sábado, 13 de febrero de 2016

La Adoración Eucarística: camino infalible de santificación.



1. ¿Qué es adorar?
Adorar es reconocer que Dios es Dios, y que nosotros somos creaturas.
Es asumir su grandeza y nuestra pequeñez. Es reconocer que Él es absoluto, y que nosotros somos relativos.
Adorar significa reconocer que todo viene de Dios, y que nosotros dependemos esencialmente de Él.
Que existimos por Él, y que si Él deja de pensar un solo instante en nosotros, desaparecemos.
El gesto corporal típico de la adoración es ponerse de rodillas o postrarse en tierra. El cuerpo asume una actitud de humildad ante Él, que es Inmenso e Infinito.

2. ¿Por qué creemos que en la Hostia Consagrada está presente Jesús mismo?
Porque en la Santa Misa, cuando el Sacerdote pronuncia las palabras de la Última Cena, el Pan se transforma en su Cuerpo, y el Vino en su Sangre. A partir de ese momento Jesucristo, todo entero, está presente en el Pan y en el Vino.
Su presencia no dura sólo durante la Misa, sino todo el tiempo que permanezcan los signos (pan y vino).
Jesús Resucitado y glorificado en el Cielo nos espera noche y día en el Sagrario, y cuando podemos “ver” la Hostia consagrada -cuando se la expone para la Adoración- nos resulta más evidente aún esta presencia.



3. ¿Cómo hacer un momento de Adoración al Santísimo personal?
La Adoración brota de un corazón que cree (fe), espera (esperanza) y ama (caridad).
No es indispensable tener una guía o un método para adorar: basta que nuestro corazón decida reconocer su total dependencia de Dios y de Jesucristo. El Espíritu Santo es el que nos asiste en estas actitudes.
Sin embargo, puede ser muy útil encontrar un método de oración y adoración, tomando como modelo el modo de rezar de los santos y maestros espirituales.
·      Es importante disponer el cuerpo en una postura adecuada y respetuosa de su presencia. Evitá todo lo que pueda dispersarte. Elegí el mejor lugar dentro de la iglesia u oratorio, donde puedas ver a Jesús presente en el Sacramento.
·      Habitualmente conviene entrar en la presencia del Señor invocando al Espíritu Santo o con una oración introductoria. San Pablo dice que “el Espíritu Santo viene en ayuda de nuestra debilidad, porque no sabemos orar como conviene”.
·      No te olvidés: Jesús te mira, te oye, te habla... Su corazón palpita de amor por vos. Tratá de tomar conciencia de que estás ante el Rey de Reyes. Imagina que eres María, la hermana de Marta, que en casa de Lázaro está a los pies del Señor. O que, como los Magos venidos de Oriente, te postrás ante Él y le abrís el cofre de tu corazón… O que, como la mujer cananea o el ciego de nacimiento corrés a su presencia, te postrás y pedís por otros o por vos mismo…
·      Podés pedir en este momento a María que te enseñe a adorar... que puedas estar ante Jesús como estaba Ella. Con su Fe, con su Confianza, con su Amor, con su humildad.
·      Si bien no es indispensable, es conveniente usar algún texto para meditar o que nos ayude a contemplar. Puede ser un texto de la Sagrada Escritura (especialmente de los Evangelios, pero también son muy valiosos los Salmos, oraciones del Pueblo de Dios en el Antiguo Testamento) o de los santos.
·      No se trata sólo de leer para informarnos: es importante que cada palabra la recibamos como proviniendo del mismo Jesús, y que esa Palabra toque no sólo nuestra mente, sino también nuestro corazón. Que nos hiera, que nos lleva a la reflexión. Que suscite asombro, alegría, gratitud, confianza, entusiasmo, resolución… Recibir y atesorar las palabras y los sentimientos que ella despierta como un regalo del Maestro.
·      Por último, es importante no quedarnos sólo en la reflexión. Dios nos habla, y espera nuestra respuesta, que puede ser con palabras, y que muchas veces incluye el propósito de cambiar de vida, de ser mejores.
·      La oración espontánea (o también con un salmo, o texto que nos guste de algún santo) puede darse no sólo al final, sino también durante todo el tiempo.
·      Somos conducidos así a la contemplación: a mirar a Aquel que nos está mirando desde la Hostia Consagrada. Esta atención a Él es renuncia a “mí”. Su mirada purifica el corazón. La luz de la mirada de Jesús ilumina los ojos de nuestro corazón; nos enseña a ver todo a la luz de su verdad y de su compasión por todos los hombres.

4. ¿Cómo participar de un momento de Adoración al Santísimo guiado?
En los momentos de Adoración guiados (comunitarios) se suelen leer textos, ya sea como viniendo del mismo Jesús (palabras suyas de la Escritura o escritas por otro y puestas en su boca) ya sea como oraciones a Jesús o como invitaciones de quien dirige la oración a disponernos con ciertas actitudes.
Es importante que escuches atentamente y vayas pensando lo que se dice, tratando de asumir los sentimientos que se sugieren en los textos.
En los momentos de silencio que se intercalan, continúa pensando en las palabras que se han dicho, o bien hablá con Jesús de corazón a corazón, o simplemente miralo.  Aprovechá cada segundo que pases ante Él.
Un recurso que se suele utilizar son los cantos. Si están bien elegidos, basta que pienses en la letra y lo que ella transmite, para ponerte en oración. San Agustín decía: “el que canta bien, reza dos veces”. Cantar significa, en ese contexto, cantar pensando lo que decimos, las palabras que pronunciamos.

5. ¿Qué hacer cuando nos vienen muchas distracciones?
Para nosotros es casi inevitable distraernos, porque no tenemos un dominio total sobre nuestra memoria, imaginación o inteligencia. Algunas veces estas distracciones proceden directamente del Maligno, que no quiere que estemos ante Jesús.
Otras veces es que, sencillamente, las cosas que nos entusiasman o preocupan vienen insistentemente a nuestra mente. Un examen que tenemos que rendir, una pelea que tuvimos con alguien, un familiar enfermo...
En esos momentos, lo más indicado es entregarle todo a Dios: ese examen, esa persona, esa enfermedad... dejar todo eso a los pies de Jesús. Transformar nuestra distracción en materia de oración.
Otras veces las distracciones son fruto de nuestro poco fervor: nuestra fe y amor son demasiado tibios, y fácilmente se nos va la mirada del Señor. Pedí, entonces, que Él reavive en vos el ardor y la alegría por ser su discípulo.

6. ¿Qué debemos hacer cuando sentimos mucha sequedad?
Algunas veces puede sucederte que, durante la Adoración, sentís como un fuego que te quema por dentro... o una gran dulzura espiritual... o una inmensa paz en el alma... o una alegría que te desborda y que amenaza con hacer “explotar” tu corazón. En esos momentos, una hora de Adoración se te “pasa volando”.
Pero otras veces no “sentís” nada. Es como que Dios se ha ido, como si no te escuchara, como si estuviera ausente. A eso podemos llamarlo “sequedad”, “aridez” o también “desolación”. En esos momentos, diez minutos se te vuelven “eternos”: no se te pasa nunca.
Allí, los santos nos dicen: perseverá. Continuá. No dejés la oración. Jesús te está haciendo crecer, está purificando tu alma del amor propio. Confìa y permanece.