En
los últimos tiempos ha aumentado el número de familias que optan
por no velar a los difuntos, e incluso por sepultarlos o cremarlos sin una
ceremonia comunitaria, como un simple proceso o trámite.
Respetando
la libertad de quienes hacen esta opción, es conveniente recordar
cuáles son las motivaciones profundas por las cuales la Iglesia
sigue aconsejando a sus fieles “velar” a los difuntos y sepultarlos en el
marco de una celebración litúrgica... Una práctica que la Iglesia vivió desde sus inicios, con diferentes acentos en cada época y cada lugar, pero siempre como un modo de expresar la novedad que había inaugurado Cristo.
Pero
el contexto cultural ha cambiado mucho...
Es
cierto que algunos rasgos de la cultura actual parecen ir en contra
de esta práctica, así como el desarrollo de las sociedades urbanas.
Citaré
extensamente un texto que me parece acertadísimo para describir este
proceso en las grandes ciudades. En las ciudades más pequeñas y en los pueblos, no se dan todos estos "síntomas", pero sí algunos. El texto Está tomado del “Directorio de
Liturgia y Piedad popular”.
“Esta muy difundido en la sociedad moderna, y con
frecuencia tiene consecuencias negativas, el
error doctrinal y pastoral de "ocultar
la muerte y sus signos".
Médicos,
enfermeros, parientes, piensan frecuentemente que es un deber ocultar
al enfermo, -que por el desarrollo de la
hospitalización suele morir, casi siempre, fuera de su casa- la
inminencia de la muerte.
Se
ha repetido que en las grandes ciudades de
los vivos no hay sitio para los muertos:
en las pequeñas habitaciones de los edificios urbanos, no se puede
habilitar un "lugar para una vigilia fúnebre"; en las
calles, debido a un tráfico congestionado, no se permiten los lentos
cortejos fúnebres que dificultan la circulación; en las áreas
urbanas, el cementerio, que antes, al menos en los pueblos, estaba en
torno o en las cercanías de la Iglesia – era un verdadero campo
santo y signo de la comunión con Cristo
de los vivos y los muertos – se sitúa en la periferia, cada vez
más lejano de la ciudad, para que con el crecimiento urbano no se
vuelva a encontrar dentro de la misma.
La
civilización moderna rechaza la "visibilidad de la muerte",
por lo que se esfuerza en eliminar sus signos (...)
El
cristiano, para el cual el pensamiento de la muerte debe tener un
carácter familiar y sereno, no se puede unir en su fuero interno al
fenómeno de la "intolerancia respecto a los muertos",
que priva a los difuntos de todo lugar en la vida de las ciudades, ni
al rechazo de la "visibilidad de la muerte", cuando esta
intolerancia y rechazo están motivados por una huida
irresponsable de la realidad o por una visión materialista, carente
de esperanza, ajena a la fe en
Cristo muerto y resucitado.
Parece
ser, entonces, que abandonar la práctica de velar a los muertos y
realizar la sepultura en privado no sería conveniente. Porque los
cristianos, realizando ambas cosas, además de beneficiar al difunto, manifestamos algo muy profundo y central de nuestra fe.
El mismo documento se expresa así en otro lugar, explicando el
sentido de los sufragios por los muertos.
“En
la muerte, el justo se encuentra con Dios,
que lo llama a sí para hacerle partícipe de la vida divina. Pero
nadie puede ser recibido en la amistad e intimidad de Dios si antes
no se ha purificado de las consecuencias personales de todas sus
culpas. "La Iglesia llama Purgatorio a
esta purificación final de los elegidos, que es completamente
distinta del castigo de los condenados”
De
aquí viene la piadosa costumbre de ofrecer
sufragios por las almas del Purgatorio,
que son una súplica insistente a Dios para
que tenga misericordia de los fieles difuntos,
los purifique con el fuego de su caridad
y los introduzca en el Reino de la luz y de
la vida.
Los
sufragios son una expresión cultual de la fe en la Comunión de los
Santos. Así, "la Iglesia que
peregrina, desde los primeros tiempos del cristianismo tuvo perfecto
conocimiento de esta comunión de todo el Cuerpo Místico de
Jesucristo, y así conservó con gran piedad el recuerdo de los
difuntos, y ofreció sufragios por ellos, "porque santo y
saludable es el pensamiento de orar por los difuntos para que queden
libres de sus pecados" (2 Mac 12,46)".
Quiere decir que cuando
los cristianos velamos a los difuntos y los sepultamos piadosamente,
estamos mostrando al hombre de hoy la fe en la Vida Eterna, en la existencia del
Purgatorio y en el misterio de la Comunión de los Santos, por la
cual los vivos podemos favorecer a los difuntos.
¿Qué se debe
hacer durante un velatorio? ¿Hay que estar todo el tiempo rezando?
En los velatorios
cristianos se combinan las dimensiones afectiva y religiosa,
armónicamente.
El Ritual de las exequias
se expresa del siguiente modo:
“El
velatorio de una persona recién fallecida, es un momento en que sus
familiares y amigos experimentan hondo dolor y con frecuencia se
encuentran con su propia realidad y el sentido último de la vida.
Ante el misterio de la muerte humana, los Evangelios atestiguan que
nuestro Señor Jesucristo se conmovió y no ahorró sentimientos
sinceros de dolor; al mismo tiempo Jesús encarnó el consuelo y el
amor del Padre Dios, anticipando la liberación de las ataduras de la
muerte que consumaría con su propia muerte y resurrección. Por lo
tanto, el momento del velatorio de una persona es propicio para el
anuncio evangelizador siempre en el marco del respeto por el dolor de
los presentes”
Desglocemos un poco el
texto y comentémoslo. Los comentarios, por supuesto, son reflexiones
personales mías, con las cuales tal vez pueden disentir.
“El velatorio de una
persona recién fallecida, es un momento en que sus familiares y
amigos experimentan hondo dolor...”
Habitualmente, en un
velatorio, hay personas afligidas, personas que sufren por la
ausencia física del familiar o amigo. Una de las obras de
misericordia del cristiano es, justamente, “Consolar al afligido”.
Este acto de amor tiene ya un gran valor humano y espiritual.
Pero me parece oportuno
recordar que ese sufrimiento tiene diversos expresiones y
motivaciones. Hay personas que lo manifiestan con efusividad, mientras
otros lo viven de modo discreto. Algunas veces hay dolor porque
existía un profundo afecto; pero en otras puede suceder que el dolor
es fruto de alguna relación marcada por el conflicto.
Es importante, entonces,
no vivir esta consolación de un modo único, sino saber adaptarse a las circunstancias, y evitar todo lo que
pueda ser inadecuado a la situación que los otros viven. En ese
momento, consolar muchas veces no requiere palabras, sino gestos. Palabras que en un velatorio pueden ser muy adecuadas, en otros pueden ser inconvenientes.
“... y con
frecuencia se encuentran con su propia realidad y el sentido último
de la vida”:
La partida de un
familiar, sobre todo, suele “reactivar” la memoria, e invitar a
la persona a mirar el pasado, muchas veces con gratitud, pero en otras con momentos de inquietud, remordimiento.
A algunos, la muerte de su
deudo los saca de un ritmo frenético, de la superficialidad o de un excesivo afán por las cosas materiales, y lo invita a redescubrir otras dimensiones de la existencia.
Es
necesario recordar esto y respetar a quienes, en ese contexto, pueden
estar necesitando un poco de soledad para la reflexión personal. Si
el deudo necesita estar solo, respetarlo con el silencio cercano es
una hermosa forma de acompañar.
“Ante el misterio
de la muerte humana, los Evangelios atestiguan que nuestro Señor
Jesucristo se conmovió y no ahorró sentimientos sinceros de
dolor...”
Esto es importantísimo. Algunas veces se oye decir, en algún
velatorio: “pero cómo, vos que tenés tanta fe, ¿cómo vas a
estar así?”, cómo si la fe anulara los sentimientos e impidiera o
hiciera ilegítimo extrañar al difunto y llorarlo. El Señor lloró a su amigo
Lázaro. Podemos suponer que también habrá llorado a José, y a
Joaquín y Ana, si los conoció. María estuvo junto a la Cruz, de
pie, pero con toda probabilidad habrá llorado por la muerte de su
Hijo.
Por lo tanto, sería un completo despropósito decir o insinuar a
alguien que no debe llorar “porque él ya no sufre” “tenés que
estar contento porque está en el Cielo...”. Volveremos sobre estas
expresiones. También parecen inadecuadas expresiones que se suelen oír cuando fallece un anciano: "y bueno, él ya vivió su vida", como naturalizando un desprendimiento que siempre conserva algo de antinatural.
“al mismo tiempo
Jesús encarnó el consuelo y el amor del Padre Dios, anticipando la
liberación de las ataduras de la muerte que consumaría con su
propia muerte y resurrección”
Jesús consuela eficazmente a Marta y María, resucitando a su
hermano Lázaro.
Y consuela a todos los que pierden un familiar,
infundiendo en ellos la firme esperanza de que en su Resurrección todos
estamos llamados a resucitar.
Como cristianos, uno de los más grandes consejos que podemos brindar
a alguien es decirles: “el que puede consolar tu dolor es Jesús”,
que especialmente en esas circunstancias dice: “vengan a Mí todos
los que están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré”. Nosotros
podemos y debemos consolar, pero el mayor servicio que podemos hacer en ese
momento es ser un “dedo” que señale a Jesús y su Espíritu, diciendo:
“ellos te van a consolar”.
Cabe recordar aquí un texto hermoso de San Pablo: “Bendito sea
Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de las
misericordias y Dios de todo consuelo, que nos consuela en todas
nuestras tribulaciones, para que nosotros podamos dar a los que
sufren el mismo consuelo que recibimos de Dios. Porque así como
participamos abundantemente de los sufrimientos de Cristo, también
por medio de Cristo abunda nuestro consuelo.”
“...el momento
del velatorio de una persona es propicio para el anuncio
evangelizador siempre en el marco del respeto por el dolor de los
presentes”
Pedro dijo a Jesús: “Tú
tienes Palabras de Vida Eterna”. Siempre en un velatorio debemos
hacer lo posible para que resuenen esas “palabras de Vida Eterna”,
ofreciendo a los familiares la visita de un sacerdote, diácono o
ministro laico de las exequias. Desde mi experiencia de sacerdote,
puedo asegurar que en TODOS los casos en que he ido a rezar a un
velatorio, el clima de dolor y la tristeza, incluso en los casos más
dramáticos, se ha aliviado y serenado. SIEMPRE he recibido la gratitud de los
familiares, y esto no por mis palabras, sino porque resuena la de
Cristo.
Pero hay que tener una
precaución. Puede suceder que en algunos casos -muertes trágicas,
partida de un niño o joven- la familia experimente como un enojo con
Dios, al no comprender los designios de su Providencia. En esos
casos, es indispensable asegurarse de que ellos realmente quieren que
se haga una oración, y nunca se debe “forzarla”, porque los
frutos pueden ser negativos. Ofrecer, respetando la decisión y sobre
todo el dolor de los presentes.
Por último, si queremos
de verdad evangelizar, tenemos que ser delicados y precisos en el
anuncio. Algunas veces, en el afán de consolar, podemos incurrir en
afirmaciones temerarias, que conducen a la confusión, y que van
creando una conciencia errónea.
Sucede así, me parece,
cuando se dice al deudo: “porque
él ya no sufre” “tenés que estar contento porque está en el
Cielo...”, “tenés un intercesor ante Dios”.
Claro que siempre
tenemos confianza en la misericordia de Dios y en la salvación de
nuestro hermano, pero no podemos afirmarla de modo taxativo, porque
ese es un misterio que sólo Dios conoce y que la Iglesia, en algunos
casos, afirma, cuando canoniza a alguien.
En cambio, siempre podemos decir, por ejemplo: “tené confianza en
que él ya está con Jesús”, “pedile al Señor que Él ya esté
en el Cielo, donde ya no se sufre”.
Además del
responso (exequias), ¿se puede rezar algo más? ¿Qué conducta
práctica observar durante el velatorio?
Teniendo en cuenta las orientaciones del Ritual, es aconsejable que,
al menos en algunos otros momentos (además de cuando se hace la celebración)
se rece el Santo Rosario, o la coronilla de la Divina Misericordia.
El ritual propone especialmente la recitación o el canto de los salmos (
especialmente el 129, 22, 113, 41, 62, 24, 26, 102, 102, 114, 115,
50, 120, 121, 122, 125, 131, 133)
En el orden práctico, lo ideal sería que existan dos ámbitos
diferentes. Uno en el que está el féretro del difunto, en el cual
sería ideal que haya un clima de silencio y oración, y otro más
externo, donde se pueda dar lugar espacio al diálogo y al encuentro.
En todos esos momentos, los cristianos confiamos en la acción del
Espíritu Santo y en la acción maternal de María, consuelo de los
afligidos, para poder ser instrumentos del consuelo divino.