Jerusalén
celestial,
domingo sin ocaso –antes de la Parusía-
Queridos
hijos:
¿Cómo están?
Espero sinceramente que muy bien.
Tal vez les
sorprenda un poco que les escriba. En realidad no estoy escribiendo yo: le pedí
a Lucas –que es un maestro en esto- que me de una mano.
Quería
comunicarme con ustedes para contarles de mi angustia por estos días, y para confiarles
algunas cosas de mi experiencia que les pueden ayudar.
Ustedes dirán:
¿cómo, José, angustiado? ¿no es que en el Cielo es todo felicidad?
Sería muy largo de explicar, pero es que en el Cielo no estamos "aislados" de la tierra. Seguimos paso a paso el transcurso de la historia. Y
sabemos que en la tierra es mes de diciembre, y que se aproxima la fecha en que
se celebra, desde hace siglos, la
Navidad.
Para
nosotros es una enorme alegría saber que muchos –millones, gracias a Dios- van
a vivir esa fiesta con una intensidad espiritual impresionante. Nos regocija el
amor de tantas almas consagradas, de tantos jóvenes, de familias enteras para
quienes esta fiesta será realmente un momento de Gracia.
Pero no se
imaginan cuanto dolor me produce pensar cuántos van a vivir estos días ¡sin
saber ni recordar qué están haciendo! No se imaginan cuánto dolor produce ver –como
vemos nosotros- que preparando la
Navidad va mucha más gente al Shopping y a la Peatonal que a los templos...
Por acá intentan consolarme diciéndome: “José, tal vez son paganos, no conocieron
a Jesús… tal vez sean musulmanes…” ¡Pero no! Le pregunté a Pedro, que lleva las
“estadísticas” con envidiable precisión, y me confirmó que muchos cristianos… se comportan igual que los paganos para estas fechas.
No puedo
entender como la gente anda enloquecida comprando comida y más comida… No puedo
entender a los cristianos corriendo comprando tecnología, llegando a endeudarse
para no quedar atrás… No puedo entender como la gente anda gastando fortunas
comprando ropa o calzado para la
Nochebuena … No puedo entender –esto me entristece mucho- que
muchos terminen borrachos en la fiesta que celebra el nacimiento de Jesús…
Por eso les
quiero contar cómo vivimos con María esa noche bendita.
En la cueva
de Belén no había guirnaldas, ni luces de colores… yo pude
improvisar para las noches una especie de antorcha, nada más…
María y yo
estábamos vestidos como siempre, con nuestra ropa habitual, sucia y desprolija
por el largo viaje y porque ni siquiera habíamos tenido oportunidad de
descansar adecuadamente en un lugar un poco más humano…
Llegamos
muy cansados y estábamos un poco dolidos porque mis familiares no quisieron
recibirnos –su casa estaba llena, me dijeron-…
Pero todo
eso quedó de lado cuando el niño nació. De una manera inexplicable, que ni María
pudo comprender –ni ahora en el Cielo comprende-
Hijos: yo
fui siempre fuerte, recio. Nunca hasta entonces había llorado.
Pero cuando vi por primera vez su rostro, cuando
escuché por primera vez su llanto y su manito me acarició el rostro, comencé a
llorar como un niño.
Y caí de
rodillas, y no tengo idea de cuanto tiempo pasé así: mirándolo, adorándolo,
atraído de forma irresistible por su pequeñez y su indefensión.
¡Dios con nosotros! ¡Dios hecho niño! ¡Dios débil
e indefenso! ¡Dios acariciándome, llamándome con su llanto! ¡Dios necesitando
de mí!
Me enteré
cuando llegué al Cielo que ese estado en que estaba yo se llamaba éxtasis… les
aseguro que hubiera permanecido así, contemplando al Niño y a María, días
enteros, si no hubieran llegado en ese momento los pastores…
¡Oh, si
ustedes hubieran escuchado alguna vez el canto de los ángeles, de esa noche! Ahora
estoy acostumbrado, pero allí… fue increíble.
Esa noche
no comí, y creo que tampoco María, ni siquiera de lo que nos trajeron los
pastores. Era tan fuerte la emoción, me latía tan fuerte el corazón, que casi
me sentía desfallecer de felicidad. Era
como una alegría que parecía querer hacer explotar mi pecho.
¡Ay, cómo
me duele ver que muchos cristianos, para obtener “diversión” –opaco y falso sucedáneo
de la verdadera alegría- necesitan tomar alcohol o excederse en todas las
cosas, para tener –aunque sea a costa de su salud física y espiritual- experiencias
intensas!
Espero que
esto que les cuento les sirva. Me contó Jesús que él quiere regalarles a
todos –a todos- una alegría como la que experimenté yo aquella noche. Sólo
tienen que disponerse, con la oración y la contemplación, y celebrar la Eucaristía en Navidad con
fe verdadera y deseos de amarlo y servirlo… y la alegría del cielo, y el canto
de los ángeles, invadirá su corazón.
Los quiero
mucho. Les manda saludos su Madre. ¡Feliz Navidad!
José de
Nazareth
QUE BELLO MENSAJE, ME ERIZA LA PIEL,NO HAY NINGUNA DUDA QUE ASI SUCEDIÓ TODO ESA HERMOSA NOCHE. EL NIÑO DIOS Y LA SANTÍSIMA VIRGEN, BAJO EL CUIDADO DE NUESTRO QUERIDÍSIMO SAN JOSÉ, HOMBRE JUSTO Y NOBLE. EL SER PERFECTO ELEGIDO POR DIOS PARA TAN IMPORTANTE TAREA. "BENDITO SEAS POR SIEMPRE MI ABOGADO, PROTECTOR Y DEFENSOR SAN JOSÉ".
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