jueves, 19 de noviembre de 2009

A cuatro años de una gran audacia divina...

No recuerdo si ya alguna otra vez conté que, cuando regresábamos desde la Catedral al Seminario, apenas ordenados diáconos, íbamos en el auto con Jorge, Walter y Leandro. En ese momento, después de la intensa celebración, recuerdo que compartí con ellos una idea que rondaba todos esos días por mi cabeza: realmente, Dios es audaz.
Es audaz porque no tiene temor de jugarse por el hombre. Porque a lo largo de la historia de la salvación va realizando cada vez acciones más "arriesgadas", casi diría más "ilógicas", para que lo conozcamos y amemos.
Su amor infinito no conoce límites ni fronteras. Y es capaz de correr el riesgo de ser representado por creaturas miserables, débiles, totalmente vulnerables.
Ese es el misterio de amor oculto en el sacramento del Orden: su gracia, la Unción de su Espíritu, nos hace ser "otros Cristos", y nos permite actuar "in persona Christi Capitis".

Hoy hace cuatro años de nuestra ordenación sacerdotal, un 19 de noviembre de 2005. Misterio insondable, día sublime en que nuestra humanidad -la de Jorge, la mía, la de Walter- quedó asumida en el misterio del Verbo eterno, que quería que nuestras manos fueran las suyas, nuestros pies los suyos, nuestra boca y nuestras palabras las suyas, nuestro rostro y nuestra mirada los del Dios hecho hombre.
Siempre recuerdo la procesión de entrada de ese sábado, a media mañana: la Catedral repleta, el sol entrando a raudales por los ventanales y la cúpula, el incienso que daba a todo una atmósfera celestial y misteriosa, el coro que entonaba "Pueblo de Reyes, Asamblea Santa..." Durante mis 9 años en el Seminario, había cantado casi siempre este canto, en cada ordenación. Ahora, increíblemente, nos tocaba a nosotros...
Toda la celebración fue de una enorme intensidad. Recuerdo muy bien el momento de la postración y las letanías: ¡qué sabia la Iglesia al hacernos postrar, al recordarnos en un solo gesto nuestra nada, nuestra pequeñez...! Y a la vez, ¡cuanta sabiduría al hacernos sentir la oración de la Iglesia militante, que suplicaba a la Iglesia celestial por nosotros...!
En este día hermoso, día de gratitud, día para cantar la fidelidad de Dios -más grande que nuestras infidelidades y miserias- tengo la certeza maravillosa de que toda la Iglesia nos sostiene. Que las oraciones de los santos nos anima e impulsa. Que la oración perseverante de tantos fieles sencillos es el motor de cualquier posiblidad de entrega. Esta mañana visité a una señora, postrada por un ACV, del que se recupera lentamente. Le pedí antes de irme: "rece por mí, rece y ofrézcase por todos los sacerdotes". Su respuesta fue enormemente consoladora: "siempre lo hago"
¡Gracias, Señor, por tanta confianza! ¡Gracias por cuatro años de tu fidelidad, a pesar nuestras infidelidades a tu amor! ¡Gracias por atreverte a confiarnos lo más valioso, el misterio de la Eucaristía, y las almas redimidas con tu Sangre Divina!
Madre: ayúdanos a ser siempre fieles. Como te dije el día de mi Primera Misa "Quiero marianizar totalmente mi sacerdocio. Quiero en tus manos ser, con toda mi vida, fuente de agua viva, regazo materno para el afligido, puente entre el Cielo y la tierra, hostia viva que se ofrece para gloria del Padre y se da como alimento al mundo"
"Totus tuus ego sum, et omnia mea tua sunt, in saecula saeculorum"