martes, 27 de noviembre de 2007

El tiempo...

Diciembre de 2007

Como cada año, el final del calendario nos sorprende. Uno de los comentarios más oídos en estos días es ¡“Qué rápido pasó el 2007”! En ocasiones es dicho con una sensación de alivio; en otras con tono de lamento, como una queja por no haber sabido aprovechar cada momento del tiempo transcurrido.

El paso del tiempo es inexorable. Las horas. los minutos y segundos se suceden ininterrumpidamente. A veces nos da la sensación de que demasiado rápido, de que todo es muy frágil, casi inconsistente. Lo que en un momento nos parecía muy importante, vital, central para nuestra vida, mirado a la distancia muchas veces parece irrelevante. Quizá hasta llegamos a sentir que somos “espectadores” de nuestra propia vida, y no protagonistas, por la velocidad con que todo transcurre a nuestro alrededor

Pero el cristiano sabe que esta paso del tiempo no es absurdo. Tiene un sentido. Y tendrá un final. El tiempo de Adviento nos invita a poner nuestra mirada en un acontecimiento doble: la venida de Jesús, tanto la primera en debilidad, como la segunda y definitiva en gloria y majestad.

Son estos acontecimientos los que llenan de sentido y valor cada segundo de nuestra vida. Lo llena la certeza del amor de Dios que nos precede, de ese amor que llega hasta la locura de hacerse niño y venir a compartir todo lo nuestro, menos el pecado. Y la certeza del amor de Dios que nos acompaña y que se mostrará en todo su esplendor cuando Cristo instaure definitivamente su reinado y aparezcan los “cielos nuevos y la tierra nueva”, donde ya no habrá muerte, dolor, enfermedad ni pecado..

Son esas dos certezas, esas dos “venidas” de Dios a nuestra historia, las que rescatan nuestro tiempo de su aparente intrascendencia. Porque Dios entró en el tiempo, cada momento puede estar lleno de Dios y ser manifestación de su gloria.

Al finalizar este 2007 y a la luz del amor de Dios que nos rescata, sería bueno que podamos “escapar” del clima general de consumismo y descontrol con que a veces se viven las “fiestas”, cada vez más llenas de íconos o slogans que desvirtúan su auténtico sentido. Y podamos hacer un balance sobre la intensidad de nuestro amor. No para martirizarnos con la memoria de nuestras faltas, sino para encarar el nuevo año como una oportunidad para llenar nuestras horas, minutos y segundos de la presencia de Cristo.