pecados lastiman a Dios, lo dañan, lo hacen sufrir. En la Cruz encontramos
el arrepentimiento.
3.
Confesá
tus pecados con simplicidad: evitá el lenguaje rebuscado, los eufemismos.
Tratá de ir directo “al grano”, sin dar demasiados rodeos. Eso ayudará también
al sacerdote a ver lo esencial, y orientarte correctamente.
4.
Confesá
tus pecados siguiendo el orden de los mandamientos: en la vida cristiana, “el
orden de los factores altera el producto”. Los mandamientos no tienen un orden
aleatorio, sino que es importante valorar nuestra vida moral según esa
jerarquía. Algunas veces nos perturba e inquieta un pecado de la “segunda tabla”
(los mandamientos del amor al prójimo) hasta tal punto que olvidamos la
primera. Pero cuando pensamos, nos damos cuenta que esa falta es consecuencia
de haber sido negligentes en nuestra vida con Dios.
5.
Nunca
digás: “Yo padre, qué pecado puedo tener, me considero un buen cristiano”:
es la frase fatal. Muy parecida a la del fariseo del Evangelio: “te doy
gracias, Señor, porque no soy como los demás hombres”. Y ya sabemos cómo volvió
el fariseo a su casa… Si no ves pecado en vos, casi seguro es porque no hiciste
el examen, o porque tu conciencia está oscurecida o mal formada, o porque el
orgullo te hace “impermeable” a la gracia de la contrición…
6.
No le
hagás al sacerdote una detallada enumeración de tus buenas acciones: otro
error fatal. Jamás empieces tu confesión diciendo: “padre, yo voy siempre a
Misa, ayudo a la gente, me llevo bien con mi familia, rezo el Rosario todos los
días…” En ese caso, tu lugar no es el confesionario, sino algún retablo donde
haya un sitio vacío… Salvo que el sacerdote te pregunte, nunca le digas lo
bueno que hacés.
7.
No
confesés los pecados ajenos: otro error frecuente. Algunas veces vamos a
la confesión angustiados por situaciones dolorosas, y en lugar de contar
nuestras caídas, enumeramos detallada y apasionadamente los pecados de nuestros
esposos/as, hijos/as, compañeros de trabajo, vecinos, políticos de turno, etc.
Además de dedicar tiempo a algo que no forma parte de la esencia de la
confesión –y muchas veces eso significa quitárselo a quien viene detrás en la cola- contar
todo eso hace que tu culpa se vuelva insignificante, casi un acto de virtud,
una reacción necesaria ante tanta maldad acumulada en tu contra…
8.
No minimicés
el pecado, ni lo exagerés: la conciencia bien formada, la conciencia
delicada –que es una gracia que hay que pedir- está entre dos extremos: la
conciencia laxa –que no ve pecado en nada, o que considera leve lo que es
grave- y la conciencia escrupulosa –que ve pecado grave cuando es leve, y ve
pecado donde no hay. Leé, consultá, pedí la gracia, para caminar en el justo
equilibrio, que no es el de la mediocridad, sino el de la santidad.
9.
Evitá mezclar temas que sean para otros momentos: es cierto que no es tan fácil
encontrar a los sacerdotes con tiempo, y tal vez por eso, una vez que lo “pescaste”
aprovechás a hacer todo junto… pero en principio, lo ideal es separar la
confesión de la dirección espiritual o de temas pastorales. Si al terminar tu
confesión ves que el sacerdote puede atenderte, decile: “padre, necesito
hacerle una consulta…” o bien “necesito hablar con usted, cuando me puede
atender”.
10.
Pedí perdón por lo que no te hayas dado cuenta o por si te olvidás de algo: el
salmo 50 dice al Señor “absuélveme de lo que se me oculta”. Recordá que hay
acciones que muchas veces hacemos sin saber que son pecado. Aún cuando no siempre
tengamos responsabilidad moral –si obramos en ignorancia invencible, por
ejemplo- esa acción, en cuanto contraria al bien objetivo, no nos plenifica, no
nos lleva a Dios. También de ellas y sus efectos necesitamos ser sanados. Y también
podemos pedir perdón por aquellas faltas que quizá olvidamos: Él nos conoce
mejor que nosotros mismos.
gracias, esto ayuda y muucho
ResponderEliminarGracias Padre necesito confesarme y estoy buscando algún horario porque no se cuando hay confesión, ni Parroquia para ir a confesarme, estoy averiguando ya encontraré y muchas gracias.
ResponderEliminarbIEN...TANTAS VECES..NECESITAMOS.."LA PASTORAL DE ESCUCHA"..Y NO LA ENCONTRAMOS EN ALGUNAS PARRROQUIAS..ES FUNDAMENTAL..LOS GUIAS ESPIRITUALES..GRACIAS POR ESTE ARTICULO...
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