viernes, 8 de febrero de 2008

Miércoles de Cenizas


Hola a todos! Pongo en el blog la homilía que escribí para el miércoles de ceniza. Evidentemente nada de lo que dice me pertenece. Lo valioso es que traté de tomar cosas de las homilías de Benedicto XVI en los tres años que lleva como Pontífice. Bendiciones!!!

Comenzamos hoy nuestra peregrinación hacia la Pascua. El camino que comienza hoy culmina la noche de la vigilia Pascual después de vivir con Jesús los misterios de su Pasión y Muerte.
1. Los cuarenta días de este tiempo evocan varios acontecimientos de la historia del Pueblo de Israel. Pensemos, por ejemplo, en los cuarenta años que Israel pasó en el desierto, antes de entrar en la tierra prometida. O en los cuarenta días de predicación de Jonás y de penitencia que hizo el pueblo de Nínive, hasta alcanzar el perdón de Dios. Ambos significados se cumplen en la Cuaresma: Nosotros queremos estar cuarenta días en el desierto –es decir, vivir con mayor austeridad, dedicar más tiempo al recogimiento y la oración- para llegar a la tierra prometida, que es Cristo Resucitado, la noche de Pascua. Nosotros queremos, como los ninivitas, hacer penitencia cuarenta días, para obtener la misericordia de Dios por nuestros pecados: por eso empezamos “piedad, Señor, pecamos contra tí”.
2. Pero nos vienen hoy a la memoria otros dos hechos, marcados también por este número: los cuarenta días del diluvio universal que concluyeron con la alianza de Dios con Noé; y los cuarenta días de permanencia de Moisés en el Monte Sinaí, a los que siguieron el don de las tablas de la Ley y la Alianza con el Pueblo de Israel.
También los cuarenta días de la Cuaresma terminarán con una Alianza. Porque la Cuaresma nació como el tiempo de la inmediata preparación al Bautismo, que se administraba en la antigüedad solemnemente durante la Vigilia Pascual. Toda la Cuaresma era un camino hacia este gran encuentro con Cristo, hacia la inmersión en Cristo y la renovación de la vida.
Nosotros ya estamos bautizados. El día de la Vigilia Pascual vamos a renovar las promesas bautismales. Pero para hacerlo necesitamos prepararnos, purificarnos. Porque con frecuencia el Bautismo no es muy eficaz en nuestra vida cotidiana. La Cuaresma es como un tiempo «catecumenado». En ella salimos de nuevo al encuentro de nuestro Bautismo para redescubrirlo y revivirlo en profundidad. En la Cuaresma es como que queremos “aprender de nuevo” a ser realmente cristianos.
¿Cómo se da este ser de nuevo cristianos? A través de un proceso constante de cambio interior y de avance en el conocimiento y en el amor de Cristo. A eso le llamamos conversión. La conversión no tiene lugar nunca una vez para siempre: es un camino interior de toda nuestra vida. No puede limitarse a un período particular del año: es un camino de todos los días, que tiene que abarcar toda la existencia, cada día de nuestra vida.
Necesitamos convertirnos permanentemente, porque nuestra opción por Jesús está amenazada siempre por el pecado. El Pueblo de Israel en el desierto vivía amenazado por el culto a otros dioses, a los ídolos. Nuestro amor a Dios se ve amenazado por nuevas idolatrías: la idolatría de nuestro propio yo, la idolatría del placer, y la idolatría del tener. Esta triple idolatría nos impide amar de verdad a Dios, a los hermanos y a nosotros mismos.
3. Para luchar contra esta triple idolatría, la Iglesia, siguiendo la Palabra de Jesús, nos propone hoy tres armas, tres prácticas que nos ayudan: la oración, al ayuno y la limosna. La cuaresma es un tiempo de combate, que nos trae a la memoria los cuarenta días que pasó Jesús en el desierto, tentado por Satanás y venciéndolo. También nosotros queremos vencer al pecado y a Satanás con las armas de la Oración, el Ayuno y la Limosna.
a) La Oración, en primer lugar, recompone nuestra relación con Dios. Tantas veces, en el mundo secularizado que nos toca vivir, nos olvidamos de Dios y de su amor, vivimos de espaldas a Él. Nos puede pasar que a lo largo del año hayamos caído en la rutina, en rezar sin fervor, en ir reduciendo cada vez más el tiempo que le dedicamos al Creador. Tal vez hemos abandonado la práctica de la lectura de la Palabra de Dios, tal vez la misma Misa dominical se nos ha vuelto una obligación que vivimos sin la suficiente fe. Pero cuanto más nos pasa esto, más vacíos nos sentimos. La idolatría del yo, el creer que podemos ser felices sin Dios, se derrumba por su propio peso. Decía el Papa Benedicto XVI esta mañana “cuando el hombre proclama su total autonomía de Dios, se convierte en esclavo de sí mismo y con frecuencia se encuentra en una soledad sin consuelo alguno”. Redescubrir en este tiempo que no somos Dios: que necesitamos de él. Redescubrir que Dios nos ama: por eso la Iglesia nos invita a meditar mucho en la Pasión de Jesús, la mayor muestra de su amor. Revitalizar nuestra fe, nuestra esperanza y nuestro amor. Que la Cuaresma sea como un gran retiro espiritual. Hacerlo con propósitos bien concretos. No decir “en Cuaresma voy a rezar más” sino “en Cuaresma voy a hacer esto o aquello; voy a retomar el Rosario en familia, el via crucis, la visita al santísimo” etc.
b) El ayuno es el antídoto para la idolatría del placer. Nuestra sociedad está enferma de hedonismo. ¿Qué significa esto? Que muchas veces se nos propone como meta de nuestra vida “pasarla bien”, disfrutar, gozar, alcanzar el mayor placer sensible que podamos, sin que importa para ello dejar de lado las normas morales y la palabra de Dios. Se nos invita a vivir una vida totalmente vuelta hacia lo sensible, a dejar correr los instintos. Este estilo de vida nos hace personas egoístas, hace que ya no nos preocupamos por los demás ni somos capaces de sacrificarnos por los otros. Además, este camino no nos hace felices: no es el placer sino el amor la fuente de la vida verdadera. El ayuno nos entrena en el autodominio. Implica poder privarnos de cosas que en sí mismas no son malas –como la comida- para crecer en el autocontrol, en la autodisciplina. De ese modo fortalece nuestra voluntad para ser dueños de nuestros impulsos, para luchar contra las tentaciones, para no dejarnos seducir por el pecado. El ayuno, además, nos asemeja a Cristo: es participación de sus sufrimientos. Aquí también es bueno entender el ayuno en sentido amplio: son todas las privaciones voluntarias. Podemos ayunar de la comida en Cuaresma, en cuanto a la cantidad, pero también en cuanto a la calidad: comer comidas no tan ricas, o tan preparadas. Ayunar, por ejemplo, de mi novela preferida, del clásico del domingo o de la carrera. Renunciar al ventilador alguna vez. Dejar alguna salida, paseo o diversión buena, y destinar ese tiempo y dinero a ayudar a alguna persona necesitada o entregarlo a las necesidades de la Iglesia.
c) Por último, la limosna, que nos libera de la idolatría del tener. Nuestra sociedad es enormemente materialista. Para muchos la felicidad está en tener cosas, en tener lo último, y se lanzan en la carrera del consumismo: tener el último celular, el último aire acondicionado, el último auto, el mp3, el mp4, mp5, la computadora y el plasma... Estas cosas no son malas: al contrario, bien utilizadas nos ayudan en nuestro servicio a Dios. El peligro es hacer de ellas el fin de nuestra vida, o amarlas más que a Dios y a nuestros hermanos. La limosna es, entonces, la capacidad de desprendernos, de desapegarnos de estos bienes, para expresar y recuperar la libertad. Podemos hacer limosna de dinero, de cosas. Pero también podemos hacer limosna de nuestro tiempo: dando nuestro tiempo a Dios o a los demás. O de nuestros talentos, poniéndolos al servicio del otro. En el tiempo de Cuaresma se nos invita a la austeridad, a renunciar a lo superfluo.
4. Queridos hermanos: Jesús nos llama hoy a convertirnos, a través del ayuno, la oración y la limosna, para poder renovar nuestro Bautismo. Y lo hace a través de un gesto austero y simbólico: la imposición de las cenizas. Estas cenizas nos recuerdan el polvo de la tierra. Son un signo de arrepentimiento, de luto, de dolor por la vida que estamos llevando. Las dos fórmulas que acompañan la imposición de la ceniza, decía el Papa hoy: “constituyen un llamado a la verdad de la existencia humana: somos criaturas limitadas, pecadores necesitados siempre de penitencia y de conversión”. Recibir la ceniza es decirle a Dios y al comunidad “soy pecador, soy polvo de la tierra, soy nada, pero deseo cambiar”. Jesús nos va a decir, a través del sacerdote “convertite, y cree en el Evangelio” Acordate que eres polvo, y en polvo te convertirás” Dejemos que estas palabra nos toquen el corazón. Seamos humildes para aceptar nuestra realidad de pecado, y entonces la Cuaresma podrá dar abundantes frutos en nuestra vida. Somos cenizas, somos polvo, pero si hoy nos proponemos vivir la Cuaresma con fervor, Dios, que hizo al hombre del polvo de la tierra, nos resucitará y nos dará nueva vida con su poder. Que la Virgen nos acompañe en nuestro peregrinar cuaresmal. Que ella nos recuerde siempre el amor de Jesús, que por nosotros se entregó a la Pasión para poder resucitar al final con él.