Por C. S. Lewis
XXXI
Mi querido, mi queridísimo Orugario, mi encantador sobrino:
¡Qué equivocadamente vienes lloriqueando, ahora que todo está perdido, a preguntarme si es que los términos afectuosos en que me dirijo a ti no significaban nada desde el principio! ¡Al contrario! Queda tranquilo, que mi cariño hacia ti y tu cariño hacia mí se parecen como dos gotas de agua. Siempre te he deseado, como tú (pobre iluso) me deseabas. La diferencia estriba en que yo soy el más fuerte. Creo que te me entregarán ahora; o un pedazo de ti. ¿Quererte? Claro que sí. Un bocado tan exquisito como cualquier otro.
Has dejado que un alma se te escape de las manos. El aullido de hambre agudizada por esa pérdida resuena en este momento por todos los niveles del Reino del Ruido hasta las profundidades del mismísimo Trono. Me vuelve loco pensar en ello. ¡Qué bien sé lo que ocurrió en el instante en que te lo arrebataron! Hubo un repentino aclaramiento de sus ojos (¿no es verdad?) cuando te vio por vez primera, se dio cuenta de la parte que habías tenido de él, y supo que ya no la tenías. Piensa sólo (y que sea el principio de tu agonía) lo que sintió en ese momento: como si se le hubiese caído una costra de una antigua herida, como si estuviese saliendo de una erupción espantosa, y parecida a una concha, como si se despojase de una vez para todas de una prenda sucia, mojada y pegajosa. ¡Por el Infierno, ya es bastante desgracia verles en sus días de mortales quitándose ropas sucias e incómodas y chapoteando en agua caliente y dando pequeños resoplidos de gusto, estirando sus miembros relajados! ¿Qué decir, entonces, de este desnudarse final, de esta completa purificación?
Cuanto más piensa uno en ello, peor resulta. ¡Se escapó tan fácilmente! Sin recelos graduales, sin sentencia del médico, sin sanatorio, sin quirófano, sin falsas esperanzas de vida: la pura e instantánea liberación. Un momento, pareció que era todo nuestro mundo: el estrépito de las bombas, el hundimiento de las casas, el hedor y el sabor de explosivos de gran potencia en los labios y en los pulmones, los pies ardiendo de cansancio, el corazón helado por el horror, el cerebro dando vueltas, las piernas doliendo; el momento siguiente, todo esto se había acabado, esfumado como un mal sueño, para no volver nunca a servir de nada. ¡Estúpido derrotado, superado! ¿Notaste con qué naturalidad —como si hubiese nacido para ella— el gusano nacido en la Tierra entró en su nueva vida? ¿Cómo todas sus dudas se hicieron, en abrir y cerrar de ojos, ridículas? ¡Yo sé lo que la criatura se decía!: "Sí. Claro. Siempre ha sido así. Todos los horrores han seguido la misma trayectoria, empeorando y empeorando y empujándole a uno a un embotellamiento hasta que, en el instante preciso en el que uno pensaba que iba a ser aplastado, ¡fíjate!, habías salido de las apreturas y de pronto todo iba bien. La extracción dolía cada vez más y de pronto la muela estaba sacada. El sueño se convertía en una pesadilla y de pronto uno se despertaba. Uno muere y muere y de pronto se está más allá de la muerte. ¿Cómo pude dudarlo alguna vez?"
Al verte a ti, también Les vio a Ellos. Sé cómo fue. Retrocediste haciendo eses, mareado y cegado, más herido por Ellos que lo que él lo fue nunca por las bombas. ¡Qué degradación!: que esta cosa de tierra y barro pueda mantenerse erguida y conversar con unos espíritus ante los cuales tú, un espíritu, sólo podías encogerte de miedo.
Quizá tuviste la esperanza de que el temor reverencial y la extrañeza de todo ello mitigasen su alegría. Pero ésa es la maldición del asunto: los dioses son extraños a los ojos mortales, y sin embargo no son extraños. Él no tenía hasta aquel preciso instante la más mínima idea de qué aspecto tendrían, e incluso dudaba de su existencia. Pero cuando los vio supo que siempre los había conocido y se dio cuenta de qué papel había desempeñado cada uno de ellos en muchos momentos de su vida en los que se creía solo, de forma que ahora podría decirles, uno a uno, no "¿Quién eres tú?", sino "Así que fuiste tú todo el tiempo." Todo lo que fueron y dijeron en esta reunión despertó recuerdos. La vaga coincidencia de tener amigos a su alrededor que había encantado sus soledades desde la infancia estaba ahora, por fin, explicada; aquella música en el centro de cada pura experiencia que siempre se había escapado de su memoria era ahora por fin recobrada. El reconocimiento le hizo libre en su compañía casi antes de que los miembros de su cadáver se quedasen rígidos. Sólo a ti te dejaron fuera.
No sólo les vio a Ellos; le vio a Él. Este animal, esta cosa engendrada en una cama, podía mirarle. Lo que es para ti fuego cegador y sofocante es ahora, para él, una luz fresca, es la claridad misma, y viste la forma de un Hombre. Te gustaría, si pudieras, interpretar la postración del paciente en su Presencia, su horror de sí mismo y su absoluto conocimiento de sus pecados (sí, Orugario, un conocimiento incluso más claro que el tuyo), a partir de la analogía de tus propias sensaciones de ahogo y parálisis cuando tropiezas con el aire mortal que respira el corazón del Cielo. Pero todo eso es un disparate. Todavía puede tener que enfrentarse con penas, pero ellos abrazan esas penas. No las trocarían por ningún placer terreno. Todos los deleites de los sentidos, o del corazón, o del intelecto con que una vez pudiste haberle tentado, incluso los deleites de la virtud misma, ahora le parecen, en comparación, casi como los atractivos seminauseabundos de una prostituta pintarrajeada le parecerían a un hombre cuya verdadera amada, a la que ha amado durante toda la vida y a la que había creído muierta, está viva y sana ahora a su puerta. Está atrapado en ese mundo en el que el dolor y el placer tornan valores infinitos y en el que toda nuestra aritmética no tiene nada que hacer. Una vez más, nos enfrentamos con lo inexplicable.
Después de la maldición de tentadores inútiles como tú, nuestra mayor maldición es el fracaso de nuestro Departamento de Información. ¡Si tan sólo pudiésemos averiguar qué se propone! ¡Ay, ay, que el conocimiento, algo tan odioso y empalagoso en sí mismo, sea, sin embargo, necesario para el Poder! A veces casi me desespera. Todo lo que me mantiene es la convicción de que nuestro Realismo, nuestro rechazo (frente a todas las tentaciones) de todos los bobos desatinos y de la faramalla, deben triunfar al final. Entretanto, te tengo a ti para saciarme. Muy sinceramente firmo como
Tu creciente y vorazmente cariñoso tío,
ESCRUTOPO
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