Homilía de Navidad 2010
«Un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado» (Is 9,5). Lo que, mirando desde lejos hacia el futuro, dice Isaías a Israel como consuelo en su angustia y oscuridad, el Ángel, del que emana una nube de luz, lo anuncia a los pastores como ya presente: «Hoy, en la ciudad de David, les ha nacido un Salvador: el Mesías, el Señor» (Lc 2,11). El Señor está presente. Desde este momento, Dios es realmente un «Dios con nosotros».
El nuevo rostro de Dios
1. Ya no es el Dios lejano al que, mediante la creación y a través de la conciencia, se puede intuir en cierto modo desde lejos. Él ha entrado en el mundo. Es quien está a nuestro lado. Por ustedes ha nacido el Salvador: lo que el Ángel anunció a los pastores, Dios nos lo vuelve a decir ahora por medio del Evangelio y de sus mensajeros.
La maravilla de esta noche es, además, el modo misterioso en que se manifiesta el Señor. Hace pocos días anunciábamos en la Misa: “va a entrar el Señor, él Rey de la Gloria”. Así esperaba el Pueblo la manifestación de su Mesías: como un poderoso Rey, lleno de poder, que con sus ejércitos y su fuerza aniquilaría a los enemigos de Israel. Esperaba ansioso su manifestación, esperaba ver con sus propios ojos, algún día, la Gloria de Dios
Dios entra en la historia con una humildad desconcertante. El Palacio en que nace, es un humilde establo, una fría y oscura cueva, carente hasta de lo más necesario. El trono desde el que manifiesta su poder es un pesebre, el lugar en el que comían las bestias. Su cortejo real son una humilde muchacha de pueblo, y un laborioso y silencioso carpintero. Pronto se suman unos pastores, los más pobres, los últimos de la sociedad de entonces.
“El Señor da a conocer su victoria, revela a las naciones su Justicia” La “diestra de Dios, su santo brazo”, esa mano poderosa que liberó al pueblo de la esclavitud de Egipto, y que derrotó a los cananeos, y a los amalecitas para darles la tierra prometida… es ahora un bracito de recién nacido, es la mano tierna y frágil de un niño, que no retiene ni castiga, sino que acaricia y anhela ser estrechada.
En el Sinai, Dios había hablado con voz de grandes truenos, con un sonido ensordecedor. Ahora el Rey de la gloria pronuncia su “primer discurso” en la forma del llanto de un niño… Sus gemidos, su infante balbucir, que reclama atención, que pide cariño, son la expresión del amor de un Dios que espera el Amor de los hombres, y que no se detiene ante ningún sacrificio con tal de alcanzarlo.
“Nadie puede ver a Dios y seguir viviendo” enseñaba la Sagrada Escritura. Ahora ese Dios se nos presenta con el rostro de un pequeño indefenso, con la sonrisa y la mirada tierna de un recién nacido.
¿Quién puede dudar de acercarse a un niño? ¿Quién huiría ante un pequeño que pide ayuda? ¿Para quién puede ser una amenaza un Dios tan delicado, tan suave?
Queridos hermanos: ¡cómo no conmovernos ante tanto amor! ¡Cómo no dar gracias y decir con el Salmista “Cantad al Señor un cántico nuevo, porque ha hecho maravillas… Aclama al Señor tierra entera, gritad, vitoread, tocad!”
Tras las huellas de los pastores
2. Esta es una noticia que no puede dejarnos indiferentes. Si es verdadera, todo cambia. Si es cierta, también me afecta a mí. Y, entonces, también yo debo decir como los pastores: Vayamos, quiero ir derecho a Belén y ver la Palabra que ha sucedido allí.
El Evangelio no nos narra la historia de los pastores, por casualidad. Ellos nos enseñan cómo responder de manera justa al mensaje que se dirige también a nosotros. ¿Qué nos dicen, pues, estos primeros testigos de la encarnación de Dios?
a) Ante todo, se dice que los pastores eran personas vigilantes, y que el mensaje les pudo llegar precisamente porque estaban velando. Nosotros tenemos que despertar para que nos llegue el mensaje.
¿Qué significa esto? La diferencia entre uno que sueña y uno que está despierto consiste ante todo en que, quien sueña, está encerrado en el mundo del sueño que, obviamente, es solamente suyo y no lo relaciona con los otros. Despertarse significa salir de dicho mundo particular del yo y entrar en la realidad común, en la verdad, que es la única que nos une a todos.
Despertad, nos dice el Evangelio. Salid fuera para entrar en la gran verdad común, en la comunión del único Dios. Así, despertarse significa desarrollar la sensibilidad para con Dios; para los signos silenciosos con los que Él quiere guiarnos; para los múltiples indicios de su presencia.
b) En segundo lugar, el Evangelio nos dice que los pastores, después de haber escuchado el mensaje del Ángel, se dijeron uno a otro: «Vamos derechos a Belén... Fueron corriendo» (Lc 2,15s.). Se apresuraron, dice literalmente el texto griego. Lo que se les había anunciado era tan importante que debían ir inmediatamente.
En nuestra vida ordinaria muchas veces las cosas no son así. La mayoría de los hombres no considera una prioridad las cosas de Dios, no les acucian de modo inmediato. Y también nosotros, como la inmensa mayoría, estamos bien dispuestos a posponerlas. Se hace ante todo lo que aquí y ahora parece urgente, y para las cosas de Dios somos vuelteros, lentos, perezosos.
En la lista de prioridades, Dios se encuentra frecuentemente casi en último lugar. Cuántas veces en este año dejamos de rezar, dejamos de ir a Misa, por cosas que valen infinitamente menos.
Pero el Evangelio nos dice: Dios tiene la máxima prioridad. Así, pues, si algo en nuestra vida merece premura sin tardanza, es solamente la causa de Dios. Dios es importante, lo más importante en absoluto en nuestra vida. Ésta es la prioridad que nos enseñan precisamente los pastores. Aprendamos de ellos a no dejarnos subyugar por todas las urgencias de la vida cotidiana. El tiempo dedicado a Dios y, por Él, al prójimo, nunca es tiempo perdido. Es el tiempo en el que vivimos verdaderamente, en el que vivimos nuestro ser personas humanas.
c) Por último, vemos que los pastores, las almas sencillas, han sido los primeros en ir a ver a Jesús en el pesebre y han podido encontrar al Redentor del mundo. Los sabios de Oriente, llegaron mucho más tarde. En efecto, los pastores estaban allí al lado. Por el contrario, los sabios vivían lejos. Debían recorrer un camino largo y difícil para llegar a Belén. Y necesitaban guía e indicaciones.
Pues bien, también hoy hay almas sencillas y humildes que viven muy cerca del Señor. Por decirlo así, son sus vecinos, y pueden ir a encontrarlo fácilmente.
Pero la mayor parte de nosotros, hombres modernos, vive lejos de Jesucristo, de Aquel que se ha hecho hombre, del Dios que ha venido entre nosotros. Vivimos en filosofías, en negocios y ocupaciones que nos llenan totalmente y desde las cuales el camino hasta el pesebre es muy largo.
Sin embargo, Él nos llama a todos, para que también nosotros podamos decir: ¡Ea!, emprendamos la marcha, vayamos a Belén, hacia ese Dios que ha venido a nuestro encuentro. Vayamos allá. Superémonos a nosotros mismos. Hagámonos peregrinos hacia Dios de diversos modos, estando interiormente en camino hacia Él. Pero también a través de senderos muy concretos, en la Liturgia de la Iglesia, en el servicio al prójimo, en el que Cristo me espera.
Ser signos para nuestros hermanos
3. Hoy nos toca celebrar la Navidad en un mundo neo-pagano. Cientos de familias, miles, se reunirán esta noche sin saber en el fondo bien para qué. Su reunión carecerá de un sentido profundo, verdadero, para diluirse en un puro celebrar, en el derroche y en la excesos fiesta mundana. ¡Qué tristeza para el corazón de Cristo, ver a tantos discípulos suyos perder el sentido de su Nacimiento!
Por eso hoy se nos confía una misión. Como los ángeles, mensajeros de la Buena Noticia de la Salvación, tenemos que poder decirles a nuestros contemporáneos: “Hoy nos ha nacido un salvador… Hoy Dios te busca… Hoy podés encontrar en Él la felicidad y la Salvación”. Los pastores, al volver a su casa, iban contando a sus vecinos y amigos las grandes maravillas que habían visto y oído. Nosotros, como ellos, tenemos la misión de mostrar al mundo que Dios está vivo. Que no se ha ausentado. Que sigue siendo Dios-con-nosotros, que permanece fiel. Deciselo a tu mamá, a tus hijos, a tus hermanos. A tu suegra, a tu cuñada, a tu yerno. Decíselo a tus amigos. Con palabras, pero sobre todo decíselo con el modo peculiar de amar y servir, que solo con la gracia de jesús podemos vivir.
Por eso queremos pedir en esta Noche Santa, por medio de María: Señor Jesucristo, tú que has nacido en Belén, ven con nosotros. Entra en mí, en mi alma. Transfórmame. Renuévame. Haz que yo y todos nosotros, nos convirtamos en personas vivas, en las que tu amor se hace presente y el mundo es transformado. Amén
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