martes, 14 de julio de 2009

Aclaración sobre las últimas entradas

Ave María Purísima!!!
Por el frío y las necesarias medidas de prevención ante la gripe A, muchas personas se han quedado más tiempo en su casa, y han mirado el blog, por lo que veo.
También soy conciente de que a algunos no les gusta, no lo comparten. Un amigo sacerdote también me preguntó cuál era el sentido de "mostrar" lo que hacía: ¿vanagloria? ¿autoapología? O como sugiere el último comentario en una de las entradas, "mostrar lo que se hace para justificar lo que no hago..."
Es posible que algo de todo esto se pueda mezclar: el corazón del hombre es un misterio, es "tortuoso" dice la Escritura...
Pero mi simple intención -al menos la primera de todas, la original- es hacer conocer cómo es la vida de un cura común y corriente, un día de semana. Evidentemente no todos los días son tan "cargados" como ese lunes 22 de junio. Pero de cosas por el estilo vive la inmensa mayoría de los sacerdotes que conozco.
Y se las vive con verdadera felicidad, con alegría. Aunque a veces sintamos el agobio del trabajo o la angustia de la infecundidad, aunque realmente suframos por todo lo que no podemos o no sabemos hacer, podemos ser verdaderamente felices en el ministerio sacerdotal. Las últimas entradas quieren ser un testimonio de eso.
En internet hay cientos de páginas que muestran los pecados de los sacerdotes, que hablan del celibato en crisis, que cuestionan las estructuras eclesiales y las doctrinas tradicionales...
Yo simplemente quisiera decir: ¡soy feliz!, siendo sacerdote, en la Iglesia de Cristo, la Iglesia real, la que está compuesta por seres humanos débiles y limitados.
Agradezco al lector que me ha hecho reflexionar con su comentario. Sabe que mi correo electrónico o mi celular está siempre disponible, para buscar la mejor manera de servir al Señor. Y que la corrección fraterna es no solo un derecho sino también un deber para los discípulos de Cristo.
"Agradeceré eternamente el don del sacerdocio"

lunes, 13 de julio de 2009

En San Nicolás no se puede rezar...

Desde hacía un par de semanas venía pensando en peregrinar al Santuario, donde la Virgen del Rosario derrama misericorida para toda la Argentina.

Preparé el auto -gomas, agua, aceite; sólo olvidé lavarlo...-, busqué compañeros de ruta -finalmente Andrés, Efra, Damián y Janet- y estaba todo listo. Partimos con un frío realmente polar, el 9 de julio, a las 6:10. Todo estaba preparado para que fuera un día de intimidad con María, de renovación de alianzas y propósitos. Me puse la sotana nueva, porque era día de fiesta espiritual.

Alrededor de las 10:00 divisamos la cúpula que año tras años cobija millones -sí, millones- de peregrinos. Y a las 10:10 ingresamos al santuario. ¡María estaba coronada! Su hermosa diadema es un símbolo del amor de sus hijos de Argentina.

Me puse bien cerquita de la imagen, recé hora intermedia y el Oficio de lectura, y cuando quería disponerme a hacer mi oración mental...
- Padre, me puede bendecir estas medallas?
- Sí, como no, de donde vienen?
- De San Miguel, provincia de Buenos Aires...

Tracé la señal de la Cruz pidiendo bendiciones para objetos y personas. Me disponía a volver a rezar, pero ya era tarde... Uno tras otro, solos o en grupo, familias con niños -y hasta con un gato en la campera- comenzaron a pedirme su bendición. Sólo un instante retomaba mi oración, y otra vez...

Así, con alguna confesión incluida, llegamos a la Santa Misa, con la emoción de ver el templo con muchos fieles, con la alegría infantil de celebrar con ornamentos celestes, siempre sintiendo la presencia de la Madre. Y luego nuevamente; bendiciones de medallas, rosarios, llaves de autos y casas, niños en brazos, familas completas. De Ballester, de Rosario, de Río Cuarto, de Belgrano... Dentro del Templo y fuera de él, en la santería, en el atrio del Santuario, en la calle antes de subir al auto...

En el camino, y una vez de regreso, sentía y renovaba interiormente mi fe en el misterio del Sacerdocio. ¿Qué otra explicación puede tener esa avalancha de fieles en torno a alguien a quien nunca han visto, sino la fe, todavía arraigada, en el sacerdote, en el poder sagrado del sacerdocio cristiano?

¡Gracias, Señor, por el don del sacerdocio! ¡Gracias porque, aunque muchas veces puede parecer que estamos de más, nos renovás en la certeza de que somos necesarios! Porque el mundo necesita tu presencia. ¡Porque nuestras manos son tus manos, nuestra voz es tu voz, nuestros pies los tuyos! ¡Haz que siempre seamos fieles a semejante dignación de tu amor!

"Agradeceré eternamente el don del sacerdocio"