miércoles, 17 de febrero de 2010

¿Usted hizo algun sermon hablando de los sacerdotes pedófilos?

Con motivo de mi reciente entrada sobre los corsos, he recibido algunos comentarios en desacuerdo con lo expresado. En algunos se discutían los argumentos utilizados, en otros la forma. Y en uno de ellos me hacían la pregunta que da el título de esta entrada: ¿Usted hizo algun sermón hablando de los sacerdotes pedófilos?

La respuesta es ¡sí, muchos!. Con mi párroco tratamos de estar atentos a los sucesos que conmueven a los fieles cristianos, y durante las diferentes crisis que han surgido -por ejemplo, cuando se dio trascendencia mediática a la cuestión Grassi, sobre la cual pienso que es absolutamente "armada" y falsa- hemos intentado abordar este complejo tema desde la homilía.

Personalmente, lo hago cada vez que me toca predicar una novena o una misión, porque sé que para muchas personas nuestras debilidades son un gran obstáculo para creer. El año pasado, lo hice al hablar del artículo del Credo: "Creo en la Santa Iglesia Católica", y cómo podemos profesar la santidad de la Iglesia dirigida por sacerdotes débiles y miserables.
Este año prediqué sobre los sacramentos. Y hablé de los pecados de los sacerdotes al referirme a la Confesión y luego al hablar sobre el Orden Sagrado y el celibato sacerdotal.

Pero más allá de lo que yo pueda decir, creo que para conocer lo que la Iglesia enseña al respecto, y sobre todo para saber qué dice y hace la Iglesia en los casos de abusos de sacerdotes hacia menores a su cargo, basta con escuchar al Santo Padre Benedicto XVI. Con una valentía y un amor a la verdad ejemplares, el Papa ha reconocido, deplorado y condenado estos "crímenes abominables" -son sus palabras- y ha puesto en marcha en la Iglesia toda una nueva forma de encarar estas dolorosísimas situaciones, que algunos llaman "tolerancia cero" y que tiene tal vez su expresión más radical en la frase del Papa en Australia: "Los culpables de abuso deben ser llevaos a la justicia". Todo lo contrario de la actitud que, erróneamente -aunque quizá con buena intención- tomaron muchos obispos y sacerdotes al encubrir casos de pedofilia para evitar el escándalo.

Por eso me tomo el atrevimiento de sugerirles la lectura de dos excelentes artículos, publicados en www.zenit.org que sintetizan el Magisterio de nuestro actual pontífice y echan luz sobre esta compleja cuestión. Los artículos son:

El magisterio de Benedicto XVI sobre abusos sexuales de sacerdotes

y

¿Es santa la Iglesia?

En una de sus últimas intervenciones, el Santo Padre identifica la raíz de estos terribles males con una "crisis de fe" en la Iglesia. Cuando Cristo deja de ser el centro, cuando su Palabra y su presencia en la Eucaristía no son el alma de la vida sacerdotal, todo se derrumba. Y se cumple entonces el antiguo adagio "corruptio optimi pessima": que puede traducirse como "la corrupción de lo mejor es lo peor". Un sacerdote corrompido, un sacerdote infiel, es quizá la mayor expresión del pecado que pueda pensarse, porque es la perversión del aquél que debería ser, mas que nadie, reflejo de la Santidad de Jesús.

En este tiempo de Cuaresma que hoy comenzamos, la Cuaresma del año Sacerdotal, quisiera pedirles a todos que recen insistentemente al Buen Pastor, para que quienes debemos ser su imagen viva y transparente estemos cada día más a la altura de nuestra misión. Que el Sñor nos purifique con su gracia y que por nuestra imitación del Maestro, muchos puedan conocer su rostro y su amor misericordioso.

domingo, 7 de febrero de 2010

Otro de los regalos de enero

Bueno, no soy James Cameron ni Juan José Campanella, pero ahí va otro video...
Esta vez es sobre la Misión que realizamos del 10 al 17 de enero. Fueron días muy intensos, de mucha oración y apostolado. Compartimos una hermosa semana entre nosotros y con la gente de Nogoyá, llevando la palabra de Cristo.
Como cada vez, ha sido mucho más lo que recibimos que lo que dejamos.
Los dejo con las imágenes, que hablan por sí mismas. ¡Muchas gracias a todos! ¡Bendiciones!

PD: si me nominan para el Oscar les aviso

viernes, 5 de febrero de 2010

¡Hasta pronto, don Hipólito!

A principios de enero, antes de irme a misionar con los jóvenes de la parroquia, estuve en la casa de Claudia y Gustavo. Hacia el final de la agradable cena -amenizada por el videojuego de los Transformers que Joel, su hijo de cuatro años, manejaba con una pericia admirable- Claudia me comentó, tímidamente, que tenía a su abuelo enfermo. Que ya hacía un tiempo que estaba mal, que de a ratos se perdía, y que temían que se fuera en cualquier momento. Me pidió si podía ir a verlo, advirtiéndome que, cuando estaba bien, "no quería mucho a los padres -léase, a los curas-": que solía hablar mal de ellos y, para colmo de males, hacía mucho mucho que no iba nunca a la iglesia. Me recomendó que fuera como a hacerle "una visita" casual, como que pasaba por ahí, no sea que se diera cuenta que estaba grave.
Acostumbrado a estas situaciones -me han hecho decenas de veces recomendaciones por el estilo- un par de días mas tarde caí a lo de don Hipólito. Me atendió su hija y su señora, ambas muy agradecidas y a la vez con el mismo temor. La esposa me presentó a Hipólito de la forma más disimulada posible: "es un amigo de Joel que te viene a visitar". Hipólito estaba acostado, tranquilo. "Soy el padre Leandro" saludé. "Le vengo a dar una bendición". Don Hipólito me miraba entre asombrado y alegre. Les pedí que nos dejaran solos. "Ahora le vamos a pedir perdón a DIos por todos los pecados de la vida, y después lo voy a dar la Santa Unción, para que Jesús esté cerca de usted en este momento difícil"... Todo transcurrió con una facilidad asombrosa, "divina": la Gracia estaba actuando de manera invisible, pero eficiente, real. Don Hipólito sacó una frase del baúl de sus recuerdos, como suelen hacer los ancianos: "cuando yo era chico siempre iba a Misa, y era monaguillo..."
Confesé y animé a su señora, que ya sabía de la proximidad de la muerte de su compañero y la aceptaba, pero que necesitaba la fortaleza del Señor.

Un par de semanas después, me llaman nuevamente. Hipólito había llamado a todos sus hijos, para despedirse. Pasé entonces por su casa cuando pude. Cuando le pregunté como estaba me dijo: "estoy contento, muy contento". Le pregunté si se acordaba de mí, y de la otra vez que lo había visitado. Su respuesta me conmovió: "sí, padre, fue maravilloso..."
Así transcurrieron sus últimos días. Claudia, su nieta, me contaba azorada que en los días posteriores a la Santa Unción, había hablado con cada uno como nunca antes, dándoles consejos inéditos en él. "A mí me dijo que fuera todos los domingos a Misa". Y a su esposa le decía que él "iba a estar bien, que no se preocupara por nada, que él desde el Cielo la iba a cuidar..." No sé como llamarían ustedes a esto, pero para mí es clarito: la gracia de la Unción y de la Comunión que estaba recibiendo había obrado una verdadera transformación en su corazón.

¿Habrá comenzado ya a cumplir su promesa? Hipólito falleció esta mañana, con la certeza de haber experimentado la misericordia del Señor. Dejó a su familia en paz, con la paz de haberlo cuidado hasta el final, y con la profunda serenidad de saber que había recibido los sacramentos de la fe cristiana.

¿Cuál es la moraleja? Sabemos que Dios es más grande que los sacramentos que él ha instituido, y que de alguna u otra forma se las arregla para acercarse a sus hijos, sobre todo en la proximidad de la muerte. Por eso nuestra confianza en su misericordia es ilimitada. Pero ¡qué diferente, que distinta es la buena muerte, la muerte cristiana, de una muerte repentina! ¡Cuántos ancianos, cuantos enfermos terminales estarán esperando, como Hipólito, la gracia de la Santa Unción y el perdón de los pecados, para poder encontrarse, purificados, con el eterno! ¡Cuántos- y este pensamiento me espanta- mueren sin el auxilio de los sacramentos, porque sus familias "no los quieren asustar", o tienen miedo a que sepan de la proximidad de su partida!

Quiera el Señor concedernos a todos morir preparados. Quiera el Señor que ninguno de los nuestros parta sin el auxilio de su Gracia y la asistencia de la Iglesia por nuestra negligencia o pereza. Quiera el Señor que Hipólito siga tan contento, mucho más contento, celebrando -como cuando era niño- la Eucaristía del Cielo.

martes, 2 de febrero de 2010

Compartir la alegría

Nuestra alegría es el Señor... Él debe ser siempre la fuente de nuestro gozo y nuestra paz, en Él deben descansar nuestras almas. La alegría que no pasa, la que "nadie nos puede quitar" es justamente esa: ser suyos, y que él se haya hecho nuestro por amor...
Pero el Señor quiere que también podamos alegrarnos por muchas otras cosas. El final del 2009 y el inicio del 2010 -junto a las infaltables y necesarias pruebas- vino con muchos regalos en este sentido. Regalos que iré compartiendo con ustedes en estos días de vacaciones.
Uno de ellos es el haber podido dar pasos importantes en el proyecto "Madre Teresa de Calcuta". Gracias a Dios, a la Madre Teresa, a tantos que han trabajado con desinterés y a la generosidad alemana -y de otros colaboradores autóctonos-, para el 28 de enero el Salón estaba cerrado, techado y alarmado... Con tanta reja, más que un salón, parece una cárcel, pero bué...
Hice y subí un video, con una supersíntesis de estos dos años. ¡Hay tantos rostros, tantas historias! Tantas personas que con su sacrificio han sembrado la buena semilla, que esperamos fuctifique para el Cielo. ¡Gracias a todos! ¡¡¡Bendiciones!!!