sábado, 13 de agosto de 2011

“Quiero ser sacerdote y servir a Dios”

Tenía el paraguas en la mano -porque parecía que en cualquier momento se desataba la tormenta- y la llave colocada en la puerta, cuando volvió a sonar el celular. Era el mismo número del que tenía dos llamadas perdidas en la tarde, mientras estaba en Misa. Un anciano estaba grave, y me pedían la Unción.
Subí a buscar el bolsito con los óleos, y en un rato estuve allí. El viejito me estaba esperando, mientras tomaba la sopa. Cuando terminó el último sorbo, y le limpiaron la boca, me espetó, sin mucho preámbulo:
- Santa Teresa decía: “Vivo sin vivir en mí, y tan alta vida espero, que muero porque no muero”
Y pausadamente, comenzó a recitarme aquella bellísima poesía de la Gran Teresa, que yo conocía por la Liturgia de las Horas, y porque durante el tiempo de Seminario, los ahora padres Ariel Mantelli y Adrián Bonetto la musicalizaron y difundieron. Él las conocía de memoria, porque había sido profesor de literatura, y aunque se perdía en algunas conversaciones y olvidaba los inmediato, recordaba lo que durante tantos años había atesorado y enseñado.

Eso ya era demasiado para mí: ¡un moribundo recitando a Santa Teresa! Pero faltaba aún lo más importante. La cama de un hombre cercano a la muerte se transformaría, por enésima vez, en cátedra, y no de literatura.
Después que se confesó, y cuando acabamos el sacramento de la Unción, mi amigo me dijo:
- Padre, ¡qué insensatos somos los hombres! ¡He perdido mi tiempo en pavadas! ¡Quiero ser sacerdote y servir a Dios!

¡Madre Santa! Sus palabras fueron directamente a mi conciencia… Este hombre, llegando al umbral de la Eternidad, sentía que había malgastado el don más excelente: el Tiempo. ¡Con qué frecuencia, con qué superficialidad, malgastamos a diario ese bien tan precioso…! ¡Con cuantas pavadas, tonterías, imbecilidades… matamos el tiempo, en lugar de invertirlo!

Al leer esto pensará alguno: “Leandro, este hombre estaba perdido… deliraba simplemente… ¿cómo va a querer ser sacerdote?”
Desconozco su historia, desconozco si en algún momento esa posibilidad estuvo en su conciencia durante la juventud.
Pero me acordé inmediatamente de la tercera regla de discernimiento que propone Ignacio de Loyola, en sus Ejercicios Espirituales, para el momento de la elección:  “considerar como si estuviese en el artículo de la muerte, la forma y medida que entonces querría haber tenido en el modo de la presente elección”
Ahora era demasiado tarde para él… ¡Que no nos pase, Señor! ¡Que no nos demos cuenta demasiado tarde de lo que querías para nosotros! ¡Que en la hora de nuestra muerte no tengamos que llorar nuestra falta de valentía, de confianza, o de decisión!

A pesar de todo, Su Amor va siempre más allá. Aunque no podía recibir el sacramento del Orden, ni ser ordenado sacerdote, podía aún unir su sacrificio al sacrificio de la Cruz. Así terminó el sacramento: después de besar “el libro” –me pidió que se lo acercara, quizá pensando que el Ritual era una Biblia- besó fervorosamente la Cruz, unido exterior e interiormente al Sumo Sacerdote Jesucristo.

¡Gracias, Jesús, por este pequeño "retiro espiritual"! ¡Gracias por el don de la vocación! ¡Que nunca me olvide que ser sacerdote es vivir para servirte! ¡Que pueda vivir y morir abrazando, besando, bendiciendo la Cruz de cada día!

viernes, 5 de agosto de 2011

¡Benditos niños!

Me costó levantarme de la siesta… fueron unos minutos de vacilación, ya que venía de dos días de terminar tarde con reuniones y demás. Después que lo logré, y de un rápido  baño, me encaminé a la Escuela. La temperatura era mucho más agradable que esta mañana.
Iba sin un plan demasiado preciso, pero no era necesario: en el día del Patrono de los sacerdotes, Dios ya tenía un plan…
Llegué justo en el recreo, a las 15:10 hs. Siempre hay una docena de chicos frente a la capilla, y otra docena dentro, a veces rezando, otras… explorando ese recuperado lugar. Primero, la rutina de siempre –hermosa rutina- de saludar a unos cuantos.
Pero este 4 de Agosto había algo diferente, preparado por Jesús. Una de las nenas me dijo: “¿querés rezar con nosotros?” ¿Cómo negarme? La nena y varias más –y hasta algunos varoncitos- me llevaron adelante. Cantamos la canción a la Virgen de Lourdes, y rezamos un Avemaría. Para ese momento éramos como veinte.
Me paré para darle un beso a la imagen y entonces una de las nenas –una petaca de 1,10 mts., como mucho- me miró y me dijo: ¿“Padre, me bendecís”?. Con el pulgar le hice la señal de la Cruz en la frente, diciendo: “Que te bendiga el Señor Dios, Todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo…” Los demás miraban atentos, hasta que la segunda se animó: “a mí también”. Y luego, una tercera, y la cuarta, y la quinta… Y escuché a algunos que salían al patio gritando: “¡el Padre está bendiciendo!”.
En total, fueron como 10 minutos de bendiciones, unos 70 u 80 chicos, tal vez. Hasta se organizaron entre ellos en dos filas: las mujeres y los varones, ordenadamente y en silencio. Fue el recreo más tranquilo de los últimos meses.
10 minutos de bendiciones, más para quien supuestamente la daba, que para quienes, inocentemente y con alegría, la recibían.
¡Benditos niños! ¡Bendito el Señor que nos bendice, haciéndonos sus instrumentos! ¡Bendito seas, Señor, por el Don del Sacerdocio, por usar nuestras manos, nuestros pies, nuestra voz, para hacerte presente en el mundo! ¡Agradeceré eternamente el don del Sacerdocio!