viernes, 31 de diciembre de 2010

Homilía 1 de enero


Como un suspiro, ha transcurrido un año más en nuestra vida. Celebramos esta Misa a pocas horas de terminar el 2010 (de haber comenzado el 2011)
1. Inevitablemente, cuando nos toca atravesar el umbral de un nuevo año, nuestra mirada se vuelve hacia atrás. ¿Cómo fue nuestro 2011? ¿Qué hubo en él de positivo, qué de negativo? Miramos la tele y nos llenan de imágenes con los momentos más importantes de la política, de la economía, de la televisión, del deporte. Existe el peligro de quedar sepultados ante tantas imágenes, en las que se mezclan cosas importantes con imbecilidades e inmoralidades, como si todo fuera lo mismo.
Como católicos, recordaremos este año por haber sido particularmente difícil para la Iglesia en Argentina. Un año donde la “conjura contra la vida”, denunciada por Juan Pablo II, parece haber tomado fuerzas en nuestro país. Hemos podido ser testigos en Paraná del odio a la vida, a la familia y a la Iglesia. Hemos vivido con mucho dolor la aprobación de matrimonio entre personas del mismo sexo, como un signo evidente de la descomposición de nuestra cultura.
Si bien es importante que vivamos inmersos en el tiempo que nos toca, y de las realidades eclesiales, no debemos olvidar que cada uno de nosotros necesita hacer un balance personal.
a) Un balance en el cual lo más importante es la sinceridad. ¡Con qué frecuencia nos mentimos a nosotros mismos! ¡Con qué facilidad nos apropiamos de méritos que no nos pertenecen, o cargamos en las espaldas de los demás las responsabilidades por nuestros propios fracasos! Reconocer lo bueno y lo malo, tal cual han sucedido, sin justificarnos, sin autoengañarnos, es esencial para que tal balance tenga sentido, y nos ayude a seguir adelante.
b) Nuestro balance personal debe ser, a la vez, integral. Otro riesgo que tenemos es quedarnos solo en la superficie: evaluar solo algunas cosas, y olvidar otras. Es importante evaluar cómo nos fue en el plano económico; en el plano laboral; en la salud física; y en cada uno de los aspectos humanos de nuestra existencia. Pero para un creyente, ese análisis es insuficiente. Porque para poder llamar a un año bueno o malo, un cristiano debe examinarlo a la luz del proyecto de Dios, de su plan eterno.
Por eso conviene realizar nuestro “balance personal” ante el Señor de la Historia. Y la preguntas fundamentales que tenés que hacerte son estas: ¿He estado cerca de Dios este año? ¿He procurado vivir como hijo suyo? ¿He cumplido su voluntad? ¿He sabido reconocer su proyecto, sus designios, y los he aceptado de corazón, y me he aferrado a ellos con todas mis fuerzas? Porque todo le pertenece. Porque cada segundo de este año ha sido un regalo, como un talento que hemos recibido, con la tarea de hacerlo fructificar, de multiplicarlo.

2. La fiesta litúrgica de este día nos ilumina, casi sin proponérselo, en esta tarea. Cada una de las fiestas marianas subraya un aspecto de la identidad de María. Cuando celebramos la Inmaculada Concepción, celebramos la santidad de la Virgen. Cuando celebramos la Asunción, contemplamos su destino final, la plena realización en ella del misterio pascual.
La fiesta de hoy, “María Madre de Dios”, nos anima a contemplar la misión de la Santísima Virgen, el “para qué” de su vida. Fue elegida para ser Madre del Hijo de Dios hecho hombre. No solo madre en sentido físico, dándole la vida corporal, sino también –y aquí está el mayor misterio- siendo verdadera madre en sentido espiritual, como modelo, como educadora, como aquella que introdujo al Niño en el misterio de la existencia humana y en el descubrimiento de su propia identidad. Hasta tal punto es real la Encarnación, es Jesús verdadero hombre, que quiere necesitar una madre, como todos nosotros.
Todo lo demás en María está orientado a esta increíble tarea que el Padre pensó para ella.
¿Cómo cumplió María su misión? En primer lugar, con una perfecta fidelidad y responsabilidad. No puso reparos, no tuvo “peros”, ni cuestionamientos ni quejas para con Dios. Se despojó de sí misma y asumió lo que el Padre le encomendaba. Como decimos habitualmente, María firmó a Dios un “cheque en blanco”, para que él dispusiera de su vida a su gusto.
En segundo lugar, María vivió esa misión en el ocultamiento y la oscuridad. Fue Madre de Jesús con la ternura y el cariño más perfectos que nos podamos imaginar, pero en una discretísima vida de familia. Su misión era la más sublime que podía encomendarse a alguien; y sin embargo estaba hecha de miles de pequeños actos de amor, de sacrificio, de renuncia, de humildad. María cumplía su misión cuando daba de mamar al niño, cuando lo limpiaba, cuando jugaba con él y le cantaba por las noches para que se durmiera. Su maternidad divina se expresaba cuando barría su pobre casa, o cuando limpiaba la “vajilla” en la que iba a comer el niño y José. María vivió su vocación en la pequeñez de las cosas simples: cosiendo la ropa de Jesús, peinándolo, enseñándole las primeras palabras, consolándolo cuando lloraba por alguna caída o alguna desilusión. Sin quejarse, sin rezongar, sin esperar aplausos ni reconocimientos. Solo por Dios y para Dios.

3. ¡Qué mensaje tan hermoso para cada uno de nosotros! Seguramente soñamos un 2011 hermoso, mucho mejor que el 2010. Deseamos “Felicidades” a nuestros amigos y seres queridos, lo decimos cuando levantamos nuestras copas. Pero a la vez que rezamos para que así sea, tenemos que convencernos que el 2011 es una hermosa tarea.
El 2011 puede ser el mejor año de nuestra vida, si lo asumimos con las actitudes de la Virgen. Si nos decidimos a cumplir la Voluntad del Padre con su fidelidad y su responsabilidad, en la noche de la fe, en el ocultamiento. Cada uno en su misión, en su vocación: como abuelo, como padre o madre, como hijo, como estudiante, en el noviazgo, en el trabajo y en las diferentes expresiones de la vida social.
Hoy le pedimos a Jesús que nos libere, entonces, del espíritu de disconformidad, de la queja crónica, de la “rezonguitis aguda”, que parece ser una epidemia, y que nos hace estar siempre tristes o descontentos, y nos quita la alegría de vivir. Hoy le pedimos a Jesús que nos libere del espíritu del pesimismo, del mal humor, de los malos pensamientos y las malas palabras. ¡Cuánto tiempo perdemos criticando a los políticos, a los maestros, a los patrones, a los curas (sic)…! ¡Con qué frecuencia intentamos justificar nuestros propios fracasos en la vida cotidiana, descubriendo y amplificando los errores o pecados de los otros! El 2011, para cada uno de nosotros, no depende de Cristina, ni de Cobos ni de Alfonsín, ni de Urribarri, ni de Halle, ni de Obama ni de ninguno de los poderosos de este mundo. No depende del resultado de las elecciones, ni de la inflación, del valor del dólar, ni de cómo le vaya a la selección de fútbol, ni de quien “triunfe” en el circo que montan los medios de comunicación. El 2011, el que sea feliz o no, depende de nosotros, de cómo usemos nuestra libertad, de cómo usemos el tiempo, y de que nos abramos y respondamos a la Gracia.
Pidamos a Jesús que encienda en nosotros la luz de la esperanza, de una esperanza activa, que nos mueva a comprometernos en la búsqueda de la santidad y del bien de nuestra patria. Sin duda que el 2011 será un año difícil para los creyentes, por la inmoralidad reinante, por el avance de una mentalidad que pretende expulsar a Dios. Pero no tenemos miedo, no nos achicamos, ni tampoco debemos quejarnos, ni lamentarnos: este es el tiempo que nos toca vivir, en él nos toca ser santos. Tenemos a Jesús, tenemos su gracia, tenemos la especial bendición de un Papa que con fortaleza y sabiduría nos guía en el seguimiento de Jesús.
Y tenemos a María. Hoy que celebramos la Jornada por la Paz, le pedimos que no se olvide de nosotros. Su Maternidad no terminó, ella no descansa. Después de dar vida y educar a Jesús, María recibió como misión hacer lo mismo en nosotros. Enseñános, María, a ser humildes y alegres. A vivir apasionadamente las pequeñas cosas, a buscar la perfección en el cumplimiento de nuestos deberes. Que a lo largo de este año, si nos llega a faltar la salud, o el dinero, o el trabajo, no nos falte nunca la Paz que viene de tu Hijo, y tu protección y cariño maternal. Amén.

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